Latinos in the United States es un libro que acaba de publicar Oxford University Press. Lo escribió Ilan Stavans, un brillante judío méxicoamericano, profesor de Amhert College en Massachusetts.
Un tema perfectamente adecuado a una época en la que se discute el destino de millones de seres humanos cuyas vidas dependen de la buena voluntad y la compasión de una clase política que no parece poseer esas virtudes, como se desprende de las palabras de Donald Trump divulgadas por la prensa: “¿Por qué vienen a Estados Unidos personas de shitholes countries (países de mierda) como Haití o África?”.
La obra comienza con un exergo de Mark Twain que podría encabezar este artículo: “Todas las generalizaciones son falsas, incluyendo esta”. El autor abordó el tema desde una perspectiva informativa y múltiple, con centenares de tópicos, unos esenciales y otros no tanto, como si les dijera a los norteamericanos: “Observen cuidadosamente este fenómeno demográfico y presten atención porque tendrán que vivir con él de manera creciente y permanente”.
En efecto, la obra lleva un subtítulo que es una advertencia: What everyone needs to know, lo que todo el mundo necesita saber. Se refiere, claro está, a Estados Unidos. “Todo el mundo” es Estados Unidos.
¿Por qué los americanos necesitan saber lo que Stavans cuenta? Acaso porque los latinos constituyen una inmensa minoría. Son unos 60 millones de personas, de un total actual de 325, pero a mediados de siglo serán 100. En la medida en que declina la población blanca de origen europeo, aumenta la proporción de “latinos”.
Naturalmente, eso de “latinos” es una falsa categoría para esconder un prejuicio racial o cultural. Los latinos no existen. Tal vez, poco a poco, se elaborará una identidad latina, pero por ahora es exactamente una quimera: una criatura imaginaria con cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón que echa fuego por la boca.
Existen los mexicanos, los puertorriqueños, los cubanos, y así sucesivamente, pero no los latinos. Ilan Stavans, pese a su nombre, es un latino, porque procede de México (especialista –entre otras cosas– en spanglish), pero si sus abuelos se hubieran instalado directamente en Estados Unidos o Canadá, sería un judío americano más aunque se dedicara a lo mismo.
Es tan severo (aunque sutil) el rechazo a los latinos en Estados Unidos, que los judíos cubanos, cuando se exiliaron en el sur de Florida tuvieron que crear su propia sinagoga. Era mayor la aversión cultural de sus correligionarios norteamericanos que los lazos de la fe común que debió unirlos.
¿Por qué se desencuentro entre anglos y latinos?
La mala noticia es que, posiblemente, se trata de un rasgo típico de la naturaleza humana. La identidad propia se refuerza en el odio a la ajena. Probablemente, por viejos prejuicios que se pierden en el tiempo. Los griegos despreciaban a los bárbaros, incluidos los rústicos romanos. Los romanos despreciaban a los germanos. Los católicos a los protestantes y viceversa. Todos a los musulmanes y a los negros y viceversa. Los españoles a los indios y viceversa. Los estadounidenses blancos de origen nórdico a los más oscuros de procedencia italiana o de cualquier país mediterráneo. En Miami hubo toque de queda –curfew– no solo para acorralar obligatoriamente a los negros en sus guetos, sino también a los judíos blancos.
La buena noticia es que, con el tiempo, los prejuicios van cambiando o se desvanecen. Los chinos, que en la década de los veinte del siglo pasado eran considerados inferiores, en los tiempos que corren se les respeta y se admite, humildemente, que tienen un IQ superior al de los anglos.
¿Sucederá lo mismo con los latinos? Depende. Los asiáticos no modificaron la percepción general lavando ropa o vendiendo comida étnica en las calles. Poco a poco fueron invadiendo los departamentos de ciencias de las universidades y se labraron su lugar al sol en una sociedad en la que prevalece el respeto por el cambio y la tecnología. ¿Está sucediendo esa transformación entre los latinos? Creo que sí. Es cuestión de tiempo.