“Nuestras investigaciones y análisis muestran que el Estado venezolano se apoya en los servicios de inteligencia y sus agentes para reprimir la disidencia en el país. Al hacerlo, se están cometiendo graves delitos y violaciones de derechos humanos, incluidos actos de tortura y violencia sexual. Estas prácticas deben cesar de inmediato, y los responsables deben ser investigados y juzgados de conformidad con la ley”, dijo Marta Valiñas, presidente de la Misión Internacional Independiente de Determinación de Hechos sobre Venezuela de la ONU.
Todos los días, miles de personas son torturadas en comisarías, oficinas de seguridad y prisiones de todo el mundo. Las organizaciones de derechos humanos protestan contra la tortura y abogan por los sobrevivientes, pero ni ellas ni el público saben mucho sobre los torturadores.
Christopher Justin Einolf, profesor asociado del departamento de Sociología de la Universidad de Northern Illinois, a partir de un proyecto de historia oral realizado por el Instituto de Derecho de Derechos Humanos de la Universidad DePaul, que pertenecían al Proyecto de Historia de Irak, analizó las historias de catorce de los extorturadores estadounidenses en aquel país, después de la caída de Saddam Hussein. Esas personas fueron entrevistadas sobre lo que hicieron y por qué lo hicieron.
No todos los testimonios coinciden con el estereotipo del torturador como un brutal interrogador policial, impulsado por un sadismo retorcido. Más bien se ha encontrado que los torturadores a menudo no son tan sádicos como personas normales que, bajo ciertas circunstancias, se hunden en una rutina de horror íntimo en la que hieren o mutilan a otro ser humano (pienso en particular en el caso de Linda Loaiza), mientras se mantienen al margen de los gritos y la agonía de sus seres humanos víctimas.
La mayoría de los hombres que fueron entrevistados expresaron pesar por lo que habían hecho. Algunos de ellos atribuyeron su elección de carreras a infancias traumáticas en las que soportaron la violencia de padres alcohólicos y abusivos. Uno explicó que odiaba mucho a su padre y “tenía un fuerte deseo de vengarse de él”.
La mayoría de la gente asume que torturar a otro ser humano es algo que solo una minoría es capaz de hacer. Abofetear o golpear a otra persona, exponerla temperaturas extremas, electrocutarla, requiere de otras personas activas que deben lidiar con niveles imponentes de contacto físico que violan todas las normas de interacción interpersonal.
Torturar a alguien no es fácil, y someter a otro ser humano a la tortura es estresante para todos excepto para los psicópatas. ¿Qué se necesitaría para que una persona común torturara a otra persona, quizás la electrocutara, incluso hasta el punto de la (aparente) muerte?…
Posiblemente en los experimentos más famosos de la psicología social, el difunto Stanley Milgram de la Universidad de Yale investigó las condiciones bajo las cuales la gente común estaría dispuesta a obedecer las instrucciones de una figura de autoridad para electrocutar a otra persona. La historia de estos experimentos se ha contado a menudo. Yo misma lo hice en estas páginas en un artículo titulado “Cuando las sociedades se vuelven locas”, publicado el 11 de enero de 2021.
Cuando la tortura se institucionaliza, se convierte en posesión de un grupo alojado en ministerios secretos y fuerzas policiales secretas. Bajo estas condiciones, los apoyos sociales y las recompensas están disponibles para amortiguar los extremos de comportamiento que surgen, y los actos se perpetran fuera de la vista del público.
En “Ninguno de nosotros éramos así antes” (2010), el periodista Joshua Phillips cuenta las historias de algunos de esos soldados estadounidenses en Irak que recurrieron al abuso, el tormento y la tortura de los prisioneros. Una vez alejados del teatro de guerra y de la camaradería del batallón, lo que les vino a continuación fue una culpa intensa, duradera, muchas veces incapacitante. También padecen del trastorno de estrés postraumático y el abuso de sustancias. El suicidio no resultó raro como consecuencia.
Pienso -y espero- que los torturadores que han actuado en Venezuela padezcan de todos estos efectos y más. Para los monstruos de sus jefes, que los mandaron a entrenar en los peores antros que hay para ello, y para quienes pudiendo evitarlo no hicieron nada, no espero otra cosa que cárcel de por vida, porque no fue que perdieron la brújula moral interna: también sus condiciones de seres humanos.
@cjaimesb