Los comunistas y sus simpatizantes nos venden la aceptación –luego imposición– de esta ideología, así como de sus derivados socialistas o socialistoides, como una especie de bien inmortal. Y sepamos que no es así: el comunismo es un mal, eso sí, muy difícil de extirpar, pero no es infalible como quieren hacernos creer a través de su terrible y ya centenaria imagen.
Estos autoritarismos se mantienen a través de la mentira, la edulcoración de la idiotez y, por supuesto, el miedo. Las revoluciones socialistas (siguen llamándoles así a las dictaduras) no dejan nada bueno: destruyen lo valioso de las sociedades, cercenan derechos y libertades, crean maldad, miseria y asesinan a sus disidentes u opositores, sobre todo a quienes se convierten en riegos para la perdurabilidad del sistema.
Los comunistas no son románticos luchadores por el bien común, sino grandes embaucadores que cometen crímenes, aunque la izquierda mundial intente negarlo, o justificarlo, con el discurso artificial del igualitarismo como forma de ideal progreso para todos. Una de las más grandes falsedades de la historia de la humanidad.
Ha ocurrido así en los últimos cien años. Entendámoslo de una vez. El asesinato de Oscar Pérez, el ex policía venezolano que se alzó contra la dictadura de Nicolás Maduro, no es un hecho aislado ni un error de cálculo, sino la imagen real del comunismo. Y no hace falta levantarse en armas para ser exterminado por estos regímenes. Tan solo significar un peligro potencial para el statu quo que defienden a golpe de adoctrinamiento, desinformación, hambre y sangre.
Obsérvenos lo sucedido en Venezuela luego de que el pasado año se estableciera una situación clave para la resistencia, cuando miles de jóvenes se lanzaron a protestar en las calles enfrentándose a golpizas, torturas y balas. Recordemos que no fue siquiera el asesinato de varios venezolanos a manos de las fuerzas represivas lo que hizo mermar los actos de desobediencia cívica. Fue la falsa ilusión de que en otras elecciones maniatadas, simuladas, perdidas de antemano (como son esas “elecciones”, si así puede llamársele) se podría derrotar la tiranía. Falacia impulsada por la oposición, o la supuesta oposición, que después de tamaño fiasco solo tiene a su favor el inmenso récord del castrochavismo.
Es una vergüenza que muchos de los que se hacen llamar líderes opositores hayan criticado, casi al mismo nivel, el asesinato de Oscar Pérez y su valentía de tomar las armas para intentar recobrar la libertad en su país.
Los agentes cubanos, que son quienes mandan en Venezuela, saben que la única manera en que se les puede derrotar es a través de un levantamiento popular masivo con el apoyo de al menos un sector de las fuerzas armadas. En Venezuela aún esto es posible, y a ese riesgo es adonde no quiere llegar el régimen. Ese es su verdadero pánico. Su posible final.
Una situación que de darse (y ojalá así sea) se ganará el apoyo militar de uno o más países del hemisferio, a los que la corrupción, el narcotráfico y otros males del castrochavismo afectan de diferentes maneras. Sería muy beneficioso para el mundo que los gobiernos comprometidos con la libertad, los derechos humanos y la democracia entiendan el peligro de los llamados socialismos del siglo XXI y desactiven, o ayuden a desactivar, todo su eje en Latinoamérica y en donde quiera que se intente sembrar esta malévola ideología.
¿Pero qué pueden hacer los venezolanos si la comunidad internacional les deja solos como por sesenta años ha dejado a Cuba? ¿Van a esperar cuatro décadas, o más? No son los años sesenta. Ya se sabe, y se puede contemplar en Internet, que estos dictadores, los comunistas de siempre, hablan muchísimo en nombre de las necesidades de los pueblos y de cumplir su voluntad, pero es pura cháchara, estupefacientes para engatusar a la idiotez mundial.
Estos autócratas, da igual el traje que se pongan, no entregan el poder democráticamente. Su inmunidad, su impunidad, las defienden a como dé lugar. De más está decir el asesinato de sus contrarios, a los que siempre considerarán enemigos. Por ello hay que sacarlos a la fuerza. Y cuanto antes, mejor. Si no miremos –otra vez– la historia.
Pensar, o peor, decir, que de otra forma podrá ser depuesto el comunismo en Venezuela, o en Cuba, es dejarse obnubilar por el flojo discurso seudodemocrático, ser tontos útiles o conspirar en favor de la perpetuidad de la dictadura. Aún los venezolanos (y puede que el efecto inspire a los cubanos) están a tiempo de revertir el miserable orden en el que subsisten. Como diría mi abuelo: Y para luego es tarde.
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