El marxismo cultural es una construcción teórica que interpreta y aplica conceptos marxistas en términos socioculturales en lugar de económicos, utilizando una síntesis de las ideas de Karl Marx y de Sigmund Freud. Comenzó formalmente con la fundación de la neomarxista Escuela de Frankfurt, en Alemania, en 1924. Este creó una serie de ideas como forma de subversión contra los valores tradicionales como la familia, la religión, la sexualidad y el nacionalismo. Esta subversión cultural se disfrazó bajo el eufemismo de Teoría Crítica. Para ganar su creciente influencia sus discípulos han buscado obtener el control de todas las instituciones culturales como escuelas, universidades, medios de comunicación y la industria del entretenimiento. La aportación intelectual de Antonio Gramsci consiste en argumentar que Marx estaba equivocado. Argumentó que los verdaderos cambios políticos no se generaban modificando la estructura económica como sostuvo Marx, sino, modificando la superestructura. La hegemonía en Gramsci se da en un terreno de gran trascendencia: el de los valores, creencias, identidades y, en definitiva, el de la cultura.
Así como el marxismo clásico sostiene que en el capitalismo el obrero es oprimido, el marxismo cultural argumenta que la cultura occidental, o la raza blanca, o los varones, o los heterosexuales, oprimen a toda la sociedad, especialmente a ciertas minorías. El protagonismo de las ideas de Freud es total, y de ahí que las cuestiones sobre sexualidad tengan tanto peso en el marxismo cultural.
La nueva “lucha de clases” del marxismo no está en el campo económico, sino en el de los valores expresados por la cultura, como bien lo postula Gramsci: “La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados «orgánicos» infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios”. Para Horkheimer, director de la Escuela de Frankfurt, “la manera de destruir la civilización occidental es el ataque sistemático a todos sus valores, no la formulación teórica de una sociedad alternativa”. El marxismo cultural de Marcuse y la Escuela de Frankfurt ya no va dirigido hacia el proletariado, sino a los hijos de la alta burguesía y las clases medias (por eso es que dominan en los estudiantes de Los Andes, Externado y la mayoría de las universidades más costosas de Colombia). Para el marxista cultural, es la cultura la que determina unas relaciones de producción imaginarias: un obrero de la construcción, hombre blanco y de civilización occidental es un explotador, mientras que un deportista millonario africano es un explotado. El marxismo cultural no se basa en ideas, sino en dogmas. Estos dogmas los intenta imponer a menudo dotándolos de un aparente discurso crítico, científico o rompedor.
Sin embargo, Cid Lazarou discrepa de esta visión predominante del marxismo cultural, para él desde el mismo Manifiesto Comunista, se instaura esta versión del marxismo. ”Lo que ha cambiado en realidad es una cuestión de semántica. En el fondo, se trata de dos escuelas de pensamiento dentro de los círculos marxistas, que comenzaron casi tan pronto como el marxismo mismo. Los primeros revolucionarios marxistas creían que el comunismo solo se logrará a través de la lucha violenta. Por el contrario, a los marxistas gradualistas no les gusta este método, ellos creen en una transición gradual al comunismo transformando a la sociedad desde dentro”.
La penetración de las capas influyentes de la sociedad y su toma del poder a través de este mecanismo gradual del marxismo ha sido tan total que, como explica David Horowitz en The Black Book of the American Left (2014), el fenómeno de la “corrección política” es en realidad una versión actualizada de la definición de “línea de partido” de la vieja izquierda. Esto es, la unidad de acción destinada a demonizar a los oponentes, a convertir a la disidencia en desviación y a exigir a los fieles que reduzcan las realidades complejas a meras consignas políticas. ”(Javier Venegas, Disidentia, 30/4/2018). “ El “marxismo cultural” traslada todas las pugnas dialécticas y enfrentamientos de “la burguesía contra el proletariado”, a las luchas de las minorías previamente mencionadas, valiéndose de los recursos de la victimización y la infantilización social. Estas minorías, quizás, desconocen el propósito por el cual están siendo usadas por la izquierda ideológica: echar por tierra la cultura occidental, destruyendo a su vez instituciones como el cristianismo y el concepto tradicional de “familia”, a fin de derrocar por completo al capitalismo. (Cristian Gil, Mas Libertad, 18-04-2019).
Un ejemplo claro de la dominación del marxismo cultural es en la educación, así: “Althusser, con su análisis de los Aparatos Ideológicos de los Estados, nos permite conocer la importancia de la escuela en la provisión de la ideología adecuada a la función que debe desempeñar cada cual en una sociedad dividida en clases” (Gil Ribero, Laberinto, # 14). Siguiendo esta línea doctrinal Dave Hill postula un manifiesto marxista para la educación, en él propugna una reinvención y revigorización de la pedagogía crítica por medio del análisis y la acción marxista.
Toda esta larga introducción lleva dos fines: 1) Demostrar la existencia del marxismo cultural desde un punto de vista objetivo, 2) alertar sobre su gran avance sin que ningún líder ni colectividad política o social se haya tomado esto como una lucha fundamental.
Que el marxismo cultural no es una conspiración fascista está claramente demostrado en lo arriba expresado. Ahora bien, ¿qué sucede en Colombia al respecto?
Desde la Constituyente de 1991, en la cual la extrema izquierda tuvo un rol relevante, se comenzó a transmitir una ideología fuertemente inspirada en el marxismo cultural. El carácter garantista de la Constitución, con un discurso benévolo de derechos humanos y protección de las minorías, en realidad dio piso a la penetración del marxismo cultural en todas las instituciones. La Corte Constitucional cooptada por el marxismo cultural ha instituido una dictadura judicial tendiente a la instauración de los patrones del marxismo cultural, por medio de la destrucción de valores como la religión, la familia, la libertad de educación, etcétera.
El discurso totalitario del marxismo cultural ha impregnado todo el sistema educativo colombiano, desde el preescolar hasta las universidades, en estas ni las más conservadoras ( La Sabana, La Sergio) han estado inmunes de esta infiltración. Ni hablar de las universidades “ liberales” (Los Andes, Externado) y finalmente las públicas están bajo una férrea dictadura marxista.
La estrategia arriba citada de crear conflictos inexistentes entre “oprimidos” y “opresores” ha calado con fuerza en la institucionalidad colombiana, al punto de que la ideología de género domina totalmente la institucionalidad colombiana, al extremo que el Plan Nacional de Desarrollo la entroniza como política de Estado.
Ante tan tenebroso estado de las cosas muy pocas personas (Samuel Ángel con su cruzada político-religiosa, Ariel Peña, con sus eruditas columnas de profunda orientación ideológica y María Fernanda Cabal, con tweets y columnas) y ninguna institución ha tomado el marxismo cultural como bandera política, tal como debería ser.
A la jerarquía católica le interesa más hacer proselitismo comunista como lo hacen los obispos de Cali y Tunja, o tener un silencio complaciente ante estos; los partidos evangélicos denunciaron lo de la ideología de género, pero hasta allí, yo como partido religioso le retiraría el apoyo al gobierno si no cambia radicalmente su postura pro ideología de género, el Partido Conservador y el Centro Democrático, ni siquiera han hecho mención al tema. Igualmente, ningún gremio, sindicato, agrupación cultural, social, todo el país parece estar subyugado ante el marxismo cultural ¿será esto una demostración del éxito de este desde la educación, que ha inculcado un relativismo en los valores en las generaciones presentes? Salve Dios entonces, a las futuras, serán monstruosos engendros marxistas. Hay que frenar el totalitarismo del marxismo cultural en la educación.