El padre de Freddy Alirio Bernal Rosales fue un aguerrido tachirense que se fajaba a defender la dictadura de Pérez Jiménez en cualquier esquina y circunstancia. Militó en la Cruzada Cívica Nacionalista, el partido que fundaron los perezjimenistas en la democracia, no porque fuera conservador ni hombre de derecha, sino porque era su opción real de ser gobierno y mandar. Llegó a cabo II cuando prestó el servicio militar obligatorio y siempre pensó que Venezuela necesitaba ser gobernada con puño de hierro.
Su hijo quiso seguirle los pasos y se incorporó a la Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación, la Efofac, pero no dio la talla y le dieron la baja a los pocos meses. No era aficionado a jugar beisbol ni animaba, obvio, actos culturales. Encontró una opción para canalizar su afán de disciplina y mando en la escuela de suboficiales de la Policía Metropolitana en El Junquito. Ahí obtuvo el grado de subinspector y luego el diploma de licenciado en Ciencias Policiales. El papel aguanta todo.
En la PM se destacó por su osadía y afán de figurar. Aunque indisciplinado, lo nombraron jefe del grupo CETA, el Comando Especial Táctico de Apoyo, sobre todo por su actuación en el grupo motorizado policial conocido como los “pantaneros”, con mucha mala fama en los barrios de Caracas, una especie de SWAT venido a menos en dos ruedas que se encargaba de procedimientos difíciles y peligrosos, casi siempre extrajudiciales por cuenta propia.
Hizo cursos de paracaidismo y de supervivencia. Ha contado que cuando estaba franco se iba a los laberintos del Ávila a entrenarse para sobrevivir en las peores condiciones. Asegura que no sintió repulsión el día que tuvo que comerse a su mascota, el perro que lo acompañó por dos años, para demostrarse a sí mismo y a los policías que entrenaba que los sentimientos no deben obstaculizar el cumplimiento de las tareas encomendadas.
Desde niño ha tenido problemas con el lenguaje, tanto en la entonación como en la pronunciación, pero ni en San Cristóbal ni en Capacho, donde pasaba largas temporadas, había terapistas del lenguaje ni su deficiencia fue motivo de preocupación para los padres. Los compañeros de clase le decían “lengua ’e trapo” y hasta se fue a los puños con algunos. Como suboficial de la PM le decían “Flaco”, y entre los voluntarios de los grupos que entrenaba con su lugarteniente Iván para las operaciones de subsistencia del MVR –asaltos y secuestros– le decían “el Poli”.
Saltó a la política abierta cuando con varios funcionarios de CETA se incorporó a la intentona golpista del 27 de noviembre de 1992 y desde dos helicópteros que apenas volaban intentaron bombardear el Palacio de Miraflores. Todos fueron capturados, pero los expulsaron sin someterlos al juicio correspondiente.
A partir de entonces se radicalizó y se vinculó a disidentes de Bandera Roja y remanentes de Punto Cero. Entrenó a un grupo guerrillero que iba a funcionar en las montañas del Bachiller, pero Chávez lo llamó para la campaña y empezó a aparecer con flux y corbata en programas de televisión con periodistas entusiasmados con el proceso y complacientes con un ex policía que hablaba de revolución, aunque se le trababan las erres y las ideas.
Con Chávez en el poder le resultó muy fácil hacerse de la Alcaldía de Caracas. Luego de ocho años de abundantes presupuestos y muchas erres trabadas su gran obra pública se limitó a ese esperpento que desnaturalizó la avenida Fuerzas Armadas: el Bus Caracas, una pésima copia del Transmilenio de Bogotá, pero subió de nivel.
Hasta el año 2000 vivió en la avenida Estadio en Alta Vista, Catia, pero con su condición de alcalde se mudó a una amplia y confortable quinta en El Paraíso y se compró un buen terreno vacacional en el cerro El Cristo, en los límites de los municipios Libertad e Independencia en el estado Táchira, su tierra, su paisaje. Levantó un alto muro de tapia y construyó un establo amplio y lujoso para sus caballos finos, al lado de una casa como nunca imaginó su padre, con mucha carne asada y miche bueno. Quería ser ministro de Relaciones Interiores, pero Hugo Chávez no pasó la hoja de la noche de abril de 2002 cuando le dijo cobarde porque en lugar de inmolarse como le aconsejó José Vicente pergeñó su renuncia a la Presidencia con su letra de estudiante desaplicado.
Sufrió cuando la obediente “militancia” del PSUV le negó la posibilidad de ser candidato a gobernador del estado Vargas, pero Bernal, después de que fueron depositados en el Cuartel de la Montaña los restos del comandante, se ha ido fortaleciendo en los hilos del poder. Nicolás lo nombró ministro de Agricultura Urbana, aunque nunca había sembrado nada y en tercer grado no supo hacer el germinador que le puso la maestra de tarea. Su mayor logro en esos predios fue un video en el que recomendaba a los venezolanos criar cabras en el apartamento y mostraba cómo había transformado una de las habitaciones de su mansión en un centro de producción de carne y leche caprina. Hasta ahí. Nunca informó cuánto tiempo aguantó ese mal olor, el hedor, mientras seguía desde su estudio las cadenas de radio y tevé de Maduro.
Desde 2011 tiene una orden de captura de las autoridades de Estados Unidos. Lo acusan de suministrar armas a las FARC y al ELN, grupos guerrilleros colombianos que trafican drogas y cometen actos terroristas. El gobierno de Donald Trump le ratificó las medidas y le agregó otras sanciones por ser el responsable de los CLAP y de los actos de corrupción que han acompañado todas las etapas del programa de suministro de alimentos a los más indefensos económicamente.
Bernal es el protector del Táchira. Lo nombró Maduro para que de manera extraconstitucional reciba y disponga del presupuesto que debería administrar la gobernadora que sustituyó a José Vielma Mora, otro pájaro de cuentas por cobrar. Ninguno de esos cargos y funciones que le permiten acceder y disponer de los medios de comunicación a su antojo lo hacen tan feliz como poder chapear con su carnet de comisario del Sebin, es su recompensa, su sueldo fijo indefinido, por su labor como policía del CETA y pantanero de la PM.
Los demás también estamos contentos. Que aparezca en las redes sociales en un video explicando las razones por las que los ciudadanos deben hacer cola para echarle gasolina a sus vehículos mientras que a quienes han destruido el país desde altos y medianos cargos de gobierno se les asignan estaciones de servicio para su uso exclusivo, sin colas y sin límites de litros para llenar el tanque, enseña más de la realidad derivada de las teorías de Marx, Lenin, Stalin y Mao que todo lo que diga Gloria Álvarez y lo que hayan escrito George Orwell, F. A. Hayek o Ludwig von Mises sobre las miserias del socialismo. Bernal, pese a su lengua de trapo y su dificultad suprema para pronunciar la erre de revolución, deja claro que en socialismo todos somos iguales, pero unos pocos, los dueños del poder, son muchísimo más iguales. Vendo maniquí para probar uniformes militares y ametralladoras calibre 9.19 mm.
@ramonhernandezg