Por los guaidosianos aires que corren, no habrá un Juicio de Nüremberg venezolano. ¿Imaginable un Konrad Adenauer o un Willy Brandt invitando a Goebbels y a Hitler a participar en la primera elección que se celebrase en Alemania después de abril de 1945? Cuando Alemania fuera derrotada por los aliados y Hitler, en lugar de pedirle auxilio a un obispo alemán siguiera el curso dictado por su hombre entonces de mayor confianza, Joseph Goebbels, como para designarlo su sucesor, a saber: pegarse un tiro luego de asesinar a esposa y a sus seis hijos, todos infantes.
Si la justicia venezolana es, en rigor, tanto o más infame que la justicia del Tercer Reich, con sobrada razón catalogada como Justicia del Horror, otros son los hombres, otro el sentido del honor, otro el sentido del deber. Veo un espeluznante video de unos facinerosos zulianos, seguidores del gobernador de Maduro, que manipulan entre carcajadas los labios de las cabezas de dos infelices recién degollados por ellos, mientras el autor del crimen se ríe en off y se burla de los ultimados por ser seguidores de Guaidó. Causa suficiente como para degollarlos.
Refleja el grado de horror y de infamia al que ha llegado la crisis venezolana y pone suficientemente de manifiesto las razones por las que dos tercios, por lo bajo, de la población venezolana restante en el país –74% según la encuestadora Meganálisis, 90% según el sentido común– aprueba y clama por una intervención capaz de enfrentarse, derrotar y castigar con la justicia del honor a los degolladores del régimen. Que bastan dos dedos de frente para comprobar que ninguna elección purificará el espíritu burlón de los asesinos que nos desgobiernan. Ni los convencerá –digan los electoreros de siempre lo que digan– de moverse un milímetro de las curules que ocupan. Asesinos y narcoterroristas que continúan en las suyas perfectamente conscientes del secreto vínculo, voluntario o involuntario, que los une a la dirigencia opositora que, sabiendo del horror imperante y la objetiva imposibilidad de derrotarlos pacíficamente, insisten en su juego de tronos: compartir el poder con los asesinos e impedir, por cualquier vía, incluso la tolerancia del degüelle, que otra Venezuela política se asome tras una intervención humanitaria. Una oposición liberada del socialismo, del caudillismo y del populismo congénito de la oposición tradicional venezolana. Y ellos deban volver a terminar sus estudios suspendidos para empinarse en las galerías del triste, desangelado e impotente “poder” opositor.
Es el fondo y la esencia de la tragedia que vivimos: la inconsciencia, la inmoralidad, la banalidad y la monstruosa irresponsabilidad de la clase política venezolana, que refleja, naturalmente, la frivolidad, la banalidad y la inescrupulosidad de la clase social que la sustenta. Que se aferra al primer figurón ignorante que prometa la lampedusiana cuadratura del círculo: cambiarlo todo para que no cambie nada, salir de una sangrienta y cruel tiranía con un pas de deux, limpiar el escenario de cadáveres barriéndolos debajo de la alfombra y hacer como que aquí no ha pasado nada.
Salvo un milagro, y es extraordinariamente improbable que bajo el papado de un jesuita argentino de izquierdas aún los haya, seguiremos acostados con el chavismo opresor, en este concubinato monstruoso. Jugando a la impotente insurrección de marchas bailantes y elecciones fraudulentas. Venezuela perdió el sentido del honor, como si hubiera sido arrollada por las hordas del marqués de Sade. Dios la ampare.