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¿Magnicidio o tiranicidio?

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Nicolás Maduro denunció que desde el despacho Oval de la Casa Blanca dieron la orden de asesinarlo, y responsabilizó al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y al presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, de cualquier atentado contra su vida. Los planes de magnicido, supuestamente orquestados por los gobiernos de turno en Estados Unidos –Bush, Clinton, Obama, Trump– con el respaldo de la derecha nacional, están demasiado trillados.

Chávez era experto en crear matrices de histeria general, con muchas variables de sus extravagantes teorías sobre el magnicidio; se paseaba desde el envenenamiento hasta el estallido del avión presidencial, que sus seguidores le creían a pie juntillas junto con todo tipo de fábulas sobre atentados, secuestros y conspiraciones ficticias producto de las manías persecutorias que caracterizaban su voluntad temperamental, espíritu vengativo y su naturaleza criminal, al fabricar incidentes en los que Venezuela terminó perdiendo toda compostura y circunstancia.

Hay que recordar el vergonzoso chantaje petrolero de Chávez al presidente dominicano Hipólito Mejías porque permitió al ex presidente Carlos Andrés que residiera en República Dominicana, pretendía que lo expulsara por planificar una supuesta conspiración en su contra. La repuesta inmediata de Pérez no pudo ser más sugestiva al asegurar que un magnicidio contra Chávez sería un “tiranicidio”, algo que sus detractores interpretaron como una incitación al asesinato político.

Ese. globo de ensayo fue todo un escándalo y terminó con la salida del ex presidente Pérez de República Dominicana, alertado por la presencia de sicarios, entre venezolanos y colombianos presuntamente de las FARC, fuertemente armados, que entraron con pasaportes venezolanos y se encontraban en la sede de la Embajada de Venezuela con el propósito de asesinarlo (tiranicidio versus gochicidio).

En cambio, Nicolás Maduro no atina en su intención; aburre hasta lo indecible y fracasa en el intento distraccionista del magnicidio urdido por Trump-Borges. Tremendo caliche con el cual no alcanza a generar miedo ni crear desasosiego, ni mucho menos aumentar su audiencia. La puesta en escena del magnicidio no tiene nada de inédito, es un guión para monitorear lealtades revolucionarias y confianzas castrenses sacado de la maquinaria cubana que tiene más de 60 años rodando.

El gobierno, con el apoyo de la sincronizada inteligencia cubana, reactiva una campaña para promocionar el magnicidio. Maduro acaba de estar en La Habana recibiendo instrucciones del viejo dictador para intentar capear las últimas sanciones de Estados Unidos y Canadá a funcionarios de su gobierno, familias y testaferros que los mantienen contra la pared, sin capacidad de movilizar sus finanzas y la prohibición de ir a destinos que les son muy apetecibles.

Las sanciones se han convertido en la coartada perfecta para justificar el empobrecimiento e imponer una sujeción totalitaria a toda la sociedad. Las fuentes de desestabilización de la dictadura venezolana están en la grave crisis humanitaria que sufre el país y en el cerco internacional, donde Nicolás Maduro ha sido estigmatizado como prototipo de dictador del siglo XXI, debido al voluminoso expediente sobre violación de los derechos humanos y por el narcotráfico que salpica a sus colaboradores, civiles y militares. Un narco-estado significa una amenaza real para la seguridad de la región y del mundo.

El fin deseable para Maduro no será el tiranicidio, sino un asiento en el banquillo de los acusados ante la Corte Penal Internacional de La Haya.

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