Confieso que transcribir cientos de relatos de víctimas de tortura en Venezuela y su sistematización me ha puesto el “cuero duro”, pues no puedo dejarme embargar por la indignación y la rabia para escribir lo más metódico y objetivo posible los informes.
El pasado jueves 17 de agosto entregué a la Corte Penal Internacional 22 nuevas incidencias de torturas, que contienen un número aproximado de 110 víctimas directas y un número no cuantificado de víctimas silenciosas, esas que son torturadas junto a las que sí denuncian, pero que el pánico, quizás la vergüenza y la gran intimidación de sus victimarios, no le permiten hacerlo. Tengo año y medio escribiendo los gritos del horror en mi país para mi expediente en la Corte, y cuando pienso que ya nada puede alterarme, surgen testimonios que me doblan de rabia, de estupor.
Uno de ellos es el de Wuilly Arteaga, el violinista de las marchas, detenido y torturado por efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana, quien narró cómo el día de su arresto, mientras era trasladado, le practicaban actos lascivos y violación por el ano a una muchacha que también habían detenido y habían tirado encima de él para atacarla y abusar de ella. Aunque ya he transcrito por lo menos dos casos parecidos, escucharlo de la boca de este valiente joven, sometido a torturas y herido de perdigón solo por tocar su violín en las manifestaciones, me provocó un gran escalofrío en el alma.
Me niego a acostumbrarme al silencio que viene después del breve escándalo que casos como este causan en nuestra sociedad. Me niego a que esa “muchacha” no obtenga justicia, y sus violadores no sean enjuiciados y apresados. Me niego a que cada gánster que mantiene secuestrada a Venezuela a punta de armas, persecución y represión, encarcelamiento, asesinatos, torturas, tratos crueles, desapariciones forzosas, allanamientos ilegales, pillaje, ataques a la propiedad privada de quienes manifiestan, entre otras violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, no sea juzgado y pague por sus crímenes.
A Carolina (nombre en reserva) la arrodillaron a mitad de la carretera un día de julio y le pusieron en fusil en la cabeza. Su ropa estaba hecha harapos, después de que varios guardias la golpearon y la trataron de violar, manoseándola violentamente en todo su cuerpo. Pensó que la mataban, mientras permanecía de rodillas llorando y el pánico le corría por las venas, y sentía el fusil en su cabeza, pero terminaron aplicándole descargas eléctricas, en la nuca, en los senos, en sus partes íntimas mientras le gritaban “guarimbera” por manifestar.
Marta (nombre en reserva) sentía que se desgarraba por dentro, mientras recibía golpes con tubos y palos en sus costillas, en su abdomen, en su espalda, en sus piernas, colgada por sus muñecas esposadas de una columna en la sede del comando de la Guardia Nacional, tocando el piso solo con las puntas de los pies, sintiendo cómo se le hacía más dificultoso respirar y todo se le ponía negro, pero aun así podía percibir el odio y la violencia con el que cada guardia le daba golpes sin piedad.
Enmanuel Barrio se negó a manosear (practicar actos lascivos) a sus compañeros detenidos, para espectáculo de los guardias nacionales que los obligaban a tocarse entre sí, luego de que los golpearan de forma salvaje. Por negarse, trataron de violarlo con un tubo. Arrodillado junto a los demás, esposado y con las manos atrás, le echaron polvo de las bombas lacrimógenas en los ojos y siguieron golpeándolo, una y otra vez…Por manifestar y pedir libertad para su país.
Carmen Ángel le pedía al guardia que no le pegara más, mientras sangraba copiosamente por la herida abierta que el oficial le había hecho en el cráneo con el casco y la culata del arma con que la golpeaba, y mientras la sangre corría por su rostro se dio cuenta de que no era uno, sino 4 o 5 los que la golpeaban y le daban puntapiés al mismo tiempo. Le dieron cachetadas, le fracturaron dedos de la mano al tratar de protegerse la cabeza, pero lo peor para Carmen fue ver el odio con el que los torturadores la llamaban «guarimbera».
El capitán Jesús Alarcón está preso en una cárcel civil hace ya más de tres meses. Antes fue torturado en “la Tumba” que tiene la División de Contrainteligencia Militar en Boleíta, Caracas, y en la cárcel militar de Ramo Verde. Recibió descargas eléctricas, asfixias con bolsas plásticas, palizas en todo el cuerpo y torturas “blancas”. Hoy está encerrado en una especie de jaula con barrotes, como las que se usan para animales en los zoológicos, sin agua ni electricidad, sin baño, solo con una letrina, por donde salen todo tipo de insectos, y lo que es peor, sin alimentos. Agua de lentejas es la dieta impuesta desde hace días para todos los presos, que han bajado entre 15 y 25 kilos de su peso corporal. Cuando los alimentan con otra cosa, la porción es miserable, a veces descompuesta, a veces con gusanos. Desde que llegó no lo sacan al sol y en la jaula no puede realizar ningún tipo de actividad física que lo ayude a mantenerse en forma. Jesús está muy débil. Y lo que es peor, solo tiene permitido ver a sus pequeñas hijas una vez al año, el Día del Padre, según le dijeron.
A Briggitte Herrera la golpearon salvajemente aquel día en la UPEL. La apuntaron con el arma en la cabeza y luego le dieron golpes con la culata, con tubos y palos, con los cascos de los funcionarios y fuertes puntapiés en todo el cuerpo. Fue objeto de actos lascivos e intentaron violarla con un tubo, y junto a las demás jóvenes, recibió cachetadas en el rostro para causarle el mayor daño posible, dejándola con fuertes hematomas, mientras la amenazaban de muerte. 29 jóvenes fueron torturados junto con Briggitte esa noche, por un número no cuantificado de funcionarios. Los muchachos fueron trasladados a dos cárceles, El Dorado y la 26 de Julio, y ahí ha continuado la tortura. Sin atención médica para las graves heridas sufridas, con muy escasa alimentación, con el paludismo y la malaria dándoles vuelta; ya hay denuncias de contagiados. Hay quienes sufrieron heridas abiertas en la cabeza que no han sido atendidas e incluso uno de ellos estuvo vomitando sangre los primeros días.
Podría pasarme días escribiéndoles los horrores que miles de venezolanos han sufrido los últimos meses y años. A mí no me queda ninguna duda sobre los crímenes de lesa humanidad que comete el régimen de Maduro. ¿Y a usted?
La narcodictadura está dispuesta a matar, encarcelar y torturar de las formas más viles y sanguinarias a los venezolanos que manifiestan en las calles y se oponen a ser sometidos al régimen que pretenden imponer. Responsablemente le digo a la comunidad internacional que los venezolanos no pueden luchar solos y con las herramientas de una democracia, como es el voto, contra un régimen que está dispuesto a matarlos, encarcelarlos, torturarlos y hasta desaparecerlos, tal como sucede actualmente con algunos detenidos. Esto sin tomar en cuenta las cifras de decesos por desnutrición, por falta de medicinas y condiciones precarias de los centros de salud, que ni alcohol tienen para desinfectar. El régimen lucha por mantenerse en el poder a costa de lo que sea. Los venezolanos luchan por vivir en libertad y democracia. No nos dejen solos.
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