COLUMNISTA

Los gobiernos estúpidos

por Carlos Alberto Montaner Carlos Alberto Montaner

Me cuentan que Daniel Ortega, el dictador nicaragüense, ordenó una discreta encuesta para saber qué porcentaje del país apoyaba que él continuara al frente del gobierno. Y montó en cólera cuando supo los resultados: solo 9% lo respalda. Tiene 2 puntos menos que Nicolás Maduro. Los que se consideran sandinistas alcanzan 25% del censo, pero los orteguistas son un puñado que tiende a reducirse en la medida en que se intensifica la crisis.

Y la crisis es imparable. Consiste, esencialmente, en la ausencia de inversiones y en la parálisis de las decisiones económicas. Eso es fatal para cualquier gobierno. El buen funcionamiento de las sociedades se basa en la confianza, y esta, a su vez, depende de la solidez de las instituciones. Hay que estar absolutamente loco para llevar un dólar a Nicaragua. Lo que hace la gente cuerda es sacar sus ahorros rumbo a Costa Rica, Panamá o Miami, donde existen garantías de que no serán confiscados por los gobernantes de esos países.

Frente a esta reacción, los gobiernos estúpidos acusan de traidores a quienes se comportan racionalmente y protegen sus capitales. Pero hacen algo todavía más grave: le roban su independencia a la banca nacional, intervienen los depósitos bancarios, crean corralitos, devalúan para licuar las deudas, se apoderan de los dólares o euros de las remesas enviadas por los sufridos emigrantes, y castigan a los empresarios invadiendo sus propiedades o confiscándoselas, aunque en las manos toscas del gobierno suelen durar muy poco sin comenzar a arrojar pérdidas, prólogo del cierre definitivo.

Todo eso aumenta la incertidumbre y la desconfianza. Quienes no tienen acceso a dólares adquieren cuadros valiosos, piedras preciosas, oro o cualquier cosa que conserve cierto valor internacional. He visto sacar fortunas en sellos de correo, espuelas para gallos de pelea, caballos de carrera y hasta en curiosas reliquias, falsas o reales, como los fragmentos de los testículos de Napoleón, cuidadosamente amputados por el doctor Francesco Antomarchi en Santa Helena, el médico mallorquín que desguazó el cadáver y dictaminó que el emperador murió de cáncer de estómago a los 51 años de edad.

¿Cuál es el próximo movimiento de Daniel Ortega? Sabe que tiene que pasar por las urnas, pero está esperando a que mejore su imagen y la de su gobierno. Eso nunca ocurrirá. El problema es que todo lo que hace agrava y empeora su situación personal y la percepción de su régimen. La OEA dictaminó que es una dictadura repugnante que asesina sin compasión. La SIP, luego de una visita de su presidente, aseguró que los derechos de las personas son violados sin compasión. No hay forma humana de mejorar esa estampa, salvo que anuncie su decisión de adelantar las elecciones y largarse del país o quedarse, si tiene el delicado talento que se requiere para pactar con la oposición una salida negociada.

Aunque parezca increíble, lo peor está aún por llegar. Y lo peor es la estatización del débil aparato productivo nica. Yo no sé si todavía Ortega cree en el modelo cubano de los años ochenta, cuando se embarcó en el primer sandinismo porque era un joven bastante ignorante, pero Cuba, que ha perdido la brújula después de 60 años de fracasos, ya no cree en eso y ensaya fórmulas para enterrar la revolución sin que se note y sin perder el poder, dos misiones imposibles.

Si yo fuera nica, junto a la salida de Ortega, estaría pensando en qué hacer para evitar más revoluciones y contramarchas. Una parte sustancial de lo que se logró luego de la derrota de los sandinistas en 1990 se ha ido a bolina. El trabajo que costó sacar de la quiebra a Nicaragua, enderezar las finanzas, terminar con la hiperinflación, restañar las heridas y comenzar de nuevo a crecer, se ha perdido.

Es una vergüenza que cada cierto tiempo ocurra una catástrofe como esta y derribe la convivencia. Las naciones que funcionan bien tienen un notable capital humano e instituciones que marchan bien. No son gobiernos de hombres especiales, sino de leyes que se aplican a todos por igual y en los que se asciende no por los vínculos sino por los méritos.

¿Hay algún país que haya hecho ese ejercicio de fatigada lucidez? Sí. Suiza lo hizo en 1848, después de la revolución liberal. Decidió nunca más exportar mercenarios ni participar en guerras, ni volver a ser pobre. Se dio de baja de la estupidez. Hoy muy poca gente sabe el nombre del presidente de Suiza. Ni falta que hace.