Alexis de Tocqueville, uno de los analistas más sagaces de la política de su tiempo, autor de La democracia en América, obra clásica, también escribió un volumen imprescindible sobre la Revolución francesa. Quiero tocar un poco su contenido, con el objeto de llamar la atención sobre las expectativas que nos podemos hacer los venezolanos en la gesta que realizamos ahora contra la usurpación de Nicolás Maduro. La gesta ha tenido una manifestación estelar el pasado 23 de enero, una extraordinaria movilización de masas que conviene comentar partiendo del análisis que el autor hizo de la toma de la Bastilla.
Ante los ojos de las mayorías, en su momento y en la posteridad, la toma de la Bastilla fue una hazaña del pueblo de París cuyos miembros se echaron a la calle para asaltar con éxito una de las fortalezas fundamentales del Antiguo Régimen. Gracias a la intrepidez de la multitud, la captura de la fortaleza significó el comienzo del derrumbamiento del absolutismo y el capítulo inicial de una cascada que desembocaría en el ascenso de la burguesía liberal para que se iniciara un proceso inédito de la historia universal. Eso es lo que generalmente sabemos del suceso, o lo que se nos ha trasmitido, pero Tocqueville nos desengaña con su profundo análisis.
La Bastilla era entonces, como prueban las indagaciones del autor, lo más parecido a un cascarón vacío. Las piedras de su mole todavía impresionaban al viandante, la señal de sus muros trasmitía la imagen de un señorío imbatible ante el cual debían postrarse los nobles y los plebeyos, los pobres y los ricos, los laicos y los eclesiásticos, los propios y los extraños, pero quienes tenían la posibilidad de pasar a su interior se llevaban la sorpresa de descubrir que solo su fachada podía comunicar la existencia de una dominación digna de respeto. Una prisión casi deshabitada que custodiaba una guarnición de pocos soldados perezosos y mal armados era el supuesto bastión que destrozarían los valientes parisinos.
Nada que ver con la temida prisión del pasado. Era un escombro, pese a que sus muros se veían macizos desde la calle. Dice Tocqueville, después de analizar la evolución del lugar, que ninguna intención revolucionaria lo hubiera dominado de haberse enfrentado a los recursos que antaño lo defendían. Una soldadesca bien armada y fiel a la Corona hubiera sofocado una rebelión popular en cuestión de horas, sin contar con refuerzos externos. Pero ¿qué importancia tienen estos detalles? La precariedad de la Bastilla era testimonio de la fragilidad de un sistema condenado fatalmente a la caducidad. La Bastilla era un remedo del terrorífico lugar que fue, como la monarquía de Francia apenas se relacionaba con su anterior poderío sin límites y con las impresiones de su magnificencia. El raquitismo de la célebre cárcel era también la anemia de los Luises, la misma desolación, el mismo sendero hacia el cementerio. Aun así, concluye el pensador, se tuvo que derramar mucha sangre y dedicar horas infinitas a la planificación, para que por fin se estableciera una república que al principio no sería duradera.
Debemos estudiar las fortalezas y las debilidades de la dictadura de Maduro para pensar con seriedad en la fecha de su desaparición. Probablemente su poder sea tan débil y tan deplorable como el trono de Luis XVI, pero quizá tenga más agallas que un rey abúlico, más bayonetas que la Bastilla –¿no es así?– y, en especial, más motivos para usar la crueldad, o más ganas de valerse de ella ante el torbellino que le amenaza. Sobran las razones para demostrar su decadencia, vetusta como el ascenso de Chávez, y para considerar la aversión que provoca en el pueblo que la sufre, pero la analogía tal vez excesiva que ahora se ha manejado sugiere que las analicemos con cuidado porque también depende de ellas la restauración de la libertad.
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