Las estadísticas del Consejo Nacional Electoral indican que los porcentajes históricos de abstención electoral en elecciones regionales en Venezuela, y desde 1998, desembocan en un promedio de 45%, con un mínimo de abstención de 43% en las regionales del año 2000 y un máximo de 54% en las de 2004. En consecuencia, y en sintonía con ese historial, cabe esperar que poco menos de la mitad del padrón electoral se abstenga de participar en los comicios de este domingo 15 de octubre.
Según números del CNE, al 30 de julio pasado el padrón electoral tenía 19.805.002 votantes habilitados en el Registro Electoral. Y en la consulta nacional del 16 de julio de este año votaron 7.676.894 de ciudadanos, de acuerdo con la MUD y sus auditores.
Si aplicamos el promedio de abstención de 45% sobre el padrón de 19.805.002 tenemos que solo votarían 10.892.751 de ciudadanos, los cuales deberán repartirse en alguna proporción entre los candidatos del oficialismo y los de la oposición. ¿Y cómo hacemos la repartición?
En las últimas elecciones, las parlamentarias de 2015, la coalición oficialista obtuvo 40,91% y la alianza opositora 56,22% de los votos. Apliquemos estos porcentajes a la cifra de 10.892.751 de ciudadanos: para el oficialismo 4.456.224 y para la oposición 6.123.905. Ello sin hacer ninguna consideración sobre los nuevos electores decepcionados, con el oficialismo y con la oposición, y que seguramente contribuirán a disminuir el número de participantes.
La diferencia entre 6.123.905 de ciudadanos y los que votaron en la consulta del 16 de julio, 7.676.894, pone en evidencia lo catastrófico que sería para la oposición lograr menos de 6.123.905 de electores acompañándola en los comicios del domingo, pues significa pérdida de capital electoral. Por eso, sus voceros han diseñado una campaña peculiar, a todas luces manipuladora, que califica como mínimo de irresponsables a las personas que, estadísticamente o justificadamente, se abstendrían de votar.
La tipología conductual de Carlo Cipolla (1922-2000) expone que hay cuatro tipos de individuos según su comportamiento: los inteligentes benefician a los demás y se benefician a sí mismos; los incautos benefician a los demás y se perjudican a sí mismos; los estúpidos perjudican a los demás y se perjudican a sí mismos; mientras que los bandidos perjudican a los demás y se benefician a sí mismos.
Un manipulador es alguien que quiere ganar algo a toda costa y que hace todo lo posible para alcanzar su meta: emplea el miedo, la obligación y el sentimiento de culpa para conseguir su cometido. Utilizando la tipología de Cipolla, lo único que me queda claro es que la oposición no cae ni dentro de la tipología inteligente ni dentro de la de incautos y tampoco dentro de la de estúpidos. Sus reconocidas reuniones secretas con el oficialismo, así como su actual comportamiento manipulador, tiene al menos una posibilidad clasificatoria: la de bandidos.
Así, la situación descriptiva de un ciudadano venezolano con derecho al voto para el 15 de octubre es esta: si decide votar, estará obligado a escoger entre estúpidos y bandidos.
Ahora bien y ante tan singular escenario, la regla de juego por excelencia sigue siendo la Constitución vigente, que establece en su artículo 61 la libertad de conciencia: «Toda persona tiene derecho a la libertad de conciencia y a manifestarla…”.
El derecho de libertad de conciencia es el derecho fundamental básico de los sistemas democráticos. El resto de derechos fundamentales de la persona se sustentan en él. La conciencia de un ser humano es su último reducto cuando lo despojan de todo lo demás y forma parte de eso que se llama dignidad humana. El dicho popular señala que lo último que se pierde es la esperanza, pero eso no es cierto: perdida la esperanza queda la dignidad.
Amigos lectores, no se dejen manipular ni por el oficialismo ni por la oposición. Conserven intacta su dignidad humana y tomen su decisión de ir o no ir a votar de acuerdo con su conciencia. El filósofo griego Epicteto lo dijo hace más de 1.900 años: «Ninguna persona será libre, si no es primero dueña de sí misma».
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