Hay una pregunta que los venezolanos nos hacemos con frecuencia ante el desastre que vivimos: ¿cuál es el mayor daño que el chavismo le ha hecho a Venezuela? Las respuestas pueden ser muchas, pero quisiera recoger y compartir la que recientemente leí de Laureano Márquez en un escrito intitulado “Los descreídos”: “El mayor daño lo ha hecho –el chavismo– en la demolición del alma nacional, de la esperanza ciudadana, de la dignidad de un pueblo. También han sucumbido –en este asalto a la cordura– el sentido común, la bondad, la tolerancia, la compasión y el respeto. El mayor daño ha sido hecho en nuestros corazones, que se han vuelto incrédulos, desconfiados; que solo ven maldad y traición por todas partes. Ya no confiamos en nada ni en nadie; toda opinión que no sea la nuestra nos parece interesada, despreciable, digna de agresión e insulto”.
La confirmación más reciente de esta afirmación la acabamos de vivir con el crimen de El Junquito. Oscar Pérez recogió la antorcha de los seminaristas de La Victoria, de Ricaurte, de Armando Zuloaga Blanco, de los cientos de muchachos muertos en las calles en 2014 y el año pasado. Pero tuvo que aparecer desangrándose en un video y morir cobardemente asesinado por el Carnicero de Miraflores para que los venezolanos aceptáramos que estuvimos en presencia de un héroe, con cuyas acciones podíamos coincidir o no, pero que estaba dispuesto a ofrendar su vida por la libertad de su país. Sin embargo, desde que el helicóptero libertario sobrevoló al TSJ hace seis meses, las redes sociales se vieron inundadas de escepticismo: “Eso es un show montado por el gobierno”, “es un actor que finge ser lo que no es”, es un falso positivo fabricado en los laboratorios del G2 cubano y pare usted de contar.
Vino luego la balurdísima treta del ministro Reverol declarando que a Pérez lograron ubicarlo gracias a indicaciones brindadas por los negociadores de la MUD en Santo Domingo. De inmediato aparecieron los mismos (u otros) descreídos, dando por buenas las declaraciones del narcoministro y despotricando por la delación.
Lo mismo pasó con la fuga de Antonio Ledezma. No había el alcalde de Caracas terminado de cruzar la frontera con Colombia cuando ya estaban diciendo que esa fuga había sido concertada con el gobierno, que eso era “otro show”.
Es casi unánime el rechazo con que fue recibida la candidatura de Manuel Rosales a la Gobernación del Zulia y su declarada intención de ir a juramentarse ente la prostituyente. Pero muy rápidamente nos olvidamos del heroísmo cívico de Juan Pablo Guanipa, quien se negó a coronar su victoria electoral frente al propio Rosales y a Arias Cárdenas, fruto de largos años de esfuerzo y de trabajo. Guanipa antepuso sus convicciones y rechazó bajar la cabeza ante el narcorrégimen.
Son muchos los opositores que experimentan un placer orgásmico en criticar a los líderes de los partidos democráticos y derraman frascos de tinta y millones de teclazos para criticar cualquier acción que emprendan. Pero no se trata de sanos señalamientos a errores que cometen –y miren ustedes que son muchos. No. No es que se equivoquen. No. Sencillamente lo que ocurre es que se vendieron, que son unos traidores, que nunca pegan una. Pero ese rechazo tampoco se traduce en un apoyo a quienes, dentro del bando opositor, sostienen visiones diferentes en cuanto a la manera de dirigir a las fuerzas democráticas. Las encuestan evidencia que tampoco reciben apoyo. El descreimiento es con todos.
No descartamos que la destrucción del país que teníamos, la desesperanza, el incumplimiento de las promesas de un cambio rápido, el éxodo hacia el exterior, la inseguridad que se vive a diario, el hambre y la enfermedad que afectan cada día más a un número mayor de venezolanos, las mentiras inauditas del gobierno, hayan generado este descreimiento. Pero lo que me subleva es nuestra incapacidad para sobrellevarlo.
Me imagino un juego de fútbol. Por un lado, tenemos a la Vinotinto, y por el otro, algún equipo rival. Y me pregunto: ¿sería pensable que nos dedicáramos a rechiflar a nuestros jugadores, a insultarlos por cada error que cometan, a solazarnos con los autogoles? Eso no ocurre. En el terreno los nuestros son los nuestros. Venezuela no estará presente en el próximo Mundial, pero no suponemos que los jugadores se vendieron, no denunciamos que fueron comprados, los acompañamos en la victoria y en la derrota porque los vencedores y los derrotados somos nosotros mismos. Eso no quita que se pueda cambiar al director de la selección, que se modifique el roster del equipo, pero siempre será nuestra Vinotinto.
Así debería ser en la política. No nos gustan los líderes, pues sencillamente vamos a cambiarlos. No hay por qué estigmatizarlos. Reservemos los epítetos para la manga de delincuentes que nos gobierna. Lo que tenemos que conquistar es un mayor protagonismo de los ciudadanos, incrementar nuestra fuerza decisoria. Abandonar la comodidad de la crítica estéril y sustituirla por una indispensable creatividad.
Muchas veces oímos decir que nos hace falta un Churchill, pero estoy seguro que de habernos tocado vivir en la Inglaterra de 1940, hubiésemos hablado del “desastre” de la retirada de Dunkerque, de la incompetencia de la Real Fuerza Aérea que permitió la destrucción de las ciudades inglesas, de la vergonzosa rendición de Singapur, de la insólita alianza con la tiranía soviética, etc, etc y etc.
Lo que tenemos por delante es recuperar a Venezuela. Como bien lo dice Leonardo Padrón hablando de este mismo tema, “los que nunca creyeron en Oscar Pérez lo hicieron porque ciertos hechos les parecían inverosímiles. Pero ahí está la nuez del problema. Va siendo hora de asumir que desde hace 19 años –en Venezuela– la realidad se volvió extraña, anormal, delirante, sobreactuada. Desde entonces, nada nos debe extrañar. Pero son muchas las cosas que nos deben preocupar como sociedad. Para salir del lodazal donde estamos, debemos exigirnos a nosotros mismos una revisión profunda, debemos domesticar el odio que nos han inoculado luego de tanta humillación y agravio. Canalizarlo, procesarlo, convertirlo en una forma de redención”.
Laureano y Leonardo son la voz de nuestras conciencias. Hay un solo objetivo: sacar a la banda delincuencial que se ha apoderado del Estado, que se enriquece sin vergüenza alguna y no le importa que los venezolanos coman basura. Esa sí es la tarea y a ella deberíamos dedicar la totalidad de nuestro esfuerzo y talento. Tenemos que ponernos de acuerdo en el cómo y diseñar mecanismos de decisión que nos permitan lograr que el criterio de la mayoría se imponga y que la minoría acate. Sobre esto escribiré próximamente.