La decisión de Donald Trump de suspender la adhesión de su país al acuerdo multilateral que desde 2015 existe con Irán, a través del cual se impusieron limitaciones al programa nuclear iraní a cambio del levantamiento de sanciones internacionales, ha originado una gran polvareda en el planeta.

Los chinos fueron de los primeros en dejar sentado su desacuerdo. Fue en Pekín donde se reunieron los dos cancilleres involucrados, Wang Yi y Mohamad Yavad Zarify. El chino no tardó en declarar que este pacto en la realidad “contribuye a preservar el régimen de la no proliferación, así como la paz y la estabilidad en el Medio Oriente».

Nobleza obliga. China es un cliente muy preferido del país petrolero, que le vende a la gran nación asiática un tercio del crudo que coloca en los mercados externos, lo que los convierte en socios preferidos además de indisolubles. Pero allí no está el meollo del problema.

La denuncia de Estados Unidos del pacto que involucra a los miembros del Consejo de Seguridad en un tema de seguridad planetaria representa para las relaciones bilaterales entre las dos más grandes potencias mundiales un nuevo motivo de desencuentro. Frente a la posición de Washington, que se sustenta en su convicción de que Irán ha continuado con un plan armamentista nuclear a pesar de su compromiso de detenerlo desde 2015, Pekín ha argumentado que el Organismo Internacional de Energía Atómica, encargado de la vigilancia del plan, ha confirmado la corrección de las actuaciones de Teherán en el terreno del cumplimiento con el pacto. Solo en el caso de que hubiera habido una violación flagrante y comprobada del lado iraní de su decisión de no continuar con su plan armamentista se justificaría esta denuncia norteamericana. China fue una de las naciones que hizo causa común recientemente con los restantes signatarios en tratar de convencer al presidente norteamericano de la inconveniencia de ceder ante las presiones israelíes que están en el trasfondo del asunto.

Al darle el presidente de Estados Unidos la espalda al resto de sus socios, en la tarea del mantenimiento de la paz planetaria, comete un desatino que puede convertirse en un detonante de serios conflictos bélicos en un área ya amenazada por tensiones ancestrales de muy difícil manejo.

Con la imposición de nuevas y más fuertes sanciones a Irán, lo que parece ser el segundo capítulo de esta saga dentro de la voluntad norteamericana, Estados Unidos obliga al resto de los miembros del pacto y a China, más que a cualquier otro, a hacerse solidarios de la parte iraní por meras razones de seguridad.

Este penoso asunto viene, además, a alimentar la rivalidad entre los dos colosos en un mal momento, es decir, en la antesala de una guerra comercial. En pocos días las dos grandes naciones deberán de nuevo sentarse a tratar de avanzar en arreglos para disminuir los desequilibrios en sus intercambios después de haber fracasado estrepitosamente en un primer intento. En el ánimo chino esta nueva fricción con Estados Unidos los predispone negativamente a cualquier tipo de concesión que sea necesaria hacer.

Así pues, además de inconveniente, este torpe paso de Washington resulta ser extemporáneo y se constituye en una equivocada manifestación de superioridad que no contribuye a las buenas relaciones con ninguno de los cuatro grandes, pero con China más que con el resto.


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