COLUMNISTA

Los próximos seis años de Maduro

por Javier Vivas Santana Javier Vivas Santana

Finalmente, el neototalitarismo de Maduro y la cúpula de un mal llamado Partido Socialista “Unido” de Venezuela (PSUV) se adueñaron de nuestra nación. Desde que Nicolás Maduro asumió la presidencia del otrora país petrolero en 2013, a raíz de la muerte de Hugo Chávez, muchas cosas han sucedido para el desquiciamiento político, económico y social de la patria natal de Simón Bolívar.

Maduro fue reelegido en 2018 por unas arbitrarias elecciones que adelantó una nefasta “constituyente” que solo tenía presencia oficialista y cuya acción bastó para que una parte importante de la oposición se abstuviera y el aspirante a la reelección, además de presentarse prácticamente solo para esos “comicios”, se mantuviera ilegítimamente en el poder, pero cubierto por la seudolegalidad del Tribunal Supremo de Justician (TSJ) y el resto de los órganos de un “Estado” sujeto por voluntad de quienes controlan el poder político.

Venezuela, que durante el primer sexenio de Maduro, vivió no solo tales años de decrecimiento económico, sino de las más altas tasas de inflación, durante su segundo sexenio la situación fue peor, porque el país registró una hiperinflación anual que comenzó en 20.000% hasta terminar en 350.000% en el año de 2024. Durante este período fue espantosa la crisis social que el gobierno siempre achacó a una “guerra económica” derivada de sanciones impuestas por Estados Unidos, Europa y hasta países de América Latina y Asia que también se sumaron a cerrarle el paso a su neototalitarismo.

Entre 2018 y 2024, el país veía a diario cómo emigraban miles y miles de venezolanos por tierra, aire y mar, algunos lo lograban, otros hasta morían en el intento. El gobierno incluso dispuso a través de la “constituyente” una ley de “justificación emigratoria profesional” para impedir especialmente que médicos y universitarios en el resto de las ciencias de la salud, así como ingenieros, arquitectos, y docentes en las áreas más especializadas abandonaran el país. La cédula de identidad fue eliminada a través de un decreto, y todas las operaciones de instituciones tanto públicas como privadas debían ser realizadas a través del “carnet de la patria”. Desde una factura hasta el pago de impuestos. Desde la inscripción en una escuela hasta el registro para cualquier “ayuda” del gobierno.

Los hospitales y ambulatorios se convirtieron en letrinas humanas donde la gente moría por falta de oxígeno, simples fármacos y cualquier tipo de cirugía u operación, porque no se contaba con los más esenciales materiales médicos-quirúrgicos. Las escuelas y liceos quedaron destruidos en todas sus infraestructuras. Además, todos esos espacios educativos fueron tomados por los denominados “colectivos”, muchos de ellos integrados por bandas y mafias juveniles que azotaban a todas las comunidades subyacentes. Era doloroso ver el espectáculo de niños y adolescentes apostados en el suelo recibiendo “clases”, sin la posibilidad de comer, porque aquel programa bandera de alimentación escolar desapareció por completo, no solo por la falta de presupuesto, sino por la terrible escasez de alimentos que padecía el país, como efecto de nulas importaciones y la quiebra total del campo venezolano, razón por la cual, era común ver estudiantes y trabajadores que, además de no poder ocultar sus severas deficiencias nutricionales, terminaban desmayados en “horario escolar”.

La situación de esos años generó que más de 70% de los docentes abandonaran sus funciones para dedicarse a otra forma de supervivencia o simplemente emigrar. Ni hablar de las universidades, las cuales luego de que la “constituyente” decretara la anulación de la autonomía universitaria, fueron prácticamente asaltadas en su contexto académico y curricular para imponer el control político del PSUV. La crisis interna fue de tal magnitud que todos los espacios se convirtieron en centros de proselitismo en favor de la “revolución socialista”, lo que terminó originando una alta deserción estudiantil agravada porque los estudiantes no tenían comedor, ni transporte, y déficit de profesores universitarios.

