Las panaderías sin pan, las farmacias sin medicamentos, los supermercados sin los artículos de la dieta tradicional venezolana y con precios inalcanzables para los demás alimentos básicos que solo se consiguen a duras penas. En los hospitales públicos la gente fallece por falta de los insumos clínicos más elementales. En cualquier lugar, incluidas las propias viviendas, el hampa desbordada cobra las vidas de quienes tienen la desventura de toparse con ella. Mientras tanto, el régimen suprime los derechos democráticos del pueblo y trata de modificar la Constitución para establecer definitivamente el modelo de sociedad totalitaria, de índole castro-comunista, que ha sido siempre su objetivo.
En las calles, jóvenes que no han conocido otra realidad política que la actual, ofrendan sus vidas, que apenas comienzan, luchando contra los agentes de un orden perverso que los reprime de manera brutal, irracional e ilegal para impedir el paso de las marchas opositoras pacíficas (que dejan de serlo en ese momento) por los cotos sagrados de la “revolución”, espacios públicos secuestrados por las turbas chavistas armadas desde el 11 de abril de 2002, cuando los pistoleros de Puente Llaguno y los ubicados por los alrededores, emboscaron y dispararon a mansalva contra una multitud desarmada que se dirigía a Miraflores a pedir la renuncia de Chávez (la cual aceptó), causando una veintena de muertos y más de un centenar de heridos. Al momento de escribir este artículo, el último de estos muchachos sacrificados, Neomar Lander, cayó con una frase en sus labios: “La lucha de pocos es para el beneficio de muchos”. Así lo afirmó su madre ante el ataúd que contenía el cuerpo destrozado de su hijo.
Toda esa pavorosa realidad, tan escuetamente narrada, es el legado de la “revolución bolivariana”, del “socialismo del siglo XXI” o, más acertadamente y con menos humos, el chavismo ramplón, puro y simple, en sus casi diecinueve años de existencia. Ese modelo socio-político, caprichoso y errado, que en mal momento se incrustó en el cuerpo de la nación, llegó al poder gracias a un sistema democrático que le permitió nacer, crecer y competir electoralmente sin trabas de ninguna especie. Es el mismo sistema que hoy, desde el poder, niega, por todos los medios, esas mismas condiciones y facilidades a quienes lo adversan. Para burla y oprobio del país, quienes lo dirigen y encarnan tienen el tupé de hablar del “protagonismo del pueblo”, de la “democracia participativa” y de tantas otras fantasías plenas del mayor cinismo y del más grosero engaño.
La realidad que estamos viviendo y sufriendo se ha mantenido durante tanto tiempo, y se sostiene hoy a duras penas, por el apoyo cómplice de la Fuerza Armada Nacional, que para mayor estigma nacional, se cubre con el nombre del Libertador para denominarse “bolivariana”. Muy lejos de ella está esa calificación, y más lejos aún, pisoteadas por la horda castro-chavista, yacen sus banderas con aquellas consignas de “el honor es su divisa”, “ejército de libertadores” y otros más que solían proclamarse. Mucho tendrá que hacer la FAN en el futuro mediato para reivindicar su nombre ante las nuevas generaciones de venezolanos, porque ante las actuales eso no será posible. Muchos pensamos actualmente que Venezuela, como Panamá y Costa Rica, estaría mucho mejor sin ella. Para entender ese sentimiento basta estudiar el desempeño de esa institución armada a lo largo de nuestra historia.