Uno de los proyectos de López Obrador más citados por los medios y por él mismo en días recientes es el de la siembra de 1 millón de hectáreas de árboles frutales, maderables y de café en el sureste mexicano. Lo menciona AMLO en su carta a Donald Trump, ha ido a Chiapas a promoverlo in situ, y ha agregado ciertos detalles: se crearán 400.000 empleos permanentes; los maderables serán sobre todo caoba, hule y cedro; entrañará efectos de restauración ecológica; da a entender en dicha carta a Trump que, junto con el proyecto del istmo de Tehuantepec y la zona libre de la frontera norte, se tratará de la primera “cortina para retener trabajadores en nuestro territorio”.
Aún impera cierta confusión sobre los “detalles” del proyecto. Por ejemplo, si se trata de sembrar 1 millón de árboles o 1 millón de hectáreas, que equivalen más o menos a 3% de la superficie nacional cultivada y donde se sembrarían entre 300 millones y 500 millones de árboles en total; si se sembrarán en tierras ya desbrozadas o si habrá que talar, quemar, desyerbar y clarear tierras selváticas para alcanzar los beneficios anunciados. Asimismo, no queda claro qué árboles comenzarán a producir y cuándo: los cafetos primero, los frutales que les brindarán sombra antes o después, y los maderables ya en sexenios siguientes.
Mi madre visitó Cuba por primera vez en 1967, y volvió muy entusiasmada con la revolución en general y con un proyecto en particular, lanzado por Fidel Castro hacia finales de ese año, y desarrollado a partir de un discurso del comandante en enero de 1968. Se llamaba el Cordón de La Habana. Dijo Fidel: “La superficie del Cordón de La Habana es aproximadamente 30 000 hectáreas, aproximadamente unas 19 000 irán sembradas de frutales con café intercalado en los frutales… La Habana producirá el café que consume, y ya en el año 1970 se autoabastecerá plenamente de café… no solo abastecería a la capital y el país de café, sino que convertiría a Cuba en una potencia cafetalera mundial”. Según una publicación sobre los proyectos más connotados de Castro cuando murió, “el proyecto de producción de café fracasó cuando se descubrió que los cafetos no progresaban todo lo esperado debido a la plantación paralela de otra planta de crecimiento más rápido, el gandul, destinada a darle sombra a la plantación de café que solo se da en zonas montañosas. La planta en cuestión destinada a crear un entorno boscoso en tiempo récord, absorbía todo el oxígeno de la tierra y mataba al cafeto. Ni La Habana ni Cuba se pueden abastecer hoy de café … La última cosecha cafetalera solo produjo 6.105 toneladas, la décima parte de lo que se producía en 1959”.
El antecedente inmediato del cordón fue el Plan Citrícola de Isla de la Juventud (antes Isla de Pinos) de 1965. La meta era, según le dijo Castro al periodista Lee Lockwood de Playboy en esos años: “Vamos a plantar de cítricos un área similar a la usada por Israel, con el objetivo de convertir a Cuba en el primer exportador del mundo, triplicando la producción israelí”. Durante décadas jóvenes de muchos países, ante todo africanos, fueron a plantar cítricos, y después a cuidarlos, principalmente, naranja y toronja. Según una nota periodística de estos años, los cultivos fueron devastados a lo largo de los años por plagas, mala atención y problemas de infraestructura. En 2013, Israel produjo 551 millones de toneladas de cítricos; Cuba, 66 millones de toneladas.
Obvio: Cuba no es la inspiración del proyecto de AMLO. Obvio también: sus encargados ya estudiaron en detalle los intentos cubanos y, en Quintana Roo en tiempos más recientes, de hacer más o menos lo mismo. Conocen perfectamente las razones debido a las cuales estos esfuerzos fracasaron de manera rotunda. Asimismo, sin duda revisaron minuciosamente los casos de éxito: el Negev, en particular. Estamos en buenas manos.
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