COLUMNISTA

Mayday, mayday, mayday

por Enrique Vélez Enrique Vélez

Maracaibo, 26 de julio del 2001.

En medio de un espectacular amanecer Marabino, donde el negro de la oscuridad, interrumpido a lo lejos por los relámpagos del Catatumbo cambia poco a poco, llenando el cielo con una paleta de tonos naranjas y rojizos imaginables, para dar finalmente paso a un sol brillante que termina por lastimar las pupilas. Desde la cabecera de la pista 02 izquierda, emprende vuelo el YV-1450 P, al mando de dos pilotos maracuchos, uno por nacimiento y otro por adopción.

El piloto, Franco Bellarosa, un italiano llegado a Venezuela en noviembre de 1955 cuando solo estaba próximo a cumplir sus 20 años. Con solo una maleta llena de juventud y esperanza, con el tiempo y a punta de trabajo duro, constancia y responsabilidad fundó una empresa familiar y se hizo empresario contratista de la industria petrolera. Surgió en un campo que requiere disciplina, precisión, conocimiento y nervios de acero, como lo es la movilización e izado de costosos equipos pesados de perforación y extracción petrolera.

Se hizo piloto en Anaco, estado Anzoátegui en 1975 y acumula para este momento 3.419 horas, de las cuales 2.330 son en el avión YV-1450 P, un Beechcraft Bonanza, fabricado en 1978 con serial N° 1220, el cual conoce y vuela desde hace 19 años sin nunca haber presentado problema significativo alguno. Como experto mecánico conoce su máquina y la cuida como todo aquel que cuida las cosas que tanto sacrificio le han costado obtener. Llegado el momento de cambiar su segundo motor, quiere cumplir su sueño de repotenciar su avión con un motor “Victor Black Edition Two” en Victor Aviation en Palo Alto, California.

El copiloto, Ignacio Luzardo, mejor conocido como “Nacho”, un joven marabino de 27 años, estudioso ingeniero industrial, graduado en la prestigiosa Universidad del Zulia, y un apasionado piloto que después de obtener su licencia, en poco tiempo ha logrado acumular unas 2.000 horas de vuelo. Obtuvo la licencia comercial de la FAA en Estados Unidos de América y trabaja profesionalmente con la reconocida empresa Tower Air, prestando sus servicios como piloto.

Franco acelera el avión y alcanzando los 70 nudos hala ligeramente el bastón y el pequeño avión despega, suben el tren de aterrizaje, elevándose suavemente, ponen rumbo 036° con destino a la isla de Providenciales, su primera parada. Son la 1:09 UTC como le indican desde la torre de control o 5:09 am hora local y proceden al cambio de frecuencia, comunicándose con aproximación.

Nacho carga un GPS portátil, Franco una pequeña computadora de pantalla de 7” con GPS conectado y un programa de “Moving Map”, el cual indica perfectamente la posición del avión.

A los 14 minutos alcanzando una velocidad de 106 nudos y una rata de ascenso de 600 ft/min, Nacho reporta con el APP o control de aproximación unas 20 millas fuera.

Pasado el archipiélago de Los Monjes en la posición N 13° 00’, W 71° 00’ con rumbo 360°, Franco cambia la selectora al tanque izquierdo y un par de minutos más tarde acciona el interruptor del tanque auxiliar para trasegar el combustible al tanque derecho. Nacho calcula que tendrán un total de 2 horas de combustible para el aeropuerto alternado.

Mirando la carta Jeppssen de navegación, Nacho le comunica a Franco estar próximos a entrar a la zona de control de Curacao y se reporta estimando 5 minutos para entrar a la zona de control del FIR.

Mientras miran el indicador del tanque derecho ir subiendo, trasegando el combustible del tanque auxiliar, Nacho se da cuenta de que la indicación de temperatura de aceite se encuentra más bajo de lo normal. Franco sin inmutarse le indica que es una situación normal y que basta reiniciar el interruptor maestro para que la indicación vuelva a su lectura normal y tan pronto terminen de trasegar lo hará.

Nacho comienza su comunicación con la APP Curacao, tienen ya una hora y diecisiete minutos de vuelo. Para no interrumpir las comunicaciones se abstiene de reiniciar el interruptor, cuando Nacho con voz firme le pregunta:

—Este indicador ¡¿por qué está en cero?!

—Ya verás –le replica Franco.

—No, no, ¡esta es la presión de aceite!

Con asombro Franco mira afuera buscando alguna indicación de fuga por la capota y su lado izquierdo.

