Nunca fue tan difícil para la oposición el camino a recorrer en la búsqueda de una ruta que conduzca a una unidad de propósitos. Nunca, como ahora, los desencuentros fueron tan irreconciliables, y nunca como ahora una población que sufre las penurias de una crisis humanitaria que el régimen se niega a reconocer estuvo tan frustrada y abandonada a su propia suerte. Mientras 80% de la población se debate entre luchar o resignarse, recuperar la fe perdida o rescatarla, quedarse o irse, el país se derrumba ante un hecho por ahora inevitable, ni el gobierno ni la oposición tienen modo de resolver los problemas que nos aquejan. La razón es muy sencilla, estamos ante un régimen que no reconoce sus errores y una oposición dividida, desorientada, sin saber qué hacer y son sus contradicciones las que la sumen en la derrota continuada que viene sufriendo desde el triunfo electoral de 2015, oh paradoja, a manos de un gobierno que tiene el rechazo de más de 85% de la población, algo que solo tiene explicación en un altísimo grado de irracionalidad.
En el momento de mayor debilidad de un régimen dictatorial como el que tenemos, acosado como está por sus propios errores, y con el repudio mayoritario de todos los países democráticos del mundo, sancionados gran parte de sus funcionarios por la comunidad internacional, ver a un presunto liderazgo opositor inmerso en contradicciones y espejismo, en una guerra de descalificaciones que no hacen otra cosa que abonar en el discurso dictatorial del régimen y despertar sospechas graves en el pueblo que termina sin verse representado ni por el gobierno ni por la oposición, es algo que solo nos puede llevar a una sombría perplejidad, cuando no a un estado de frustración general transformable en una muy peligrosa resignación.
A estas alturas del juego y después de esa búsqueda de una unidad nunca alcanzada porque han sido más fuertes los proyectos personales que el interés de la nación, es necesario reconocer que la oposición yace, si no sepultada, extraviada e irreconocible, fracturada en varias fracciones, cada una con la pretensión de ser reconocida y buscando su espacio, lo cual indica que quien tiene todavía el sartén por el mango con todo y su aislamiento, con todo y las sanciones, con todo el repudio nacional e internacional que tiene sobre sus espaldas y su pésima gestión, es el régimen, que, vuelvo a repetir, no está solo.
Lo que no han entendido quienes vienen predicando cada día con una preocupante insistencia autista “que el gobierno tiene sus días contados, que la caída, antes de Chávez y ahora de Maduro, es inminente”, es que con toda esta división que los ha llevado a lavar los trapos sucios a toda hora públicamente y con lenguaje vulgar y atropellado, es que a quien le han dejado que imponga sus reglas, cuestión desde todo punto de vista inexplicable, es, precisamente, al enemigo de todos, y en esas condiciones y estando a este punto las cosas es necesario reconocer que el 20 de mayo, después de las derrotas sufridas a lo largo de 2017, cuando la división oposicionista no pudo impedir la constitución de la espuria constituyente, y se impuso sin anestesia el imperio de facto sobre el de jure, o sea, de las hechos sobre el derecho, sucedió que el país democrático amaneció derrotado, que perdió la MUD, perdieron los abstencionista, perdió Falcón, perdimos quienes creemos que todo proceso electoral es un acto de unificación y animación de la protesta, perdió el pueblo y con ello perdió Venezuela y lo peor es que no hay excusas para este desastre y, si queremos ser honestos, tendríamos que decir que en materia de culpas nadie se salva.
Perdieron las voces que desde el día 21, atrincheradas en la ilusión de una victoria, celebraron el “estruendoso silencio de las urnas” cantando loas a “la rebelión del pueblo que se negó a votar”, mientras, vaya paradoja, el CNE proclamaba ganador a Maduro, sin que el organismo fuese acosado, como debía serlo, por su comportamiento durante todo el proceso, por su evidente acoplamiento con la voluntad del régimen, al no poner reparos en la inconstitucionalidad de esos comicios y otros detalles habituales de su conducta que todos conocemos.
Perdimos los que defendimos la vía electoral al no poder convencer a la gente de que ese era camino indispensable para enfrentar al gobierno en la calle con un discurso capaz de descubrirlo en sus más íntimos errores, injusticias, contradicciones y fechorías, que dejaban al descubierto el inmenso desprecio que este régimen comunista tiene por la gente. Perdió el pueblo porque su suerte con esta realidad prolongada no tiene mejora alguna y sus penurias serán mayores.
También perdió el gobierno cuando su conducta chantajista, hecha a base del carnet de la patria, las bolsas CLAP, las amenazas de despojo a quienes habitan en la llamada misión vivienda si no votaban por él, no les funcionó y más de 2 millones de sus ex partidarios prefirieron abstenerse en señal de rechazo inequívoco a la mala conducta del régimen. Ese es el escenario real en el que está montado este largo período que llegó a tener forma de sainete y terminó por convertirse en una tragedia en la que ha triunfado el mal sobre el bien, la irracionalidad sobre lo racional, que nos arrastrará por mucho tiempo si las oposiciones no toman el camino de la unidad en un tiempo que ya pareciera estar pasando, si es que tomamos en cuenta que mientras hay un Frente Amplio y otros grupos que quieren lograr condiciones justas para ir a unas elecciones este mismo año, hay un frente abstencionista que dice que pensar en nuevas elecciones es una falta de respeto.
Ahora tenemos a una MUD fracturada en el campo de batalla, una nueva coalición formada por Henri Falcón, un frente dirigido por Vente Venezuela y el partido de Ledezma, líder que en el mejor momento de su lucidez declaró que si la Coordinadora Democrática no existiera era necesario crearla, y una mujer como María Corina Machado que en mayor momento de su euforia opositora declaró “somos mayoría”. Y ante esta división opositora este cronista se pregunta: ¿a cuál de esos grupos escuchará la comunidad internacional que ha sentenciado al gobierno como una dictadura? ¿Quiénes llevarán la voz cantante en este reinicio de la lucha? ¿Quiénes acudirán a la OEA, la ONU y demás organismos internacionales a exponer la inaguantable situación venezolana? ¿Quiénes serán los que se sentarán al llamado al diálogo planteado por Maduro con la cartilla ya preparada por Rodríguez Zapatero? ¿Cuán atendible será el discurso opositor irracionalmente fracturada? Las preguntas son muchas más, pero esta son suficientes y configuran una realidad negativa y perversa de donde tiene que partir una oposición irracionalmente fracturada como está y sin fuerza visible, a la hora de buscar un reencuentro unitario que ayude a levantar el ánimo de una sociedad frustrada, con los sueños rotos y una voluntad de lucha francamente mermada, si es que quiere permanecer en la lucha y definir sus estrategias para el futuro inmediato. Pienso que si alguna lección pudo haber dejado este 20 de mayo es que sin unidad y pensando solamente en Venezuela sin sentimientos e intenciones subalternas, no será posible derrotar a un régimen que abusa de su falta de escrúpulos, a la hora de defender el poder. Lamentablemente, los caminos tomados por las oposiciones cada día se alejan más y eso sí conduce a una perdición definitiva del país, de la democracia y por supuesto de la libertad. A no dudarlo esta historia continuará y veremos si es cierto aquella consigna lanzada desde el Frente Amplio, según la cual “Venezuela no se rinde”.