Tanto el viernes pasado, vía el vicepresidente Mike Pence, como el domingo en boca del jefe de la oficina de la Casa Blanca y el secretario de seguridad interna (DHS), el gobierno de Estados Unidos ha sido muy explícito en formular sus demandas al de López Obrador. Más allá de los lugares comunes, la falsa solemnidad, las denegaciones freudianas y la ausencia de contenido sustantivo de la carta de AMLO a Trump, y de las grandilocuencias de su canciller (llamar cumbre a una reunión de dos secretarios de relaciones), los parámetros de la negociación en Washington el miércoles están claros.
Lo primero: Washington aplicará aranceles a las exportaciones mexicanas (o importaciones desde México) porque a su entender nuestro país no ha hecho lo necesario ni lo deseable para reducir/impedir/contener la migración centroamericana hacia Estados Unidos. No se trata de un conflicto comercial. Trump está haciendo lo que México siempre debió haber hecho, lo que Peña Nieto y Videgaray dijeron que iban a hacer, y que ni ellos ni López Obrador han realizado en realidad: adoptar un enfoque integral de la relación entre ambos países. Desde la época de Salinas se insistió en que todo debía avanzar por vías separadas; hoy el gobierno repite la misma tonada.
En lo migratorio, Trump exige tres concesiones mexicanas. La primera, la más urgente y lastimosa, consiste en la formalización del Acuerdo de Tercer País Seguro que en los hechos se empezó a poner en práctica con el convenio Remain in Mexico. Formalizarlo significa que al ser México un país “seguro”, no hay necesidad para ningún “tercero” (hondureño, cubano, congolés) de pedir asilo en Estados Unidos. Como Austria y Alemania, pues. Ya ni siquiera tendrían derecho a audiencia; deberán regresarse a sus países, o pedir asilo en México.
Las cifras son elocuentes. Según DHS, entre enero y mayo fueron detenidos del lado norteamericano de la frontera 470.000 migrantes. La cifra de mayo aún no se divulga, pero DHS ya dijo que superaría la de abril (109.000). Según un funcionario mexicano, citado por The New York Times el sábado, han sido devueltos menos de 9.000 solicitantes de asilo (yo creo, por ejemplo, a partir de mis pláticas con el gobernador Javier Corral de Chihuahua, que son más bien como 20.000). Los 450.000 restantes se encuentran en Estados Unidos, y podrían ser devueltos a México. Los que sigan llegando no esperarán su audiencia en México; no habrá audiencia. Con el tiempo, y al entrar el verano, es muy posible que el flujo disminuya. ¿Cuánto?
En segundo lugar, los tres voceros estadounidenses insistieron en el sellamiento de nuestra frontera sur. Lo que se pueda hacer en la frontera, perfecto. Lo que no, en los check-points en el camino de Guatemala a Estados Unidos. En otras palabras, lo que AMLO ha intentado, de buena fe y con la peor moralidad imaginable, desde enero. No existe la capacidad en México para hacerlo. En este sentido, debemos agradecerle al Inami su infinita corrupción e incompetencia. Y en tercer término, Trump quiere un ataque frontal contra lo que llama las organizaciones criminales transnacionales (TCO) que según él monopolizan el transporte de migrantes centroamericanos del sur al norte. ¿A quiénes se referirá?
México debe decir que no. Así de sencillo. Y no disfrazar un sí con mentiras, cortinas de humo, control de medios, etc. Los vamos a cachar, tarde o temprano.
¿Y los aranceles, apá? Existen varios caminos. El primero es decir: Va. Pon lo de 5%, y vemos que sucede. Ya con la devaluación del jueves y viernes se compensó más de la mitad. Podemos aguantar hasta 10%, claro, si se deja de gobernar con el tipo de cambio, a la López Portillo. El segundo es aplicar aranceles en represalia, escogidos con criterios electorales en los estados que más le importan a Trump, como lo sabe hacer la tecnocracia de la Secretaría de Hacienda desde hace un cuarto de siglo. El cuarto, esperar que el verano traiga consigo, como cada año, una disminución del flujo centroamericano (Trump espera lo mismo). Por último, movilizar, y dejar que se movilicen, las fuerzas aliadas en Estados Unidos: voceros mexicanos en los grandes medios nacionales; exportadores afectados por nuestros aranceles; republicanos opuestos al principio mismo; partidarios del T-MEC que saben que así no pasa; abogados que cuestionarán la legalidad de las medidas de Trump; altos funcionarios de la administración opuestos a las medidas que por ahora perdieron pero que pueden ganar después; asociaciones de consumidores norteamericanos opuestos al alza de precios de algunos productos.
Sé que la inmensa mayoría de los mexicanos prefieren que sacrifiquemos a los centroamericanos y no nos peleemos con Trump. Lo que no saben es que los centroamericanos no se van a quedar en Centroamérica, que la decencia mexicana sí tiene un valor incalculable, que las escenas de esbirros mexicanos uniformados arrancando niños a sus madres son intolerables, y que Trump no va a quedar satisfecho con estas concesiones mexicanas. Amor y paz.