Aún no puede decirse que se ha registrado un retroceso significativo en el consumo de la población china como consecuencia del clima de inseguridad que pudiera estarse generando frente al futuro ocasionado por el ambiente de guerra comercial que los mandatarios de China y Estados Unidos han querido sembrar en el mundo. En todo caso, al interior de China el sentimiento de desazón común en estos casos ha podido ser manejado gracias a una campaña muy proactiva de generación de confianza emprendida desde Pekín.
Es que los consumidores al interior del gigante son particularmente sensibles a amenazas de naturaleza externa y, al contrario de los occidentales que gastan para estar protegidos en los malos tiempos, el ciudadano asiático se inhibe de tomar grandes decisiones cuando los tiempos apremian o el horizonte no está claro. La ansiedad se traduce en no consumo y el fenómeno comienza por manifestarse, en una primera instancia, en la abstención de los particulares frente a las compras de montos significativos, para luego trasladarse la inhibición al terreno del gasto más corriente.
Es por ello, pues, que el día a día de las compras hogareñas aún hoy se mantiene inalterado mientras comienza a evidenciarse una actitud prudente en los gastos del hogar de mayor calibre o que pueden considerarse una inversión.
El mercado automotor es uno de los primeros que está siendo afectado por la prudencia ante el gasto. Luego, por tradición, sigue el resto. El año pasado China vendió dentro de sus fronteras 29 millones de carros. Los Estados Unidos alcanzaron a colocar 17 millones. Pero la gran preocupación de la industria automotriz nacional y foránea es que el crecimiento del consumo no solo se ha detenido sino que está dando marcha atrás. Hay alertas ya activadas en torno al efecto que una demanda restringida vaya a tener sobre toda la industria a escala global. 30 años seguidos de expansión del mercado automotor no hacían avizorar a sus protagonistas que el mercado pudiera encogerse y retroceder de manera tan brusca. Puede haber otros elementos cíclicos o estructurales que afecten de manera particular a este sector, pero hay que observarlos de cerca. Porque estos desajustes tienen implicaciones en más de un sentido. China tampoco está dispuesta a renunciar a los ingresos que empresas como Volkswagen, GM, Nissan, BMW y Daimler’s Mercedes-Benz, ni tampoco a los miles de empleos que generan.
La política expansiva de la economía china –la oficial– perseguida a partir del inicio del siglo ha sido la de promover el crecimiento más en el lado del consumo que en el de la inversión. Y de hecho entre 2007 y 2017 el consumo agregado de los hogares chinos, que representaba 13% del consumo de los hogares americanos, se catapultó a 43%. A pesar de este éxito, la contribución de este consumo al producto interno bruto apenas alcanzó 40% el año pasado. Así que el trecho por andar es aún largo.
Por lo anteriormente esbozado es que el efecto disuasivo del consumo que pueda generarse como consecuencia del agresivo clima comercial externo es mirado con gran recelo por quienes se ocupan de formular las estrategias de largo plazo para un conglomerado humano tan vasto como el chino. Y es necesario estar dispuesto a provocar un viraje estratégico si los decibeles suben de tono, como está siendo el caso.