Las formas abstractas se expresan en la plástica como creación antagónica de objetos y figuras representativas de nuestra realidad visible. El arte abstracto reclama ante todo imaginación o si se quiere singular percepción por parte del observador, un ejercicio mental que de suyo trasciende los parámetros de la lógica formal. Suele ser antítesis del realismo, del naturalismo ceñido a una mirada objetiva de la existencia, de la fotografía en cuanto arte traducido en imagen captada y casi perfecta de esa materialidad que observamos con nuestros propios ojos. La expresión artística deriva de formas, líneas y del contraste de colores que se armonizan suntuosamente, es el triunfo de la intuición, de la libertad, de la sensibilidad del intelecto humano. En una de sus vertientes –el abstraccionismo geométrico–, se manifiesta el cubismo imbuido en la geometría de las formas, también el racionalismo y su búsqueda de las verdades universales, sin referentes visuales, menos aún el propósito reduccionista de la realidad tangible a través de composiciones convencionales donde destaca especialmente la figura o el objeto en perspectiva.
Mateo Manaure, nuestro insigne maestro de las artes visuales, se adhirió al movimiento abstracto durante su permanencia en Paris a mediados del pasado siglo. Para algunos críticos de arte, es figura esencial en la expansión del abstraccionismo geométrico no solo en su Venezuela natal, sino en las Américas, a través de una obra reconocida, original, de singulares contornos y capaz de replantear temas y características propias de nuestra cultura. Espíritu de un ambicioso manifiesto que descubrimos en la misión propuesta por el grupo nombrado Los Disidentes –Manaure, Alejandro Otero, Vigas, Pascual Navarro, González Bogen, entre otros–: desarrollar una alternativa novedosa a los anquilosados cánones tradicionales de la creación artística, acogiendo la moderna intuición estética como vía para alcanzar nuestra genuina dignidad latinoamericana.
Una larga carrera artística permitió a Manaure experimentar con su fecundidad creadora y, a partir de allí, abrir nuevos caminos a través de sus obras incorporadas a la vida de la ciudad, así como también al imaginario venezolano. El genio del Villanueva arquitecto de la modernidad, se funde en su “síntesis de las artes visuales”, con el talento de intelectuales que sugieren, como Mateo Manaure, acometer ese inagotable diálogo contemplativo con miles de espectadores que diariamente transitan claustros, accesos diversos, espacios abiertos –también cubiertos– y avenidas enclavadas en una de las obras arquitectónicas más admirables de todos los tiempos. Razón tienen quienes subrayan la contribución plástica de Manaure en la Ciudad Universitaria de Caracas, como esencia de su legado para la posteridad. Todo un conjunto de murales, vitrales y policromías –27 obras esmeradamente escogidas por Villanueva–, desdoblan su virtuoso abstraccionismo geométrico, representativo de la que para entonces era nuestra vanguardia artística, nuestra potencialidad transformadora del pensamiento y de las ideas.
Pero Manaure no se queda en sus preliminares indagatorias, antes bien, no cesa en su búsqueda de nuevos caminos para la revelación plástica, sigue experimentando en expresiones diversas que expone en Suelos de mi tierra, la reivindicación de un paisaje abstracto con cierto contenido figurativo y decididamente espiritual. También el indigenismo se hace parte de su dimensión creadora. Y vuelve sobre los caminos andados, como suelen hacerlo los grandes intelectuales, con sus Columnas policromadas, entorno de investigaciones de un cierto carácter constructivo, recreadas en el mismo abstraccionismo geométrico de los primeros tiempos. Fue precisamente en esos años que tuvimos el privilegio de conocerlo, de tratarlo con alguna frecuencia, incluso de visitarlo en su taller. Buen amigo de mi padre, solía siempre recordar aquellos años cincuenta en que ambos se conocieron y compartieron sueños sin orilla en la entonces pujante Universidad Central de Venezuela.
Se nos va el maestro en esta hora aciaga que vive la República, tan distante de aquella esperanzadora que motivó sus maravillosas creaciones intelectuales de la Ciudad Universitaria de Caracas –perdimos el rumbo, no hay duda, pero igual podemos retomarlo si acreditamos voluntad de cambio–. Nos queda su obra como legado imperecedero y el ejemplo de quien no fue conformista ni resignado ante la atrofia del pensamiento y de la acción creadora de sus contemporáneos. Ojalá que las nuevas generaciones de venezolanos reflexivos, se inspiren en Manaure y Los Disidentes, al momento de concebir y de lanzar una propuesta novedosa, refrescante y sobre todo necesaria al tiempo de reanudar nuestro destino como nación.
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