El triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional en julio de 1979 estuvo sin duda rodeado de heroísmo. El derrocamiento de la cruel y prolongada dictadura de los Somoza tras largos años de lucha y cerca de 50.000 muertos era una razón suficiente para que la mayoría del mundo democrático le diera su apoyo. Se incluyen el gobierno de Jimmy Carter y la socialdemocracia europea, a la cual se sumó con todos los bríos Carlos Andrés Pérez en su primer gobierno.
En el ambiente de guerra fría que se vivía, era difícil que Nicaragua se mantuviera como un país no alineado. El triunfo del ferviente anticomunista Ronald Reagan en las elecciones presidenciales de 1980, convencido de que los movimientos de liberación de América habían sido creados y eran sostenidos por la URSS, lo lleva a emprender una política de aislamiento de Nicaragua, imponer un bloqueo económico y apoyar y financiar a la Contra, oposición armada al gobierno revolucionario.
Para mantenerse en el poder, el gobierno presidido por Ortega se apoya en la ayuda de La Unión Soviética y Cuba, que no perdían oportunidad para aumentar su influencia en la región. El alineamiento que iba adquiriendo el gobierno con los procederes de estos aliados fue diluyendo la heterogeneidad ideológica del sandinismo.
La terrible crisis que se vivía llevó en 1988 a las conversaciones de Sapoá para un proceso de paz que concluyeron en la convocatoria a elecciones en febrero de 1990 que ganó con amplia ventaja Violeta Chamorro, con lo que se puso fin a la guerra. Acoto que Daniel Ortega estuvo entre los jefes de Estado que asistieron a la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez en 1989, a pesar de lo cual, fiel a su pluralidad y persistente en una presencia muy activa en Nicaragua, el presidente venezolano impulsó la candidatura de Violeta Chamorro, a quien le brindó una ayuda de 250 millones de bolívares de la partida secreta que, como sabemos, fue el pecado encontrado para su destitución en 1993.
La decisión de Ortega de acceder a participar en unas elecciones competitivas y aceptar su derrota dando paso a la alternabilidad fue ampliamente elogiada y utilizada como ejemplo de una medida política inteligente que deberían seguir otros gobiernos empeñados en aferrarse al poder, entre ellos el de Venezuela.
Que su temple no era democrático, quedó demostrado luego de su derrota. La Piñata fue el nombre para el saqueo de bienes públicos que practicó el sandinismo antes de dejar el poder. Luego, para volver a gobernar pactó con uno de sus adversarios, el ex presidente Alemán, condenado por lavado de dinero, alianza que aprovechó para reelegirse en las presidenciales de 2011. Progresivamente fue implantando un control absoluto de las instituciones civiles y militares. Practicó una economía en las antípodas del socialismo, a la par de la retórica revolucionaria, la participación en el Alba y el aprovechamiento de los dineros provenientes de la petrochequera venezolana. Estableció oscuros pactos con sectores religiosos: él y su estrambótica mujer instalaron una suerte de gobierno mágico-religioso En 2016 se hizo nuevamente del poder bajo un sistema electoral férreamente controlado por su partido, sin observación electoral independiente y sin oposición, porque la coalición organizada en torno a la segunda fuerza política del país fue ilegalizada en un acto de fuerza y excluida de participar en los comicios. Era firme su decisión de no irse nunca más
Los más notables de sus amigos se le alejaron. Destacan entre muchos el escritor Sergio Ramírez, quien se desempeñara como vicepresidente de la Junta de Gobierno; la poeta Gioconda Beli; el intelectual Carlos Tunnerman, y el poeta Ernesto Cardenal, emblema del apoyo de la teología de la liberación al sandinismo, contra el cual libró una feroz persecución.
A mediados de abril de 2018 una reforma a la seguridad social despertó el volcán dormido y dio inicio a multitudinarias protestas que no han cesado hasta hoy, con un saldo que supera los 300 muertos, muchos de entre ellos niños y adolescentes, y más de 3.000 heridos. Las denuncias de los organismos de derechos humanos señalan desmedida crueldad.
De aquellos heroicos jóvenes, mártires los llama, magistralmente descritos por Sergio Ramírez, que derrotaron una espantosa tiranía, lo que queda es represión y muerte, corrupción; alianzas ignominiosas, pecaminosa santería: Nicaragua ha recorrido el itinerario de tantos intentos revolucionarios que sembraron esperanzas un día. Como Venezuela, claro; entre otros: ¿el mismo veneno las emponzoña?
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