COLUMNISTA

La madre

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Puede ser que en determinadas circunstancias la neguemos, la olvidemos y no nos importe saber de ella, pero si nos caemos aparatosamente, si alguien nos hiere o nos sorprendemos ingratamente, de inmediato nos acordamos de ella y exclamamos: ¡Ay, mi madre!

Arthur Rimbaud, el poeta francés, odiaba a la madre, y despectivamente la llamaba mother.

Una jueza chavista sentó jurisprudencia cuando dictaminó que no es ofensa sostener que nuestras madres son flores de la calle y liberó de una demanda en su contra a un ordinario animal televisivo que ofendió al director de El Nacional, de Caracas.

El simbolismo de la madre se asocia al simbolismo del mar y de la tierra en el sentido de que los tres son útero y fuente de vida. El mar y la tierra son símbolos del cuerpo materno. El de la madre es ambivalente porque al mismo tiempo que es vida también es muerte, puesto que se la asocia a la “madre terrible”, tiránica, devoradora y castradora. Nacer es emerger a la vida desde el vientre de la madre. Morir es volver a la tierra que es como regresar a esa madre autoritaria que nos esteriliza.

Todavía chapoteamos en la podrida pesadilla del castro-chavismo-madurismo que se ha comportado en las dos últimas décadas como una madre descorazonada castigándonos día a día, mandándonos a dormir sin haber comido porque no hay harina PAN para hacer una arepa. Por eso pregunto: ¿cuál madre estamos celebrando? ¿La que nos castiga brutalmente como si fuéramos vampirizados soldados de cuartel o la que sonríe cuando al salir le pedimos la bendición y ruega que Dios nos acompañe y nos libre de todo peligro, es decir, que no nos encontremos con ningún colectivo o algún guardia nacional?

Cuando García Lorca llora la muerte de Ignacio Sánchez Mejías y ve la sangre del torero, asegura que no se le cerraron sus ojos cuando vio los cuernos cerca, pero dice que Ignacio se estaba muriendo porque las “madres terribles” levantaron las cabezas, es decir, que las madres aparecen como sentido y figura de la muerte. Para los simbolistas, regresar a la “madre” significa morir.

El problema es que en una sola hay muchas madres. Una, castigadora; otra, que nos acaricia. La de más allá es dura, y la otra es generosa. Hay la que abandona al marido y a los hijos y se va con el amante. Contrariamente, hay padres que se ocupan de sus hijos con más amor, empeño y dedicación que la madre. ¿También los festejamos hoy?

La canción de cuna, sin embargo, nunca favorece al padre: ¡Arepita de manteca pa’ mamá que da la teta! ¡Arepita de cebada pa’ papá que no da nada!

Hay madres perversas pero también, lo reconozco, padres repulsivos. El mío resultó distante y poco amistoso. Se le cruzó a mi mamá, una niña rica caraqueña, y la descuartizó; le dilapidó la fortuna y le clavó seis hijos. Ella fue una madre pasiva, enferma, buena lectora, indulgente. Me habría gustado que fuese más activa y, en lugar de manos finas y cuidadas, mostrar garras y menos docilidad. Pero le tocó, como mujer, una sociedad en la que solo los machos ordenaban. ¡Ya lo dije una vez, el hombre del Neanderthal sigue recorriendo el valle de Caracas!

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que se le permitía a un hombre, un solo día al año, andar por la calle llevando un ramo de flores: ¡el Día de la Madre! Hacerlo en otro momento suscitaba y continúa suscitando profundas sospechas sobre sus apetencias u orientaciones sexuales.

Cuando murió mi madre yo tenía 11 años. A los niños en aquellos años treinta o cuarenta del siglo XX se les alargaban los pantalones cuando entraban en la adolescencia, cuando los gallos comenzaban a salirles de la voz, se hacían hombres y se les pronunciaba la nuez de Adán. Pero a mí me los alargaron no para que me hiciese hombre a destiempo, sino para que el falso niño enlutado apareciese vestido de hombre en los funerales de la madre.

La avidez comercial inventó un día para cada una de las profesiones, oficios o existencia animal o humana. El día del abogado, de la oficinista, del perro, del niño, de la enfermera o del policía y la obligación de hacerles regalos, es decir, “comprarles” un regalo. Al aproximarse el Día de la Secretaria aparecen en las calles pintas de doble sentido: “¡Secretaria aprieta las nalgas que ahí viene tu jefe!”. Y entre los 360 días que tiene un año solo hay uno para el niño, para la madre o para Nicolás Maduro. Y el regalo que generalmente recibe la madre es una sartén, un microondas, una aspiradora, “para que no tengas que barrer tanto, mamá, y continúes tus obligaciones como la buena ama de casa que sigues siendo”.

Habrá que dejar a las madres tranquilas lavando los trastos en la cocina o agitándose en los negocios o en la política. ¡Oficinistas, escritoras de temple! Seres amorosos o tiránicos. ¡Nacer o morir!, exclama el indeciso Hamlet que soy.