La confusión, el desorden, la corrupción y la represión constituyen en la Venezuela contemporánea cuatro inmensos flagelos dedicados a la tarea de liquidadores de la república liberal democrática organizada durante el siglo XX, la cual más allá de las limitaciones de construcción y conducción conocidas dejaron un conjunto de realizaciones cuya trascendencia progresista se encuentra a la vista.
Durante los últimos 20 años, los administradores del Estado venezolano profundizaron las deformaciones económicas que el rentismo petrolero desarrolló entre nosotros durante el siglo XX, tocando extremos nunca antes vistos, superando el derroche de divisas que se produjo en la época de la Gran Venezuela, endeudándonos e hipotecando como nunca nuestro intercambio comercial a la economía de puertos.
Y de la misma forma como se comportaron Pérez y Herrera, tanto Chávez como Maduro no solo no hicieron nada nuevo y trascendente destinado a ahorrar divisas y sembrarlas en la estructura productiva de la nación, sino que apoyados en una política de Estado caracterizada por la confusión y el desorden, alimentaron los apetitos consumistas de nuestra población organizando el derroche de los dineros de la nación al viejo estilo romano de “pan y circo”.
Y detrás de la cortina del derroche y consumo improductivo de nuestra renta, hábilmente organizado por la cúpula dirigente del Estado, se ejecutaba el más grande asalto al patrimonio nacional que hayamos visto y conocido los ciudadanos venezolanos en el último siglo, millardos de petrodólares fueron devorados por los ministros del régimen, los directores del BCV, los gobernadores y dirigentes de las empresas del Estado, recursos cuyo destino es absolutamente desconocido. ¿Dónde están? ¿Quién los tiene?
Surgiendo de los escombros de la catástrofe económica inducida por las políticas del gobierno y sus efectos empobrecedores, nos acompaña un acelerado y progresivo desmantelamiento de las grandes instituciones del Estado nacional olvidadas y saqueadas, cuya existencia han sido éxitos indiscutibles de las gestiones de gobierno, y que se realizaron desde los años veinte hasta los años ochenta del siglo XX, estancadas luego debido al agotamiento burocrático de la administración puntofijista.
Las políticas energéticas, productivas, alimentarias, comunicacionales, educativas, sanitarias, habitacionales venezolanas desarrolladas durante el siglo pasado no solo no han tenido continuidad constructiva durante los 20 años del presente gobierno, sino que desde el burladero de la crítica, el chavo-madurismo no solo no ha trazado un camino de superación de lo existente, sino que se ha dedicado a facilitar la destrucción de lo que se ha construido.
Y cerrando el marco de las políticas liquidadoras de la administración gubernamental actual, surgió de las gorras rojas de los ministros el milenario y “persuasivo” lenguaje de la represión, con todas las prácticas aprendidas por el poder autocrático desde que existimos como pueblo, mejoradas con la experiencia nacional y el apoyo de la tecnología universal, pero siempre cruel y cobarde.
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