COLUMNISTA

Luis María Padilla

por José Alfredo Sabatino Pizzolante José Alfredo Sabatino Pizzolante

Se cumple ahora otro aniversario del fallido golpe de junio de 1962 que, recordado como el Porteñazo, enfrentó el presidente Rómulo Betancourt. No fue el único que se produjo luego de las elecciones de diciembre de 1958, pero sí el más serio y sangriento, pues las andanzas de los partidos de izquierda PCV y MIR, y el triunfo de la revolución cubana y su temprano empeño en exportar el modelo comunista, convirtieron al país en un verdadero hervidero cuyo epicentro estaba en los cuarteles.

Los acontecimientos comenzaron el 2 de junio en la madrugada con el alzamiento de la Base Naval, cuando los rebeldes capitán de fragata Pedro Medina Silva, capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez y capitán de corbeta Víctor Hugo Morales ponen en marcha el plan desestabilizador, que consistió en tomar las instalaciones militares y ocupar los sitios estratégicos de la ciudad, usando la Infantería de Marina y la Policía Naval, junto con los guerrilleros entonces presos en el castillo y algunos civiles. El gobierno actuó contundentemente, el mismo día del levantamiento tomó el aeropuerto local, despachó unidades navales y movilizó tropas y equipos blindados, apoyados por la Fuerza Aérea. En cuestión de pocas horas la ciudad se convirtió en un campo de batalla, cuyas grotescas imágenes aún perduran en la memoria del colectivo. Sofocada la revuelta, una terrible cifra: más de 400 muertos, aunque en realidad nunca se conocerá la cantidad exacta, innumerables heridos y detenidos. Los cruentos enfrentamientos de La Alcantarilla quedaron plasmados en varios documentos gráficos, el más célebre de los cuales captó al sacerdote Luís María Padilla, párroco de Borburata y capellán de la Base Naval, socorriendo a un moribundo soldado, oportuno testimonio del reportero gráfico Héctor Rondón Lovera, más tarde galardonado con los premios WorldPressPhoto (1962) y Pulitzer (1963).

No imaginó monseñor Padilla que su valiente gesto en momentos tan aciagos se perpetuaría en una fotografía que dio la vuelta al mundo, como tampoco pudo anticipar que su proceder le valdría la antipatía de algunos de los cabecillas de la asonada militar, tal y como sucedió con el capitán Medina Silva. Hecho poco conocido es el lance epistolar entre ambos, con ocasión de una entrevista que el sacerdote concedió a una revista, poco después de los hechos que protagonizó, en la que afirmó que en el fragor de la contienda los sublevados le arrebataban de los brazos los heridos para rematarlos en su presencia.

En agosto de 1962, el capitán Medina Silva, para la fecha preso en Valencia, le recriminó lo dicho en una misiva que encabezó como sigue: “Después de un prolongado examen de conciencia y con marcado sentido analítico de la determinación que hoy tomo, me dirijo a Ud. con el propósito de elevar a su conocimiento la profunda huella que ha dejado en mis sentimientos religiosos su actuación”. Aplaude el militar el gesto de socorrer a los heridos durante el desarrollo de la batalla, pero lo acusa de aparecer en un reportaje vulgar y paquinesco “en plan –un poco exagerado si se quiere– de héroe de película, cuando para mí y sin temor a la ofensa, para nuestro Dios estaba Ud. cumpliendo con un deber elemental”. Monseñor Padilla, desde su apacible Borburata, le respondió en extenso y airado verbo: “Mi misión la cumplí donde hubo sangre, dolor y muerte, y donde sin advertirlo me tomaron la foto que tanto ha molestado a Ud. En el campo auxilié sin distingos y en la retaguardia, donde lo dantesco se confundió con lo demoníaco. Ud., esto no lo vio, porque muy tempranamente sus errores militares y tácticos lo hicieron caer infantilmente en manos de sus compañeros traicionados por Ud.”. Convino con el militar en su afirmación de que aparecía en la fotografía en actitud de héroe de película, “con la diferencia –escribe– de que la película es ficción despreocupada y esta fue realidad desesperante…”.

Más adelante, no sin cierto sarcasmo, el sacerdote remata: “El examen de conciencia que Ud., dice realizó ha debido ser de sus faltas y de las consecuencias de su desafuero al armar el Porteñazo para arrepentirse y no para decir luego con jactancia y pocos escrúpulos ‘vencidos físicos porque en la fortaleza de nuestras conciencias y en el latir de nuestros corazones vibra y vibrará la pureza de nuestras causa’. Esa pureza de ideales no la descubro por ningún lado, toda vez que la fuente de inspiración de todo político honrado debe ser la Constitución, las leyes y la honestidad de principios, y en lo que Ud. ha hecho no aparece sino conculcación de la Constitución, rebelión contra las leyes, ambición, descontento y una trayectoria de crímenes y sangre”.

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