Lidia Salazar Yndriago
En el área educativa, son tanto el complejo de Edipo (niño) como el complejo de Electra (niña) orientaciones del desarrollo psicosexual y de identidad personal de los más pequeños con sus padres, situación que influiría de manera determinante sobre los posteriores procesos de aprendizaje, así como el desarrollo cognitivo del ser.
Al igual que la teoría piagetiana, no solo la tecnología reviste un punto de (des)encuentro para el (des)aprendizaje tanto de padres como de hijos, sino que la sociedad contemporánea ha trastocado los vínculos afectivos de los niños y niñas, en donde, incluso, contrario a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la madre, en ciertas ocasiones, debe pasar la mayor parte de su tiempo en actividades laborales apartada de sus hijos(as) o, por analogía, igual ocurre con el padre; o en el peor de los casos, los niños crecen en ambiente desprovistos de una suficiente carga de sentimientos y emociones generadas por sus progenitores, relaciones sensitivas que terminan siendo reemplazadas por padres sustitutos, tales como: abuelas(os), maestras(os) o terceros.
Ante tal realidad, es necesario hablar de una teoría del (des)aprendizaje que pragmatice, analice, psicoanalice y espiritualice sobre la ruptura y apropiación de los sentimientos en los espacios familiares, educativos y pedagógicos y, sobre todo, del alma. El conductismo probablemente es la antítesis para la transformación de la investigación educativa y pedagógica, pero la que, curiosamente, pareciera que tiene dominio en los mencionados espacios como forma para generar los procesos de (des)aprendizaje.
No es casual, sino causal, que la principal controversia entre Watson y Skinner haya sido por el (des)encuentro de los sentimientos como forma de impulsar los aprendizajes, es decir, el primero, considerado por algunos como la figura más destacada de esta corriente en los inicios del siglo XX, proponía que los estudios mentales y psicológicos debían ser realizados a través de procesos de introspección. Según él, los sentimientos (incluidos el pensamiento y el lenguaje) no podían estudiarse “científicamente” porque no eran observables, y los procesos de aprendizaje en sus resultados debían limitarse al estudio de las respuestas que tenía el ser frente a los estímulos y ante el ambiente.
En la actualidad, el conductismo sigue marcando un rumbo casi que robótico sobre la conducta de la población infantil y adulta; incluso hasta con mayor determinismo, irónicamente dinamizadas por el hecho tecnológico. La televisión, la radio, la Internet, las telecomunicaciones en general han impuesto sus códigos, sus modismos, sus propios espacios. La complejidad de los sistemas de vida ha orientado a la población a concentrarse en las grandes ciudades, movidas por centros comerciales e infraestructuras complejas de consumo, muchas de ellas basadas en necesidades artificiales.
La relación sociocultural que propuso Vigotsky en el desarrollo de la personalidad y los procesos de (des)aprendizaje son simultáneos con el devenir de una humanidad. Quizás no haya punto más orientado hacia la conversión y vinculación de procesos del ser desde una visión de valores, condicionamientos humanos y de sentimientos que la propuesta de este investigador. Su tesis ha sido centro de múltiples convergencias de la psicología social, la educación, la cultura y los ámbitos de la socialización como generadora para una ciudadanía del bienestar colectivo. No obstante, los hechos políticos que marcaron su época y su prematura muerte echaron por tierra a uno de los pensadores más importantes del tiempo moderno.
Ahora bien, desde ese entonces hasta la presente, es evidente que la sociedad contemporánea ha evolucionado en los aspectos materiales y tecnológicos, pero pareciera que la lógica capitalista ha influenciado negativamente, tal y como lo planteaba Skinner, sobre la conducta y las formas humanas del desarrollo del ser. En otras palabras, tal desarrollo ha generado una especie de contracultura que también ha impactado negativamente los valores humanos. Contradictoriamente, lo sociocultural de este siglo ha devenido en una pérdida ciudadana, de sus costumbres, de sus tradiciones, de sus motivos existenciales. Incluso hasta en las grandes concentraciones religiosas es evidente la comercialización excesiva de imágenes y prototipos “asociados” con un supuesto bien; que incluso sus promesas bendecidas son “pagadas” en algunos casos hasta con “oro” en los diferentes templos; cuando ese dinero pudiera ser invertido en otras situaciones de caridad o bienestar a los más necesitados.
La contracultura debe ser (des)aprendida, conocida en sus contradicciones, y relevadas las conductas que han originado dentro y fuera de la escuela apropiaciones (anti)pedagógicas de la ciudadanía que (des)motivan a otros seres cuando se contrastan las acciones entre unos y otros. Una ruptura sociocultural del aprender puede ser sustituida por una aprehensión del (des)aprendizaje contemporánea en búsqueda de los sentidos cognitivos esenciales del tiempo para la conformación del ser que Heidegger suponía como parte de una nueva etapa humana.