Leo un libro de reciente publicación: Los brujos de Chávez. Allí se narran anécdotas sobre las aficiones esotéricas del difunto, se describen hechos que marcaron la vida venezolana durante el fatídico período que duró su gobierno, que no es otra cosa que la reedición, pero aumentada, de experiencias similares desde la presidencia de Joaquín Crespo, que tenía brujo oficial instalado en palacio, para luego pasar a Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, hasta llegar a Luis Herrera Campins con su pepa de zamuro. Todo bajo el común denominador de la ignorancia del pueblo masa que endiosa y teme a quien cree poseído de fuerzas sobrenaturales.
El autor, David Placer, periodista venezolano, publicó este trabajo en Editorial Sarrapia y para lo cual tuvo la acuciosidad de meterse bajo la cobija de la élite chavista husmeando sobre esa afición de Chávez a lo sobrenatural y a quien por medio de conjuros y barajas, cuando todavía era un imberbe teniente, le predijeron desde que sería presidente hasta que moriría a los 60 años de edad.
Placer narra una enloquecida hilera de hechos que pasaron por las montañas de Sorte en Yaracuy hasta llegar a los babalaos y paleros cubanos que profanan tumbas, abren urnas y roban huesos para sus ritos satánicos, en lo que se incluye el episodio de la exhumación del cadáver de Simón Bolívar en horas de la madrugada que es la marcada por los sumos sacerdotes africanos como “la hora de los muertos”, y llegar a la osadía de mostrar el esqueleto en cadena nacional, todo justificado bajo el engaño masivo de que se trataba de corroborar una apócrifa versión de muerte por envenenamiento y para reconstruir su rostro y dibujarlo con facciones de su antecesor el mulato apodado Maisanta, cuatrero asalta caminos de los montes barineses.
Otro hecho importante revelado en esas historias negras es que la espada del Libertador, antes resguardada en las bóvedas del Banco Central de Venezuela y que Maduro sacó con el pretexto de trasladarla al Panteón Nacional “porque aquellas bóvedas frías no eran un lugar digno para ella” (Pérez Arcay dixit), ahora está en medio de fetiches en un cuarto de Miraflores confundida entre amuletos, calaveras humanas, de caimanes y otros animales, velones a changó y varios otros adminículos de esa naturaleza.
Pero, además de lo anecdótico sobre aquellas brujerías del comandante, el libro testifica un rasgo suyo poco explotado, su invariable actitud de olvido y traición a quienes lo ayudaron a tener y mantener el poder. Se narra cómo se sirvió de quien durante diez años fuera su amante, confidente, compañera, protectora, cómplice; es decir, todo, la señora Herma Marksman y también de la hermana de esta, Cristina Marskman, su primera y principal bruja que en diciembre de 1987 cuando él apenas contaba con 32 años le vaticinó, cartas de por medio, que llegaría a ser presidente después de pagar prisión y que antes de cumplir 60 años moriría. Ella hasta le salvó la vida al advertirle anticipadamente sobre una emboscada de la guerrilla colombiana que quería fusilarlo. Todo eso para luego ignorarlas por completo cuando coronó la Presidencia. Herma, que lo conoció tanto, que lo sufrió tanto, llegó a declarar que “Chávez fue un hombre sin valores, ambicioso, desagradecido, desleal, que usaba a las personas y luego las desechaba”. Esa descripción me hizo recordar la famosa canción de Paquita la del Barrio.
Otros de los más destacados olvidos de personas cercanas fueron los casos de Elisabeth Sánchez, compañera resteada desde el comienzo de sus actividades conspirativas, quien solo pudo perdonarle tal innobleza cuando –cristal de la urna por medio– le habló al cadáver expiándole ese pecado. También el arquitecto Nedo Pániz, de quien aprovechó su casa, su carro, su tarjeta de crédito, entre otras generosas y desinteresadas dádivas, cuando todavía nadie le daba chance sobre el futuro poder que llegaría a tener, y quien fue el receptor de la infidencia de que él (Chávez) era la reencarnación de Ezequiel Zamora. Lo del general Baduel fue peor porque siendo de sus primeros compañeros de armas en adherírsele, además de unidos por vínculo cristiano de compadrazgo, y después de haberlo repuesto en la Presidencia durante aquellos dramáticos episodios de los días 11, 12 y 13 de abril de 2002, lo metió en prisión acusándolo de corrupción solo por sus discrepancias conceptuales sobre la política.
Y así, uno a uno, caso a caso, se desnuda tan fea característica del hombre que al final de su existencia quiso reconciliarse con el principal de sus ignorados, el más grande de sus agraviados, pero ya era tarde, Él no le atendió su llorosa y televisada petición que formuló ante el Santo Cristo de La Grita: “No me lleves todavía”. Tal parece que la inconsecuencia, la ingratitud, es un pecado que no lo perdona ni Dios, por lo menos no a un hombre que le dio la espalda para martirizar a su pueblo, para sumir a su patria en aquellas profundidades satánicas y para entregarse él mismo a ritos ocultistas al punto del desafío maldiciendo a un obispo en su urna y convocándolo para encontrarse con él en el infierno.
El autor del libro que aquí comentamos mantuvo entrevistas con una gran cantidad de personajes de esta picaresca, entre ellas Yoel Acosta Chirinos, que le habló sobre las reiteradas conversaciones que, en Yare, Chávez fumando tabaco y tomando ron tenía con los muertos a través de la Ouija. Pero es que trasluce del libro que Chávez no dejó tema espiritual en el que no incursionara fue cristiano, intentó ser masón, también espiritista, evangélico, mahometano, practicó la brujería y en esas andanzas recaló en los babalaos cubanos, para convertirse en uno de sus sacerdotes, de lo cual el castrismo se aprovechó para entrar a fondo en el dominio de la Fuerza Armada y de la cosa pública venezolana. Se narran las incidencias del uso de Aeropostal con vuelos a La Habana totalmente copados por altos mandos militares venezolanos solo para iniciarse en la santería, lo que entonces constituía un mérito para cualquier ascenso o cargo.
El libro testifica la utilización de creencias mágicas para profundizar la penetración en el alma del imaginario popular y así hacerlo adicto al culto a la personalidad del hombre que se pretendió más allá del hombre para ejercer el dominio político, y para la penetración cubana en los estamentos de poder venezolanos explotando la ignorancia de los pobres para mantenerlos en el atraso como se ha hecho en aquella isla, que en vez de computadoras se les ofrece vudú, amuletos, velas y tabacos. Que en vez de industrias, ciencia, tecnología, le suministra fantasías de magia negra. En resumen, en este libro se desvelan los secretos de cómo Chávez usó la brujería para controlar al pueblo y de cómo Fidel Castro la usó para dominarlo a él y para desgraciarnos a todos.
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