En los últimos días han aparecido algunos dirigentes opositores planteando la conveniencia de modificar el orden de la Hoja de Ruta decidida por la Asamblea Nacional para lograr el cambio político: proponen colocar en primer lugar la lucha por conquistar la realización de elecciones presidenciales apegadas a la legalidad constitucional y relegar a un segundo plano lo referente al cese a la usurpación.
Considero justo y conveniente que las estrategias y las tácticas sean revisadas periódicamente a la luz de su eficacia en relación con el objetivo planteado, pues no deben asumirse de manera dogmática y menos en una situación tan compleja e inédita como la venezolana.
Quienes plantean el cambio en la prelación dispuesta por la AN parten de la evaluación de que lo del cese a la usurpación se ha convertido en un obstáculo al cambio.
Difiero de tal criterio porque considero que las fuerzas democráticas han avanzado de manera significativa desde enero a esta fecha hasta el punto de revertir la situación política con la que cerró el año 2018.
Enero amaneció con un régimen a la ofensiva, fortalecido por la convicción dominante de que había logrado imponer su proyecto de dominación y de que no había nada que hacer, que teníamos chavismo gobernante para rato. Sensaciones y realidades incongruentes en un país con una crisis de la magnitud que experimentamos y con una sociedad mayoritariamente partidaria del cambio.
La situación antes descrita mutó drásticamente a consecuencia de la reconstrucción de la unidad democrática vía AN, de la decisión de desconocer a Maduro como presidente por usurpador, de poner en marcha la Operación Guaidó Presidente (e) de la República y de poner en marcha la mencionada Hoja de Ruta.
Esta vasta maniobra política concertada con actores nacionales e internacionales de primer orden ha devenido en una poderosa operación de pinzas que ha colocado al régimen chavista a la defensiva y creado serias dudas sobre su capacidad y posibilidad de concretar sus objetivos continuistas.
Lo anteriormente glosado demuestra que la estrategia y la táctica asumida por las fuerzas democráticas fueron y siguen siendo correctas. Es verdad que el objetivo central no se ha logrado todavía, pero también lo es que pareciera estar más cerca. Y en esa Hoja de Ruta lo del “Cese a la usurpación” es un elemento legitimador y movilizador clave. Entonces, en aras de qué supuesta ganancia subordinarlo.
Por otro lado, hay que preguntarse si el chavismo está dispuesto a negociar seriamente la realización de unas elecciones presidenciales con todas las garantías del caso (lo cual sería la admisión de que la presidencia de Maduro es ilegal e ilegítima) como lo solicitan la Unión Europea y algunos de sus amigos residuales: el gobierno uruguayo y el dominicano, por ejemplo. No hay ningún gesto, indicación o iniciativa del régimen en tal dirección; lo que presenciamos todos los días es una terquedad y obstinación suicida en refugiarse en la FAN, la amenaza y la intimidación.
Por tanto, luce de una ingenuidad y un voluntarismo desmedido insistir en una fórmula, que a la luz de las circunstancias actuales es inviable porque el régimen se niega a facilitarla.
Las fuerzas democráticas deben continuar con su política de resistencia pacífica y presión contra la dictadura, la cual no hace más que perder terreno y retroceder. Se encuentra desbordada y sin respuesta a la crisis en progreso y ha tenido que reconocer la pertinencia y necesidad de la ayuda humanitaria. Incluso, ya se habla de que emergen diferencias serias en la cúpula oficialista sobre qué hacer. Y se percibe mar de fondo en el mundo castrense.
Lo relevante, a estas alturas, es que la tendencia al cambio es cada vez más fuerte y con posibilidades de hacerse irreversible, solo el terrorismo de Estado puede detenerla. El cómo, el cuándo, modalidades y protagonistas están por verse.