Tal vez no sea casualidad que los años setenta se hayan puesto nuevamente de moda en el cine americano. En los últimos seis meses hemos sabido del secuestro del nieto del millonario americano J. Paul Getty (Todo el dinero del mundo), de las travesuras del némero dos del FBI Mark Felt durante Watergate, y ahora, gracias a Steven Spielberg, de la pelea a cuchillo entre la Casa Blanca de Nixon y los liberales del The Washington Post. Es posible arriesgar una hipótesis: en el fondo, Hollywood tiene su corazoncito liberal, que sale a relucir cada vez que el poder amenaza con salirse de madre y lo provoca. Un poco de historia para ubicar a los personajes.
Robert McNamara fue un egresado de la Universidad de California, apasionado de las matemáticas, ejecutivo de la Ford antes de ser llamado por Kennedy para ocupar la cartera de Defensa como uno de los “mejores y más brillantes” con los que pobló su gabinete. Siendo un hombre de ideas liberales, le tocó el destino trágico de dirigir el empantanamiento en Vietnam, error que reconocería en 1995, en un libro llamado En retrospectiva. Era, de corazón, un intelectual que en 1967 encargó la recopilación de todo lo que documentara el involucramiento progresivo de Estados Unidos en Indochina entre 1945 y ese año de gracia. Como se sabe, los ríos, cuando son caudalosos, arrastran mucho lodo, motivo por el cual esos papeles, llamados “del Pentágono” fueron puestos a buen recaudo. No por mucho tiempo.
Daniel Ellsberg era un economista egresado “cum laude” de Harvard y Cambridge, devenido analista del Pentágono, observador de primera mano del conflicto y muy escéptico respecto a la escalada militar en ciernes. En 1971, echó mano de los célebres papeles y los filtró al The New York Times primero y al The Washington Post después.
La historia no estaría completa si no fuera porque existió Katherine Graham, heredera de un imperio que incluía al, por entonces, no tan célebre The Washington Post. Era un periódico local, salvado de la bancarrota en 1933 por el papá de Katharine, que en 1946 lo dejó en manos no de ella, sino de su esposo Phil. Tras el suicidio de este, en 1963, rebotó a las manos de su viuda. En 1971 era una feroz y aún inexperta liberal que poco hubiera podido hacer sin sus buenos instintos y el talento de Ben Bradlee, su editor y compinche a la hora de elevar al Post al Olimpo de la prensa nacional. Cuando esta historia comienza, todos estos liberales a lo Kennedy veían con horror cómo uno de los políticos más sucios (y más talentosos) de la historia republicana cumplía dos años al frente de la Casa Blanca. El desprecio, no es necesario aclararlo, era mutuo.
La película es la crónica de esta pulseada, que comienza cuando Ellsberg arriesga el pellejo en Vietnam para luego ver cómo las declaraciones de su jefe McNamara guardan poca correspondencia con su opinión personal sobre el progreso de la guerra. En realidad, la discusión misma tiene menos que ver con el conflicto en sí que con lo que este revela. Los papeles son un estudio académico que no involucran a la administración Nixon (más bien acusan a los anteriores presidentes), pero muestran inconstitucionalidades y mentiras que el “establishment” no puede permitir ver la luz del día, porque sabe que sus pies también tienen barro y mucho. Tal vez haya que reprocharle a Spielberg, siempre romántico y ampuloso, que demasiadas grandes palabras se impongan a veces en el discurso. Lo más sabroso de la película es la perseverancia de sabueso con que los buenos chicos del Post buscan a codazo limpio hacerse primero con la noticia para estamparla en la primera página. El resto son peleas y discusiones bizantinas entre abogados y competidores para asegurarse de que nadie vaya preso, y si va preso, que la oferta pública del Post no se vea dañada. Un punto a favor de la película es la feliz pintura de los personajes, delineados por un rasgo individual que los define. Graham es todavía una heredera insegura, que esquiva lo que el sentido común le grita. Bradlee no es aún el editor todopoderoso que dirigirá los dardos del escándalo Watergate, pero sí un editor audaz y muy ambicioso. Y McNamara es muy benévolamente tratado, acaso porque su tardío mea culpa lo reivindicó parcialmente. Este juego de los personajes hace que la película logre captar el nerviosismo, el flujo de adrenalina y la pasión por el poder de la información que todo buen “tubazo” conlleva. Hay una ironía final, suerte de golpe de estaca a la administración Nixon: la película termina donde otro clásico de 1976 llamado Todos los hombres del presidente comienza. Con el descubrimiento por parte de un inocente agente de seguridad del hotel Watergate, de unos intrusos que se han colado en las oficinas del cuartel demócrata.
El Post. (The Post). USA.2018. Director Steven Spielberg. Con Meryl Streep, Tom Hanks, Bob Odenkirk.