Tenemos por delante, básicamente, dos opciones. Terminar de llegar al llegadero, con las consecuencias catalizadoras de un cambio que ello podría implicar. O quedar bloqueados en una calle ciega, atrapados en el entramado de la hegemonía despótica, sin salida probable o por lo menos no a la vista. En ese sentido, entendemos por llegadero el punto, la encrucijada, la circunstancia principal que, finalmente, supone el arribo al final de una etapa trágica –la revolución bolivarista–, y el inicio, así sea sumamente complejo, de una etapa distinta que nos pueda conducir a la reconstrucción de la república, de la democracia, del Estado, de la convivencia, de la economía, en suma: a la reconstrucción de Venezuela.
Nada de eso puede ocurrir en una calle ciega. El llegadero debería ser dinámico. La calle ciega, por definición, es estática. ¿Adónde nos pretende llevar la hegemonía? Pues, a la calle ciega de la desesperanza, de la resignación, de la apatía, del “esto es lo que hay” y, por ende, que cada quien trate de sobrevivir como pueda, incluso emigrando. Más o menos el clima colectivo que se malvive en Cuba, y el cual se refleja en su cultura contemporánea, y en especial en mucha de su literatura y filmografía. ¿Estamos allí y sin vuelta atrás? No lo creo, pero podríamos estarlo más rápido de lo que se pueda suponer.
¿Y el llegadero? Pues, se trata de un camino distinto, que se alcanza, de un lado, por el dolo y la negligencia destructiva del poder establecido, que han sumido a Venezuela en una catástrofe humanitaria en medio de una bonanza petrolera; pero, del otro lado, hace falta una conducción política que represente a la abrumadora mayoría de las víctimas de la hegemonía, vale decir, del pueblo venezolano, y transforme la catástrofe económica y social en un envión político con la fuerza de promover cambios efectivos. Para lo cual hace falta la buena voluntad y decisión de aquel sector de la comunidad internacional, en particular del vecindario regional, que ya tienen conciencia clara del horror que se sufre en esta patria.
Lo primero, o la catástrofe humanitaria, es un hecho que solo puede ser refutado por muy mala fe o por una ingenuidad irremediable. Lo segundo, la conducción política, no se va a forjar con las dialécticas incomprensibles de los diálogos simulados o de las declaraciones sin consecuencias prácticas, por más justas que luzcan. Para una parte, no insustancial, de la oposición política, el aferrarse a la premisa –deseable pero no posible– de la salida “electoral” en el contexto por todos conocidos, ha significado un negocio redondo. Pero al mismo tiempo ha contribuido a llevarnos hacia la calle ciega. Quien así lo sostenga no es un “mudofóbico”, como se pretende hacer ver. El anuncio ya oficial de las “elecciones presidenciales” para el 22 de abril será ocasión adicional para ponderar las posiciones comprometidas con el cambio o con el continuismo.
No nos cansaremos de reiterar que la unidad no es un fin sino un medio para alcanzar un fin. Y si no rectificamos, cuando nos alejamos en vez de acercarnos al fin aspirado o al cambio efectivo, entonces se le hace el juego a la hegemonía y las consecuencias están sobre el tapete. Se ha perdido un tiempo muy valioso con la escenificación de Santo Domingo y esperemos que, por fin, esas tramoyas queden atrás y se encaren los desafíos sin más dilaciones. Entre el llegadero y la calle ciega no parecen haber opciones matizadas, de esas que algunos politólogos y afines denominan “ganar-ganar”. Mientras más rápido lleguemos al llegadero, mejor. Pero sin la conducción política decidida, un aparente llegadero podría convertirse en una verdadera calle ciega. Luchemos unidos para que eso no acontezca.
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