—Todo limpio por aquí.

—Igualmente por aquí –le responde Nacho observando el lado derecho.

—¡¿Regresamos?! –pregunta Franco mientras reinicia el interruptor maestro y verifica la indicación de temperatura de aceite que ahora marca 78° C.

—Si esto fuera falta de aceite, ya el motor estuviera apagado… la temperatura del cabezal del cilindro, 190° C… mira –replicó Nacho.

Todo pareciera normal, no hay vibración, los regímenes de temperatura están normales, no hay rastros de aceite en el exterior. Pareciera una falla del instrumento. Deciden proseguir el vuelo, cuya primera parada es la isla de Providenciales y el destino final es Palo Alto, California.

No había pasado mucho tiempo cuando una fuerte vibración los saca de su incierto silencio.

—¡¿Qué es esto?! –pregunta Nacho, desconcertado pero su interior sabe a lo que se enfrentan.

—Es una emergencia –contesta Franco, mientras, tomando los tres controles del motor, baja las RPM, induce mezcla rica y reduce potencia.

—¡Mayday… Mayday… Mayday! –repite Nacho con voz dura y áspera por la radio, declarándose en emergencia.

—¿Qué tipo de emergencia? –pregunta el controlador en español.

—La bomba de aceite dejó de funcionar hace varios minutos, tenemos vibración en el motor y ya se va a apagar –responde Nacho con voz serena y en un tono más normal.

—¡Aruba!… ¡Rumbo Aruba! –decía Nacho mientras ya Franco había iniciado un suave viraje por la derecha.

Comenzó a entrar humo en la cabina, por su olor no era de combustión sino de aceite caliente. Nacho abanicó con la mano izquierda como para deshacerse del humo y siguió hablando en inglés con un avión de United Airlines. Franco abrió la ventanilla lateral y la cabina se despejó, pero sabía que en cualquier momento podría desatarse un incendio.

Ya con unos 7.000 pies de altura y reduciendo a 1.500 las RPM con una velocidad a 80 nudos, el motor terminó por apagarse.

Finalmente, a Franco, el silencio total solo le trajo a la mente los recuerdos de la familia. Carmen, su esposa, sus hijas, Cinzia, Eliana y Cristina, y sus nietos Sebastián, Andrés y Federico, así como las promesas pendientes de contarles el viaje. Ahora solo le imploraba a Dios la oportunidad de vivir para contarles esta real aventura.

No había nada que hacer con esa altura y distancia de Aruba, el amarizaje era seguro. Solo buscaban divisar un barco, pero no había nada en todo alrededor. Afortunadamente habían podido radiar su posición y alguien, con toda seguridad, los vendría a buscar.

Ya estaban preparados, se habían colocado los chalecos y tenían a mano la balsa salvavidas, estaban a escasos 4.000 pies de altura y el avión planeaba suave y sereno. Habían perdido comunicación con el controlador de Aruba, pero seguían teniendo contacto con el avión de United.

Ya con 1.000 pies se despidieron por la radio pidiendo que los fueran a buscar. Nacho entreabrió la puerta, colocando un zapato para mantenerla abierta. El azul oscuro intenso contrastaba con el blanco de la espuma que dejaban las olas a su paso, que ya de cerca se veían inmensas, se prepararon para el amarizaje.

Ya pronto a tocar, el agua bajaba y el avión también, se estaba formando una ola justo al frente. Dejaron de ver el horizonte y con la pared de agua que se había formado justo delante, terminaron chocando, el amarizaje había sido brusco, habían sido golpeados, pero estaban vivos.

Rápidamente Nacho salió manteniéndose parado brevemente pisando el ala del avión, tenía las piernas sumergidas unos 20 cm en el agua. Franco todavía sentado dentro del avión sentía el agua al nivel de su cintura. El avión se hundía rápidamente en un ángulo de unos 45 grados por el peso del motor, dejando poco a poco la cola en lo alto.

Franco, tomando el bote salvavidas sale casi nadando, tiene la rodilla derecha adolorida y un fuerte golpe sobre la nariz. Nacho recibe el bote y logra inflarlo, queda invertido, rápidamente sujeta la bombona de inflado y la hala hacia abajo haciendo que se incline, el viento lo ayuda y logra voltearlo. Subiéndose rápidamente estira el brazo, pero Franco algo aturdido del golpe, todavía con zapatos, con el chaleco sin inflar, nada con dificultad, pero logra alcanzar la mano de Nacho y sube al bote. No ha pasado un minuto y ya el avión con el golpe de una última ola desaparece sumergido en las profundidades del mar Caribe.

