En la Venezuela que la hegemonía roja está destruyendo sin nada de piedad y con mucho de odio, la forma más legítima y constitucional para hacer valer el descontento nacional y la necesidad de cambios efectivos es la protesta social, la protesta popular, la protesta venezolana. Si en el país hubiese elecciones libres, justas y transparentes, cuyos resultados además fueran reconocidos en términos de los contrapesos del poder, quizá la protesta social no tendría la gran legitimidad que ahora adquiere. Pero no tenemos elecciones que respeten y hagan respetar la voluntad popular; por lo tanto, la protesta es la salida constitucional por excelencia, incluso por mandato.
Hay las “condiciones objetivas” para que resurja una intensa protesta social, pero no convocada por tal o cual sector político, sino convocada por el hambre y la desesperación. No solo no se pueden conseguir los productos básicos para la alimentación y la medicación, además de todo lo demás, tanto porque están a precios siderales, como porque no existen en el territorio nacional, sino que ahora, encima de todo, no hay suficiente dinero en efectivo para la supervivencia diaria. Recordemos que un porcentaje importante de la población adulta no tiene acceso al sistema bancario, y sin efectivo están en la más abyecta marginalidad.
Y si la situación en Caracas es calamitosa en todos esos sentidos, la de otras regiones de Venezuela, en particular las más periféricas, ya deben asemejarse a una suerte de Edad de Piedra en pleno siglo XXI. ¿Puede venir una nueva ola de protesta popular? La respuesta es que sí. ¿Debe venir una nueva ola de protesta popular? La respuesta es que también. La hegemonía hará todo lo que pueda, por las malas y las peores, para evitarlo. Algunos de sus voceros han reconocido que no le temen –para usar sus propias palabras– al tablero político, y ni siquiera al tablero económico, pero que el tablero social es otra cosa.
De hecho la protesta se viene acuerpando poco a poco, pero sin alcanzar la vitalidad política de otros tiempos. Más bien es una rareza que, estando Venezuela como está, esa protesta no se caracterice, hasta los momentos, por un mayor dinamismo. Claro que hay intimidación por parte de la hegemonía, cuyo despotismo y violación de los derechos humanos no se puede subestimar. Así mismo, hay algunos sectores de la oposición política que no simpatizan con la protesta social, y más bien tratan de aplacarla o atenuarla de manera directa o indirecta. Eso ha tenido lugar en el pasado reciente, y según se desprende de no pocas declaraciones, existe una noción negativa hacia la protesta popular en variados ambientes políticos y comunicacionales que se identifican como de oposición a Maduro.
Pero la realidad no se puede esconder detrás de la propaganda oficial, por más avasallante que esta sea. El hambre y la desesperación, repito, son los catalizadores de la protesta, y para que la misma pueda producir cambios efectivos, es indispensable una conducción política comprometida a ello. ¿La tenemos en el presente? Me parece que no, pero eso no significa que no se pueda y deba desarrollar, incluso con rapidez, una conducción acorde con los cambios que el país necesita, para al menos empezar a salir del abismo en que se encuentra. La protesta legítima y necesaria, por otra parte, sería el más honroso homenaje a los 60 del 23 de Enero, que pronto se cumplirán…
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