En Tres anuncios por un crimen, una madre sufre un enorme complejo de culpa por la muerte de su hija. Las dos viven en un hogar disfuncional.
La película visibiliza la agenda del Times Up y del empoderamiento femenino. Sin embargo, el guion peca de moralista al hacer evidente la falta del clásico padre conservador en la casa donde transcurre la acción dramática. Se perciben los rasgos de una cierta escritura folletinesca y demodé en la estructura del libreto.
Tras una acalorada discusión entre ellas, la joven abandona el nido y es víctima de una violación en las cercanías del hogar.
La protagonista recuerda el altercado y las consecuencias nefastas, mediante un flash back.
Si el espectador atiende a la cadena de causa y efecto, el argumento lo obligará a tomar partido en función del falso dilema del plot.
El origen es una disputa, mal canalizada, con la madre, quien encarna el estereotipo de una mujer masculinizada, confrontadora y dispuesta a resolver el caso en la busca de una redención, de un alivio para su mala conciencia. Irónicamente, el personaje simboliza la agenda progre ventilada por Hollywood en 2018 a través de su temporada de premios.
La interpretación de Frances McDormand, en el papel principal, recibe innumerables reconocimientos y trofeos.
La actriz convence en el rol de una paradójica heroína de la América profunda, signada por el absurdo y la tragicomedia.
Lo mejor del filme es su clara inspiración en la negrura teatral de los hermanos Coen.
Lo peor de la cinta puede radicar en sus discutibles formas, métodos y conceptos para hablar de los problemas sociales de la época, desde el formato de la caricatura y la sátira.
El recurso funciona en algunos momentos y pasajes de la historia, pero cuando justifica las posiciones de la vengadora, nos devuelve al patrón gastado de la telenovela.
El año reivindicativo en contra del abuso y el acoso, esconde no pocos argumentos esquemáticos.
En Tres anuncios por un crimen, el director refuerza la imagen de la señora castradora, amargada, mediocre y frustrada en la vida. Se trata de uno de los puntos bajos de la pieza, glorificado por la Academia en diferentes categorías.
Vemos la misma conducta en las irritantes secundarias de I, Tonya y Lady Bird. Producen risa por la exageración de defectos humanos como la envidia, el resentimiento generacional, la actitud dominante, el eterno conflicto.
Al respecto existen dos posibles maneras de leer el símbolo de los largometrajes citados.
En primer lugar, las madres posesivas del grupo audiovisual encarnan diversos prejuicios y temores de la mirada patriarcal. Por tanto, cuesta pensar en ellas como líderes para conducir cualquier asunto de importancia. Sus pecados las marcan y las desacreditan.
Llegamos a la segunda instancia, lo político. Después de todo el cuento, el tema favorece a Trump, porque la pantalla representa el caos de un universo gobernado por álter egos de Hillary.
Entonces, el feminismo de la meca es una fachada, algo oportunista no bien examinado por los integrantes de la industria.
No obstante, Tres anuncios por un crimen se disfruta en su contexto. El realizador de la pieza, Martin McDonagh, juega con la ambigüedad de sus planteamientos, invitándonos a cambiar de perspectiva.
A la simpleza retórica de Crash, le opone la pintura gruesa de unos pobres diablos de un pueblito en los márgenes. Resumen de las tensiones raciales y genéricas de la contemporaneidad.
Al final del día, me quedo con el aprendizaje de las tácticas de agitación de la película.
En plena época digital y de redes, Tres anuncios por un crimen reclama el retorno de una subversión analógica, de una guerrilla urbana de diseño panorámico y western.
La madre expone a la policía con unos carteles en vez de escribir sus quejas por Twitter. El gesto tiene el sello de las instalaciones de la artista Barbara Kruger, desplegadas en las paredes de las grandes ciudades. En Venezuela, la propuesta confirma la legitimidad de los mensajes públicos del grupo Dale Letra.
En Tres anuncios por un crimen, la denuncia desata los demonios de la zona, incentivando la resiliencia. La madre no descansa hasta despertar la sensibilidad de las autoridades incompetentes. Los represores normalizan la impunidad. Usted encontrará relaciones con el país de las madres de Neomar Lander y Oscar Pérez.
La maquinaría de la película empieza a mover los resortes de la compensación. Hay una segunda oportunidad para los seres imperfectos de la puesta en escena. Surge una tentativa de tomar la justicia por la propia mano en el desenlace. Posición harto cuestionable.
En última instancia, nos identificamos con los claroscuros de la representación.
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