Ya en el bote y sentados frente a frente se percatan de la situación, Nacho tiene la cara llena de sangre, tiene un corte en la cabeza, Franco igualmente en la nariz y otro corte en la rodilla, cada uno se preocupa al ver la situación del compañero, pero están vivos, flotan dentro de una pequeña balsa y ya mucha gente conoce del incidente y su posición, tienen mucha suerte. Son apenas las 7:40 am.

No habían pasado 20 minutos cuando ya Franco empieza a sentirse mareado, logra sacar la cabeza inclinándose sobre la borda con ganas de vomitar. Sabe que deben mantener los líquidos corporales para no deshidratarse, pero no hay nada que hacer, termina expulsando un líquido oscuro sanguinolento, debe haber tragado sangre.

En ese momento logran oír el sonido característico de aviones de combate, son dos F-16, posiblemente a esa altura no los vean, pero ya los están buscando

Mientras transcurre el tiempo, cuando ya estaban casi secos, empieza a llover, Franco saca el agua con su zapato. En vano, pues al poco tiempo una ola les revienta encima y los pone nuevamente sentados en una piscina.

Pasada la lluvia, logran divisar un pequeño avión, lo identifican por dos ratoncitos pintados en la cola, es un Piper PA-28 basado en Aruba perteneciente a la empresa Rat Air, piloteado por Gregory Croes. Llegan hasta el sitio del amarizaje, pero la deriva del viento tiene a la balsa avanzando hacia el oeste y bajo la sombra de la nube, pareciera no haberlos ubicado.

Franco confía en sus amigos pilotos de Maracaibo, ellos con seguridad irán a buscarlos.

A las 10:15 se escucha desde el este, el sonido de motores. Nacho avista un avión antidrogas, un P3C Orión con radar de la USAF (United States Air Force).

—¡Nos están buscando! –dijo contento Nacho.

Pero igual que el anterior, fue directo al lugar de amarizaje, no los vio y siguió de largo.

A las 12:20 Nacho logra ver nuevamente un P3C Orión, esta vez es del SAR, servicio de rescate de Curacao. Después de varias vueltas, con las luces encendidas, les pasa rasante a tan baja altura que casi toca las crestas de las olas, arrojando dos bengalas encendidas, indicando la posición.

La alegría y desesperación de Nacho hace que quiera tirarse al agua a buscar la que tiene a solo unos 5 metros, Franco lo detiene, tienen horas arrojando agua con sangre en el agua, no es de extrañar que haya tiburones merodeando la balsa.

Al poco rato los sobrevuela el Aero commander YV 854 CP y Cessna 310 que identifican fácilmente, el avión de Renato Di Zio, en el iban Gaetano Di Zio, Alejandro Torres, Nixon Torres y Patrick White, hicieron una rasante con una serie de alabeo y se esfumaron hacia el sureste. No había duda estaban ubicados y en poco tiempo estarían a salvo.

Al poco rato un helicóptero Linx de la Real Marina holandesa, a cien pies sobre el agua les pasó por encima y se alejó hacia el oeste. Desde allí se acercó lentamente, evitando que el viento producido por el rotor golpeara la balsa, mientras el rescatista bajaba descendiendo desde la grúa de rescate, entrando fácilmente dentro del bote. Después de preguntar algo, le pasó a el arnés a Franco, se debe haber dado cuenta de su mal estado; este, sentado al fondo, mareado o casi recostado, se veía abatido. En pocos instantes, después de pasar los brazos por dentro del arnés y de un tirón, Franco se encontraba en el aire, el contacto con su medio lo reconfortó. Al llegar arriba, se ayudó con las manos para no golpearse nuevamente la cabeza, se sentó sobre la puerta, quitándose el arnés; se deslizó hacia atrás recostándose en la pared, respiró profundo, miró el reloj; eran las 2:00 en punto.

El rescatista bajó de nuevo; esta vez no fue nada fácil entrar en el bote, pues con menos peso, el bote se volvió más vulnerable a las olas y solo al sexto intento el hombre pudo atinar entrar en la balsa. A las 2:04 minutos, Nacho entraba por la portezuela del helicóptero. Se abrazaron, rieron, lloraron; solo les faltó cantar.

El trabajo conjunto de todos había hecho posible el milagro. Vivirían para contarlo.

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