No se trata de ningún fenómeno, la popularidad de María Corina Machado se disparó porque es percibida como la única dirigente política con guáramo, capaz de meterse en un vagón del Metro de Caracas, o de aparecer en un hospital para reconfortar a madres y esposas de pacientes, donde el Estado ha sido incapaz de brindar insumos y medicinas para salvar la vida de los enfermos.
Así como se presenta en la frontera para reunirse con los ex presidentes y con el nuevo mandatario colombiano, es capaz de bajarse de su carro, armada con un teléfono celular, para grabar y enfrentar a los hombres enviados por los cuerpos de seguridad del Estado con el inútil propósito de intimidarla.
Pero más allá de su evidente valentía para sortear un sinfín de situaciones persecutorias, María Corina, desde su irrupción en la arenga política, ha sido coherente con sus posiciones: cuando encaró a Hugo Chávez en el Hemiciclo, o cuando le rompieron la nariz en plena sesión de la Asamblea Nacional y la despojaron arbitrariamente de su investidura, a pesar de que era la diputada que había obtenido mayor número de votos. Y habría que recordar que, desde ese momento, se hizo evidente la falta de solidaridad y aversión de diversos factores opositores que prácticamente la execraron de la MUD.
La líder del movimiento Vente Venezuela no le hace concesiones a nadie, ni al gobierno ni a esa oposición que en su empeño por conservar espacios está dispuesta a bajarse los pantalones para dialogar con el representante del régimen, José Luis Rodríguez Zapatero, y ha terminado por coexistir con la dictadura y limpiarle sus crímenes y tropelías.
María Corina ha denunciado los fraudes electorales convenientemente olvidados por algunos partidos políticos, que ahora se preparan para participar en las elecciones de concejos municipales convocadas por el CNE para el próximo 9 de diciembre. María Corina es percibida como una líder que no se va a rajar ni doblegar, que no desistirá en su empeño de desalojar lo más rápido posible a la “narcodictadura” que convirtió en un infierno la vida de los venezolanos.
El régimen quiere neutralizarla, meterla presa y callarla –algo conveniente para esa “oposición oficialista”–, se han inventado planes magnicidas para involucrarla con declaraciones forjadas de supuestos testigos que aseguran que ella es parte de una conjura militar. Si hay alguien que no puede ser acusada de colaboracionista es María Corina. Según los últimos análisis de la encuestadora Meganálisis, 84,6% de la base opositora cree que políticos de oposición colaboran abiertamente para que Nicolás Maduro continúe en el poder. Mientras crece la decepción hacia ese liderazgo que se muestra disparatado, estancado y sin estrategias para salir de la crisis, aumenta la credibilidad de María Corina, que nos presenta una agenda para la transición con seis puntos: “1- Atender la crisis humanitaria. 2- Estabilizar la economía. 3- Resolver la crisis de seguridad interna. 4- Ejercer la soberanía en el territorio nacional. 5- Abordar la infraestructura y los servicios de manera inmediata. 6- Reinstitucionalizar los poderes públicos.
Tenemos el deber de escucharla sin el prejuicio puesto a rodar por gente que proviene de la izquierda, que la acusan de representar la derecha, la ultraderecha y el radicalismo. Ella se define ideológicamente como centro-liberal, una postura centrista que no luce conservadora. En el actual ambiente de derrota generalizado, María Corina es la única que insufla ánimo y esperanzas sobre una salida que se manifiesta en mayor presión interna y externa, sin tener que esperar que “esto se caiga solo” o esperar hasta las elecciones de 2025.
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