Diversas instituciones como la Universidad Central de Venezuela (UCV), Universidad de los Andes (ULA), Universidad de Oriente (UDO), Universidad del Zulia (LUZ), Universidad de Carabobo (UC), Universidad Simón Bolívar (USB), todas fueron agrupadas bajo lo que llamaron el nuevo “sistema público socialista y revolucionario de educación universitaria”. La primera institución comenzó a llamarse Universidad Central Revolucionaria “Hugo Chávez”, la segunda pasó a denominarse Universidad Soberana del Pueblo de los Andes, la tercera fue “rebautizada” como Universidad Socialista del Eje Oriental, la cuarta como Universidad Fronteriza y Socialista de los Pueblos Indígenas, la quinta como Universidad Socialista para la Nueva Economía Industrial del Centro, y la última como Universidad de los Ejércitos Libertadores de Simón Bolívar. La Universidad Nacional Abierta (UNA) fue eliminada, y en cuanto a las principales universidades privadas, aquellas que no aceptaron que sus autoridades fueran impuestas por el gobierno de Maduro, tenían que seleccionar entre su expropiación o eliminación. De hecho, fue tan inmenso el nivel de destrucción de nuestra educación universitaria, que diversos países decidieron no reconocer títulos de egresados de universidades controladas por el madurismo a partir de 2020.

Por supuesto, que en todo ese contexto de profunda desolación, todos los servicios públicos llegaron al clímax del desastre. El parque automotor venezolano se envejeció de tal manera que solo circulaban los carros y camionetas nuevos que solo podían ser comprados por quienes estaban en grandes funciones del gobierno. La mayoría de la gente caminaba para llegar hasta sus destinos porque esperar una unidad de transporte público era muy extraño, salvo que el viajero decidiese montarse en cualquier unidad destartalada o en un camión sin barandas. El Metro de Caracas, además de que había que utilizar el “carnet de la patria” como tarjeta “prepago”, apenas pasaba un vagón en promedio cada 45 minutos, lo que generaba inmenso caos social para transportarse por allí, sin obviar que todas sus estaciones se habían convertido en nidos permanentes de la delincuencia que también hacía de las suyas en todo el país. La electricidad era suspendida por lapsos de 8 hasta 12 horas por día entre horarios diurnos y nocturnos. El agua era suministrada de manera muy esporádica por camiones cisternas, porque fallaba generalmente en casi toda la geografía nacional.

La empresa petrolera quebró en toda su magnitud que hasta para poder satisfacer su deteriorado consumo interno tenía que importar combustibles, los cuales eran muy complejos encontrar por las sanciones internacionales que pesaban sobre el gobierno de Maduro, al punto de que Venezuela para poder pagarle a China y Rusia los préstamos que tenía con esas naciones debió entregarles toda la faja del Orinoco, sin contraprestación económica para el país, salvo para quienes conformaban la cúpula del PSUV en sus distintas conformaciones en el plano nacional y regional.

Y en ese contexto, el resto de la población se hundía en la más miserable de la podredumbre social. Ante esa realidad, era imposible protestar porque la “constituyente” junto con Maduro, y el aval del TSJ, aplicaban una ley general contra la “desestabilización” política, que generaba juicios sumarios contra los críticos o inconformes, cuyas penas oscilaban entre 20 a 50 años de cárcel, incluyendo embargo sobre todos sus bienes.

El comercio y la industria desaparecieron casi en su totalidad. Todo quedó en manos del “Estado” que decidía qué se podía comprar en comida con los llamados “bonos” o “salarios” que eran depositados en las “tarjetas de la patria”, lo cual era insuficiente para satisfacer las más básicas necesidades humanas.

Venezuela con seis años más de Maduro al frente del poder, murió como república. Sus ciudadanos fueron secuestrados en su propio país, y la cúpula perversa del poder logró generar el Holodomor del siglo XXI al destruir a la patria de Bolívar.

¿Permitiremos los venezolanos que se escriba esta historia ante unos hipotéticos seis años más de Maduro en el poder? Solo en nuestras manos tenemos el poder de cambiar nuestro presente y futuro.