A T. Hernández y F. Gerbasi exilados con retorno.
Todo aquel que padezca la difícil calidad de vida que hoy tenemos en Venezuela, que sea honesto, que haya tenido que irse a otro país, que haya sido víctima de la represión del gobierno y del hampa y que deteste la manera de gobernar y cómo unos pocos han estafado a la nación y afectado los intereses de muchos, son –independientemente de su visión de mundo, credo, color de la piel o militancia política– los opositores al régimen de Nicolás Maduro.
La oposición está desarmada y repudia la violencia en cualquiera de sus formas. No controla las fuerzas de seguridad, ni es responsable de que el país esté como está. La oposición no es la que gobierna el país; ni siquiera los opositores en gobiernos locales pueden asumir total responsabilidad de sus deficiencias, porque es precisamente el gobierno el que se ha encargado de sabotearles sus gestiones. La oposición no es la MUD, la oposición venezolana es mucho más que la sumatoria de partidos, es una fuerza muy grande en toda la nación.
Son, precisamente, esas voluntades las que tienen la obligación de hacer lo que hacen los demócratas, luchar con la Constitución y la verdad en la mano; enfrentar la barbarie en cualquiera de sus formas; usar las calles cuando son escenario apropiado; usar el verbo, las redes sociales, las universidades, las tribunas internacionales y cuanto espacio alejado de la violencia exista para responsabilizar a los verdaderos destructores del Estado de Derecho y de la democracia en Venezuela.
Los opositores también votamos, no importan las arbitrariedades y los abusos del binomio gobierno-CNE; cada voto es una señal de que somos mayoría; de que ellos son los que han violentado la convivencia, los que se enquistan en el poder por avaricia y no por vocación de servicio. Esa es, por lo demás, la expectativa que tiene hoy la comunidad internacional, que al fin entendió la verdadera dimensión de esta crisis.
No debemos hacer lo que el gobierno quiere que hagamos, quedarnos el domingo 15-O dividiéndonos y flagelándonos. La lucha es dura, pero por la verdad que acompaña esta causa vale la pena el esfuerzo. Cuando Venezuela retome la sindéresis y los venezolanos nos reencontremos, nos contentaremos de que demostramos ser demócratas y no audaces, honestos y no miserables, pacíficos y no violentos.