Actualmente, abunda una visión del mundo donde, a pesar de los conflictos, las guerras y las diferencias, se puede avanzar en alcanzar la paz entre naciones. Esta ha sido durante años la perspectiva convencional, sobre todo en Occidente. Este prisma benévolo y optimista apuesta por la conformación de un mundo democrático, liberal y pacífico, en el que la interdependencia económica, las instituciones internacionales y la democratización ayudarán a construir un mundo mejor. El progreso es posible.
Contrariamente, los conceptos y retóricas de poder, (in)seguridad e interés nacional nublan el proyecto pacifista y democrático y son amorales al profundizar una narrativa de discordia. En fin, como ciudadanos amantes de la paz tenemos que materializar la idea del filósofo alemán Immanuel Kant y desechar la visión lúgubre del inglés Thomas Hobbes: aquel mundo anárquico que precisa Hobbes es cosa del pasado, mientras el futuro es a la imagen de Kant: Paz Perpetua, democracia y libertad.
Sabiendo esto, no fue nada sorprendente cuando actores de distintas tildes ideológicas y provenientes tanto de las grandes potencias mundiales como de las naciones en desarrollo hostigaron a Josep Borrell, jefe de la política exterior de la Unión Europea (UE). Borrell afirmó en un evento que “la interdependencia sola no garantiza la paz,” criticando que los europeos han “leído mucho a Kant, y poco a Hobbes”. Lo más polémico fueron sus palabras siguientes: “Vivimos en un mundo peligroso. Los europeos hemos construido un jardín rodeado de jungla, y si no queremos que la jungla invada el jardín… tendremos que comprometernos mucho más con la jungla”. Esto generó desagrado inmediato al Borrell asemejar el mundo no europeo como una jungla y a Europa como una avanzada sociedad pacífica—un jardín.
La política exterior europea al mando de Borrell es, la mayoría del tiempo, altamente cuestionable— sobre todo en política de la UE hacia Venezuela. Pero en esta ocasión, hay que reconocer que Borrell se cayó del burro: su declaración no ha podido ser más exacta, más precisa y más correcta.
Para entender a Borrell —y las relaciones internacionales—correctamente, hay que adentrarse brevemente en las filosofías de Kant y Hobbes. En sus escritos del siglo XVIII, Kant propone la idea de la “Paz Perpetua”, alcanzada mediante la creación de una “Liga de la Paz” (foedus pacificum) formada por gobiernos republicanos que se rijan por profundas relaciones comerciales. La lógica de Kant, aplicada a nuestros tiempos, es que la interdependencia económica, especialmente entre naciones democráticas conglomeradas en un orden liberal internacional, harán que la guerra y los conflictos entre naciones sean innaturales e irracionales, llegando así a la “Paz Perpetua”. Para Kant, los países “deben renunciar a su libertad salvaje y sin ley” y someterse a un ordenamiento internacional basado en el derecho, normas y coexistencia pacífica. En pocas palabras, Kant enfatiza la posibilidad de un mundo pacífico mediante el poder de la democracia, del comercio y del llamado derecho internacional.
En su lugar, Hobbes tenía una visión mucho menos optimista del mundo, reflejada en su obra Leviatán (1651). La filosofía hobessiana ha tenido un impacto enorme en política internacional por su aserción, correcta, de un mundo anárquico en donde no hay un Leviatán que pueda garantizar la paz entre naciones. “Es manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos”, argumentaba Hobbes. En una situación de anarquía, “la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”. Por muy obscura que se entienda la idea de Hobbes, el inglés reconocía “las pasiones que inclinan a los hombres a la paz”; es decir que, como sociedad, queremos naturalmente vivir en paz y harmonía. No obstante, a falta del Leviatán que gobierne las relaciones entre países, y dada la condición de anarquía que caracteriza al sistema internacional, la paz nunca esta garantizada. Una apreciación contemporánea de la realidad hobbesiana la detalla Robert Jervis: “En un mundo así, sin soberano, cada Estado está protegido sólo por su propia fuerza. Además, los estadistas se dan cuenta de que, aunque los demás no alberguen actualmente ningún propósito agresivo, nada garantiza que no lo desarrollen más adelante”.
¿A qué se refería Borrell entonces cuando dijo que hemos leído mucho a Kant y poco a Hobbes, o cuando hizo la analogía de la jungla y el jardín? Simplemente, Borrell ha abogado por salir de la burbuja kantiana promovida por Occidente sobre la “Paz Perpetua”; y, en su lugar, entender, comprender y emprender una política exterior teniendo en cuenta la perenne realidad descrita por Hobbes. El mundo es anárquico, la selva también. La UE ha construido un orden importante como una institución supranacional que armoniza las políticas europeas; eso es, por analogía, más alejado de una selva y más similar a un jardín.
Un mundo kantiano es lamentablemente inviable. ¿Cómo se logra que países como Rusia, China, Corea del Norte o Irán sean democráticos? Los intentos de social engineering y democratización en Libia, Afganistán e Irak demuestran las inmensas dificultades para alcanzar este objetivo. Igualmente, la interdependencia económica entre la UE y Rusia no ha reducido el conflicto armado. ¿Qué asegura que en el futuro la interdependencia con China garantice la paz? Ni hablar del poco o nulo poder de las instituciones internacionales como la ONU. Intentar recrear el mundo a la imagen de Kant es idealista y hasta iluso; operar bajo las premisas de Hobbes es una receta más realista, responsable y eficaz en política internacional.
Incluso el jardín kantiano europeo, donde sus democracias se rigen por un orden liberal amparado por una profunda interdependencia económica, no puede escapar del mundo hobbesiano. La potencial amenaza europea no recae únicamente en Rusia o del Brexit, sino en la perpetua “cuestión alemana”. Alemania siempre ha sido un país hegemónico y poderoso. No es dato menor que luego de la Guerra Fría y la reunificación alemana, los británicos, franceses y rusos favorecieron la permanencia de Estados Unidos y la OTAN en Europa sabiendo que tal arreglo mantendría a los alemanes pacificados. Sin embargo, Hans Kundnani, autor de La paradoja del poder alemán, expone que “la ‘cuestión alemana’ ha reemergido en forma geoeconómica… creando inestabilidad dentro de Europa de forma análoga” a la inestabilidad creada por Alemania entre 1871-1945. Incluso Europa, en su jardín, no puede estar perpetuamente segura y en paz. Como precisa Kundnani: “En resumen, Europa puede no haber sido un paraíso Kantiano después de todo”.
A manera de conclusión, Borrell valerosamente ha despertado a Hobbes. Aconsejo, entonces: Más Hobbes, y menos Kant. Este debe ser un mantra permanente para evitar caer en cuentos de hadas y formular políticas de mutuo beneficio, pacificas y eficaces dentro del marco de la realidad internacional.