No ha sido posible librarnos del dictador. De acuerdo con lo que se esperaba, y pese a los pronósticos de algunas encuestas que vaticinaban un resultado apretado en medio de una participación que superaba la mitad del padrón electoral (fantasías inexplicables a primera vista, y a segunda también), sigue sentado en el trono. Fueron muy pocos los que le dieron los votos que no necesitaba en un proceso controlado por el PSUV y por los recursos del peculado, pero bastantes para cumplir el rito de un simulacro que lavara las cicatrices y las llagas que abundan en un cuerpo trajinado y voluminoso. No se lavó en aguas lustrales porque el domingo pasado hubo sequía de ellas, pero cierta ducha y una minúscula pastilla de jabón ofrecieron sus secuaces para que se presentara con alguna muestra de aseo en el acto menguado de una victoria sin pelea ni antagonista. Pero sigue allí, como si cual cosa. Tal es el punto principal de la actualidad que padecemos.
Sigue allí contra la voluntad del pueblo, si consideramos cómo los electores se negaron a participar en una fiesta que no les concernía. Tal vez estemos frente al punto de mayor trascendencia en el análisis del suceso. El dictador clamó por una compañía que le fue esquiva. Programó una fiesta rumbosa que se quedó sin invitados. Nadie quiso su comida porque el anfitrión no había sido obsequioso en anteriores ocasiones, sino todo lo contrario, y porque se adivinaba la precariedad del menú. Pero precisamente la ausencia de los convidados remite a la respuesta que se pueda dar al fenómeno a través del cual un hombre abandonado de soporte popular mantiene la posibilidad de seguir reinando sin la preciada plataforma. ¿Por qué continúa en las alturas del poder, si parece que no lo quieren ni en su casa?
Porque nadie tiene una respuesta certera sobre la distancia establecida entre elección y electores que acaba de suceder. Las mayorías no quisieron pasar el puente, o no pudieron porque no existía. Se puede pensar que el vacío fue una inspiración de la MUD y del Frente Amplio, pero es mucho suponer. Los promotores de la abstención no hicieron mayor cosa para profundizar el mensaje. Lo anunciaron y después hicieron un mutis que fue apenas interrumpido por presentaciones fugaces que no se caracterizaron por la profundidad ni por la oferta de las ideas que se concretarían después del festín desierto. Pero un mensaje tan ligero, y quizá igualmente tan irresponsable, pudo ser descartado con facilidad si se encontraba el anzuelo adecuado para pescar votantes. Se pudo reemplazar el silencio por un ruido caudaloso, por una oferta que deslumbrara a la clientela, por una figura atractiva y prometedora. ¿No estaba servida la mesa, según los oradores de los contados mítines, para llenarla con nuevos ingredientes y con comensales ávidos? Sin embargo, nos quedamos a la espera de lo que pudo ser un desenlace salvador. Si los primeros instigadores de la abstención apenas se asomaron a la arena, los animadores del voto y el aspirante a la alternativa vieron la lidia desde el burladero, después de algunos faroles de adorno, porque carecían de elementos para enfrentarse a la res amorcillada. Aún amorcillada, la res tiene cuernos y arrobas para evitar proximidades peligrosas.
Los que se atribuyen la paternidad de un agujero que no cavaron, y aquellos que después no supieron rellenarlo, deben enfrentar el desafío de una sociedad que impuso la autonomía de su conducta. El comportamiento de los electores no es un hecho que pueda pasar inadvertido porque, según puede jurar el opinador, fue una exhibición de beligerancia, una advertencia que solo se ha hecho contadas veces a través de nuestra historia. Un movimiento subterráneo brotó hacia la superficie porque le vino en gana para mover el piso del dictador que se aferra a tierra resbaladiza, pero también para llenar de valladares el camino de sus adversarios. Allá el dictador con sus cálculos y con su búsqueda perentoria de supervivencia. Pero lo menos que pueden hacer los opositores que equivocaron sus cálculos, tanto los supuestos animadores de la ausencia electoral como los que no fueron capaces de calentar el ánimo colectivo que necesitaban como si fuera oxígeno, es juntarse en un solo cenáculo para sacar las cuentas de sus limitaciones. Tal vez traduzcan con eficacia la lección del pueblo y encuentren un candil que de veras alumbre.
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