«Siempre debes creer que el perdón es el eje del cristianismo, que lo hace superior a las otras religiones», me aconsejaba sor Lucía en las tertulias escolares de mi época estudiantil en el Colegio San José de Tarbes. «Pero el perdón no es automático, porque sería el pasaporte a la impunidad», agregaba sor Alejandrina, mientras que sor Francisca remataba la lección religiosa con esta sentencia: «No olvides Mitzy que la indulgencia es el pasaporte al desenfreno amoral». Así fue mi juventud, mi etapa de estudiante entre textos de matemática, historia, biología y el catecismo que nos enseñó de niñas los 5 pasos del perdón:
1. Dolor de corazón que implicaría confesar que duele haber errado o pecado, desperdiciando la fortuna electoral que el destino y el pueblo pusieron en las manos de una dirigencia que no tenía estrategia elaborada para conducir acertadamente el mandato que les dio la ciudadanía el 6 de diciembre de 2015.
2. Acto de contrición para reflexionar en profundidad asumiendo los errores, como ese de embarcarse en un diálogo que fue la «trampa mortal» colocada por el régimen para liquidar el referéndum revocatorio que no fueron capaces de defender. Además, no tomaron en cuenta las recomendaciones de Antonio de designar otros negociadores.
3. Propósito de enmienda para comprometerte ante ti y el creyente ante Dios, a rectificar, a no repetir lo que salió mal, a corregir. Nada de eso. Reincidieron en los errores, nada de rectificar, como si no fue suficiente la amarga experiencia de lo que venía pasando. Encallejonaron la causa popular en unas elecciones regionales dándole la espalda a un pueblo que se quedó desconcertado en las calles donde fue convocado por unos dirigentes que, sin explicaciones convincentes, remataron a «precio de ganga» todo un capital político labrado con «sangre, sudor y lágrimas».
4. Decir los pecados al confesor, que en esta coyuntura es lo que deben hacer los políticos ante el pueblo. Se hizo todo lo contrario, persisten en las simulaciones y eso profundiza las heridas. ¿Por qué no se honraron los dictámenes del pueblo, una vez que la Asamblea Nacional convocó al plebiscito del 16 de julio? ¿Por qué no se designaron oportunamente los integrantes legítimos del TSJ y del CNE? ¿Por qué dejaron reducir a un estropajo el foro parlamentario ganado en medio de grandes esfuerzos? ¿Por qué tantas incoherencias ante la comunidad internacional que nos mira con estupor? ¿Por qué dejaron eliminar la tarjeta unitaria?
5. Cumplir la penitencia. Aquí, dicho en prosaico, los errores no son gratuitos, hay que pagar por ellos. Ya la ciudadanía los cancela por adelantado, porque sufre más, llora más, se asombra más cuando ve que niños se mueren de hambre, cuando observa a mujeres y hombres, rebuscando en la basura algo que les mitigue el hambre, y al mismo tiempo «sus dirigentes» siguen hablando de lo mismo, como si nada hubiera pasado, dándole tiempo a Maduro para que hunda su daga en el alma de un país destrozado.
Las equivocaciones han sido costosas. Reparar esos daños requerirá de actos de grandeza y eso no se ve en los gestos ni se escuchan en las palabras de quienes persisten en hablar de elecciones, de candidaturas, primarias, mientras la carroza fúnebre viene a llevarse los muertos por falta de comida o de medicinas. ¡Qué desgracia! Y pensar que no fue el régimen quien acabó con la MUD, fueron las grandes contradicciones de quienes estaban más pendientes de sus ambiciones personales, los que llegaron a sentirse «los elegidos», con poderes para excluir a quienes podían contribuir a sacar a Venezuela de esta calamidad.
Ahora toca rectificar, dejarse de hipocresías y edificar una plataforma que sirva de catapulta a una ciudadanía que repudia las infamias, el populismo, las mezquindades y aspira contar con una conducción atinada, honesta y leal a su causa original.
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