En los últimos años hemos perdido espacios destinados a la cultura, pero hemos visto cómo la sociedad civil ha logrado crear nuevos ámbitos, galerías de exposiciones, salas de teatro y de concierto. Nada puede detener los avances en el campo del arte y de la cultura. Los sé porque padecí en tiempos de la llamada cuarta república el peso burocrático que trataba de obstaculizar mi trabajo. Siempre surgirá un funcionario mediocre o un gobernante tosco y de pocas lecturas que tratará de bloquear tu camino. Lo logra, pero lo recorrido hasta el momento en que detienen tu paso es un terreno conquistado e irreversible. Cuando se levanten las esclusas que impidieron tus avances no recomenzarás desde el inicio sino desde el punto en el que te detuvieron porque todo lo que está detrás ya es nuestro. ¡Es terreno conquistado! Es por eso que para evitar mayores tropiezos la cultura requiere de armonía y rechaza todo poder autónomo o arbitrario. Exige una relación de elementos opuestos. De allí que el arte se produce cuando sucede ese glorioso encuentro de los criterios distintos.
Pero el poder autocrático, la rígida mentalidad militar sostiene, contrariamente, que en lugar de armonía la diferencia de criterios ocasiona caos, desorden. Entonces busca centralizar, impone un pensamiento único. Solo es artista aquel que acepta o se adhiere a mi línea política. Harán un arte degenerado quienes no se sometan a ella.
Estos autócratas se comportan como Elena, la mujer del rumano Ceausescu: “¡Cuando dialogo, no quiero que me interrumpan!”. Al alcanzar sus extremos, la derecha y la izquierda se dan la mano, se abrazan, se condecoran y el fascismo abre las cortinas y aparece en escena vistiendo el traje de maestro de ceremonias.
De allí, mi enfrentamiento con el populismo que coarta la libertad de pensamiento y obra; que trata a toda costa de desanimarme, aplastarme, sacarme del juego. Nunca olvidaremos a Hugo Chávez cuando, gritando “¡fuera! o “¡está ponchao!”, decapitó la gerencia cultural del país bajo la acusación de haberse convertido en un “principado”. Alguien rencoroso tuvo que haberle calentado la oreja al sátrapa porque no creo que un militar tan opaco tuviera la sutileza para suponer “principados”, en un mundo artístico que desconocía. En cualquier caso, aquel ultraje a la inteligencia y a la sensibilidad se emparentó con las nefastas “hazañas” de los nazis y evidenció, una vez más, que el fascismo no es patrimonio exclusivo de la ultraderecha; lo es de la izquierda y se apellidan Castro, Stalin y acostumbra lanzar al viento, para agravio del mundo, el nombre de cualquier otro déspota franquista, comunista o del islam.
Estamos decididos a rescatar las infraestructuras: los museos, los teatros Municipal, Nacional y el Teresa Carreño. Se dice del Teresa Carreño que cuando era de uno, íbamos todos, pero ahora, que “es de todos”, uno no va.
Rescatar la red de bibliotecas, las salas de danza. Devolverle a Radio Caracas Televisión y al Ateneo de Caracas sus respectivos patrimonios físicos y sus equipamientos técnicos, así como la dignidad que hizo de ellos referencia obligada de esparcimiento y altura cultural. Eliminar el sesgo ideológico que desvirtúa los propósitos de la Villa del Cine; construir salas de teatro en cada municipio y aspirar a que vuelva el pensamiento a activarse entre los venezolanos; entregar los teatros a los teatreros, el cine a los cineastas, la danza a los coreógrafos y bailarines, la música a los compositores; impedir que la política vuelva a regir los destinos del arte; que es una falacia afirmar que todos somos artistas; sostener que cualquier niño de la calle puede encontrar su gloria tocando un instrumento musical. Habrá que buscar por todos los medios que los militares, si quieren entrar en la política, tengan que despojarse del arma y del uniforme o, de lo contrario, encerrarse en el cuartel y ocuparse de sus propios asuntos.
Soy de los que sostienen que no es la economía ni la política lo que hace avanzar a los países; ¡es la cultura! Pero los políticos creen que son ellos los únicos que saben manejar el timón; pero sabemos que al igual que los militares no son muy dados a cultivarse.
En Venezuela, el arte y la cultura siempre han sido considerados como la guinda de la torta. Siempre marginados y relegados, los artistas somos gente rara, bohemios, pedigüeños: “¡Tú sabes, no son como nosotros!”.
Falta poco para que el régimen militar sostenga, como los nazis, que el arte que hacemos es un arte degenerado. Pero mientras lo decían, los jerarcas nazis se estaban robando las obras de arte de los museos y de las casas de los judíos ricos.
Mi aspiración, antes de escaparme para siempre de este mundo, es ver que la película, la pieza teatral, el espectáculo de danza no estén producidos u organizados “con las uñas” sino con un sólido apoyo financiero. Acabar con el “escríbete allí unas cuartillitas” o “este es un pago simbólico, ¿tú me entiendes?”. O la entrevista en televisión. Cada cinco años me tocaba integrar la comisión que ofrecería al candidato de mi preferencia la visión de lo que debería observar si ganaba las elecciones, pero el candidato ya tenía sus propios asesores, no necesariamente gente de la cultura, y mas tarde, aposentado ya en Miraflores, nombraba a alguien de su confianza para ocupar la presidencia del Conac y nuestras recomendaciones quedaban sepultadas en algún archivo muerto bajo el calor de Guarenas.
Esto que digo pasaba ayer. ¡Hoy padecemos tiempos peores!