Pocas palabras generan indignación como las que pretenden herir, humillar, vilipendiar o deshonrar a los más débiles. Ultrajar a quien no tiene oportunidad para defenderse es un acto vil que en nuestra infancia se denominaba “caribear”.
El conjunto de gerifaltes rojos que ha usurpado la democracia en Venezuela hace gala de esta peculiar falta de sensibilidad, y se llenan la boca buscando improperios para referirse a quienes adversan o rechazan su mefistofélico gobierno, una desaforada conducción del Estado que desde hace cuatro lustros, equivalentes a igual número de períodos presidenciales democráticos, va arrastrando a nuestra nación por el despeñadero de la miseria y el hambre.
En días pasados, ante cámaras de televisión y micrófonos de radio, el presidente Nicolás Maduro se mofaba de quienes con su mochila de pesares y dolores en sus espaldas dejaban sus terruños para adentrarse en la dificilísima tarea de echar raíces en tierras extrañas. Nunca las migraciones se han producido con jolgorio y sonrisas; por el contrario, son lágrimas y desolación las que marcan la ruta de quienes con añoranza intentan mutar su alma y llenarse de ilusión y anhelo para recuperar sus sueños en el futuro. Maduro al despedirles lo hace con burla y deseándoles el peor de los futuros a nuestros sufridos hermanos.
Nicolás les llamó “limpiapocetas”, y denigró de quienes, ante la falta de oportunidades en su tierra, recorren kilómetros de empedrados caminos y veredas inhóspitas para llegar a cualquier sitio donde no solo llenarán el cuerpo de alimento y medicina, mas también el alma con el elixir de la esperanza.
Es probable que algunos hayan lavado sanitarios, es un trabajo digno como cualquier otro; recibir una remuneración por la faena realizada o el servicio prestado. Extraña que alguien que dice ser humilde, haber sido obrero, considere que ciertas labores sean indignas; tal vez para él sea mejor cobrar sin hacer nada.
Honrar al trabajo es primordial para ser moralmente aceptable; claro que quien no respeta a los que laboran en tareas básicas carece de humildad y condición humana, salvo para conducir piaras al chiquero.
Duele a la nación el vejamen a quienes por necesidad son erradicados y recorren los caminos extranjeros en búsqueda de lo que les han despojado en su tierra. Es imperdonable que pretendan transformar esta tragedia nacional en un sainete ligero y de mal gusto, y atreverse a decir que la salida de su país no es más que una moda a seguir, una “fashion” que da nota y prestigio social. Ya veremos si piensan igual el día que les toque a ellos hacer maletas y buscar escampadero para sus penurias (que no será por falta de dinero) en extraños lares.
Hoy, esa masa humana es testimonio de la destrucción de una nación; hombres, mujeres y niños son motivo de dolor y profunda amargura. Aunque sea lavando pocetas o dirigiendo empresas, enseñando en universidades u operando en grandes hospitales, también es motivo para sentir orgullo ver a nuestros compatriotas ganarse el respeto de quienes nos han abierto las puertas para acogernos como otrora lo hiciéramos nosotros.
La única razón para avergonzarnos la saben bien Nicolás y sus gerifaltes: ellos.
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