COLUMNISTA

El mandato

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Veinte años de despojos, humillaciones y derrotas le tuercen a uno el ánimo, el alma. Sobre todo, creo, a los que ya hemos caminado gran parte del camino vital. Tanto que debemos hacer un penoso trabajo interior para mantenernos en pie de lucha. No huir a otros paisajes lejanos o íntimos. No ceder al pesimismo radical: total la vida es una gran burrada, como dijo una vez Julio Cortázar…pero no hay otra. Mantener los valores y los fines. Tragarnos lo que tengamos que tragarnos pero cumplir la precaria tarea, sin necesariamente saber muy bien las razones para hacerla nuestra, a lo mejor sin últimas razones, solo porque nos asquea el mal calculado o nos turba la indefección de quienes lo padecen sin conciencia plena de su condena. O no queremos callar ante la injusticia, la que hoy leemos sobre Requesens y los Requesens del pasado y los Requesens del futuro.

Ante todo no seguir la manada. El mundo que vivimos transforma todo en espectáculo. La precaria alegría de poseer un automóvil lujoso o la guerra de Siria. Y los jingles de dicha suenan por todos lados, desde la publicidad de cada minuto hasta psicologías necias, de risitas. Todo muy bien mezclado. Después del dentífrico que abre las puertas del éxito pasamos en el noticiero al terremoto tercermundista de Tailandia o a los migrantes negros ahogados en el Mediterráneo cerca de playas de surfistas blancos. Saber y poder de los medios, verdad y posverdad, que nos constituye.

¿Más crueldad que nunca? Difícil saberlo, qué es de la realidad y qué del teatro del mundo, ahora electrónico, por ejemplo. O qué datos privilegiamos, los hay correctos y grotescos. O qué zona del globo. O qué zona de la zona. Pero vemos cada cosa.

Por estos días el hombre más poderoso del mundo le dijo a otro muy poderoso, mafiosos ambos, una cosa de notoria importancia y cuando lo abuchearon dijo lo contrario dos días después ante el planeta todo, sin pestañar. Y por aquí mismo, mundo de pobres, un chofer llevó la memoria escrita de diez años de robos y de robos millonarios de sus jefes encumbrados. Como aquí y como allá y más allá se roban el dinero del hambre, en cantidades asombrosas. Israel para los judíos solamente, crueldad y racismo dice el gran escritor judío Víctor Grossman. En Brasil un elogiador de los tiranos y torturadores de no ha mucho, que denigra públicamente de los negros y los gays, puntea en las encuestas para presidenciales y elige otro gorila apologista de las tiranías de vicepresidente, los votantes son de izquierda y de derecha. Los italianos, como Trump, no quieren más condenados de la tierra en la suya verde y florida. Estos días y al azar.

Claro que hay gente buena, no es el punto. Gente que se bate, que reclama con voz gruesa, que da clases a pesar de todo, que cura a pesar de todo, que pinta o escribe a pesar de todo…

Pero no es cuestión de dar una visión del mundo en cuatro mil caracteres con espacios. Solo que quería una tonalidad para decir que, nada, que tenemos que cumplir con nuestros deberes en un mundo que trafica placeres. Y claro que queremos que esta banda de trúhanes que nos atropella, ¡durante veinte años! , se largue para siempre y pronto y que los que no comen coman y los que se mueren hoy vivan mañana y que se respire mejor éticamente hablando y haya paz en las calles. Pero no hay que alterar el orden de los factores. Debemos cumplir con el mandato imperativo, así sea desde el erial, lo mejor posible por supuesto, y luego vendrá o no, pronto o distante, la victoria. A lo mejor muchos no la veremos… o quién quita. En todo caso eso es lo que muchos han hecho en la historia y en escenarios más tétricos. Con ello a lo mejor sosegamos nuestra angustia un poco, no mirando tanto el resultado como el mandato y también es posible que esa notable inversión nos haga paradójicamente más certeros, al menos más constantes. La pregunta no es cuándo sale el tirano sino lo que podemos hacer cada uno de nosotros por restituir la dignidad colectiva, a sabiendas de que somos parte de una especie animal que para su altivez y su desgracia posee el inefable don que le permite ante todo pensar en el bien y el mal, las posibilidades de su libertad, también su finitud.