Hablar de los militares en Venezuela es un tema delicado, casi tabú, sobre todo si es para cuestionarlos. Los militares son un sector más de los muchos que conforman la sociedad venezolana y no deberían ser objeto de tratamientos especiales. Los científicos, los docentes, los profesionales, los empresarios, los eclesiásticos, los artistas, etc., son tan necesarios, y quizás más, como los militares. Son mucho menos gravosos para el bolsillo del contribuyente porque, salvo que presten servicios al Estado, no dependen del erario público para vivir. Tampoco tienen un ministerio de alto presupuesto exclusivamente para ellos. El Ministerio de Educación Superior, por ejemplo, no se ocupa del bienestar de los profesores universitarios que solo dependen para ello de su trabajo y del gremio profesional al que pertenecen. Igual sucede con los otros sectores. El Ministerio de Defensa, en cambio, es una madre que provee de todo a los militares. Si queremos ser algún día un país democrático e igualitario, como falsamente decimos que somos, debemos comenzar por abolir las prerrogativas castrenses como se eliminaron en la Época Moderna los fueros religiosos y de la nobleza.
En la historia de Venezuela los militares han estado siempre en un rango superior a los demás, incluso se han situado muchas veces por encima de la Constitución y las leyes. Siempre han estado al acecho del poder y de una u otra forma se la han arreglado para intervenir y decidir en los asuntos públicos, especialmente políticos, que en democracia competen exclusivamente al poder civil. Se han refugiado en el culto a Bolívar, exacerbando sus virtudes militares y guerreras, e ignorando los ideales de libertad, justicia, igualdad y honestidad que emanan de sus escritos, proclamas y epístolas. El militarismo ha sido el rasgo más destacado de nuestra vida social en los 212 años de independencia que llevamos.
¿Para qué se confían las armas de la República a los militares? Básicamente para garantizar la defensa del país, de su territorio, de sus riquezas naturales y de su población ante posibles enemigos externos. En Venezuela, desde la Independencia hasta hoy, los militares no han tenido que ejercer ese rol fundamental. En cambio, se han dedicado a realizar otras labores que no les competen, como gobernar al país y mantener el orden reprimiendo las manifestaciones públicas que en cualquier país democrático del mundo forman parte de los derechos reconocidos a los ciudadanos. No obstante, una atribución muy significativa que les fue asignada en la Constitución de 1961 y que extrañamente desapareció del texto de la actual (la de 1999), como es la de garantizar el cumplimiento de la Constitución y las leyes y la sustentación del régimen democrático, no la han cumplido con las consecuencias que todos conocemos.
El régimen político actual, próximo a cumplir ya 24 años, que ha sido un desastre y que se ha sostenido mediante el uso de procedimientos violatorios de la Constitución y las leyes, es de una clarísima e inocultable vocación militar. Chávez se dio a conocer mediante un intento de golpe de estado fallido que encabezó siendo militar activo. Años después, como presidente electo, actuó invariablemente como militar, sin serlo ya, con boina roja y uniforme de campaña. Esa fue la imagen que proyecto y que aún perdura. Durante los catorce años de su gobierno (enero de 1999 a diciembre de 2012) actuó como un comandante de tropa y no como un ciudadano común llevado a la presidencia por el mandato popular. Su ejercicio fue mucho más una dictadura militar que un gobierno civil y democrático.
La segunda parte del chavismo, el madurismo, que el mismo Chávez, tocando ya las puertas del sepulcro pidió y rogó a sus seguidores que votaran, se ha caracterizado igualmente por su índole militar. Sin apoyo popular suficiente y sin un desempeño idóneo del mandato presidencial, solo el soporte militar, heredado de su progenitor, y las ilegalidades toleradas y secundadas por el susodicho amparo, le han permitido mantenerse en el poder por 10 años, sin someterse, en su segundo mandato, al dictamen popular en limpias y justas elecciones. El mencionado apoyo castrense no ha sido comedido e imparcial, sino rudo, ideologizado y cruento y lleva muchas víctimas en su haber.
¿Por qué, si todo lo dicho anteriormente es cierto y nadie puede honestamente negarlo, los militares han sido los menos tocados por la crítica en estos 24 años de desastre nacional por quienes, opuestos al chavismo-madurismo, han escrito y opinado públicamente sobre el mismo? ¿Miedo, aprensión o la penosa admisión, asumida ya por la conciencia nacional en tantos años de predominio castrense, de que los militares, hagan lo que hagan, están más allá del bien y del mal y que con ellos lo mejor es no meterse? Este es, justamente, el punto de reflexión que queremos destacar en este escrito, con la advertencia de que, si no superamos ese complejo o síndrome, difícilmente saldremos del atolladero al que nos han llevado los militares.
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