El final del ciclo político chavista es un hecho. Pronto se cerrará el capítulo más nefasto de la historia contemporánea de Venezuela. A partir de ahora es indefectible la reinstitucionalización del Estado y la reivindicación del voto como nuestra arma de lucha más letal y segura para evitar que se repitan episodios lamentables que nos condenen al fracaso.
Eso solo dependerá de nosotros, los venezolanos. Para lo que viene no estarán los gringos ni la Unión Europea ni el Grupo de Lima ni la OEA ni ningún otro organismo internacional. Seremos solo nosotros, con nuestras circunstancias y nuestros aprendizajes. Pero ¿hemos aprendido la lección? La respuesta la tiene cada uno. No se trata solo de salir de Nicolás Maduro y su gente sino de recuperar nuestro papel protagónico como ciudadanos.
Nunca más podemos volver a ceder el poder que nos da el voto. Es solo a través de él como podemos castigar a los gobernantes que no hacen su trabajo. Es solo a través del voto como ponemos y quitamos presidentes, gobernadores, alcaldes, diputados y concejales. No hay otra manera. Más allá de las diatribas de los últimos años sobre los pro y los contra de transitar la ruta de la abstención o de si se podía ganar alguna elección con este CNE, el problema de base es que, quizás por comodidad o por ignorancia, le cedimos todo el control a quien detentaba el poder.
Desde 1998, cuando Hugo Chávez ganó las elecciones presidenciales, la abstención histórica siempre ha estado entre 4 millones y 6 millones de electores. El chavismo llegó al poder como la primera minoría política, nunca fue mayoría. La mayoría siempre ha sido la abstención. Y así, en lo sucesivo, le pusimos en bandeja de plata la opción de cambiar la Constitución en el 99 y los reelegimos en todos los cargos en las megaeleciones del año 2000. Con el cheque en blanco que les dimos acabaron con la independencia de poderes e hicieron lo que les dio la gana. Obvio, ya para ese entonces el mal estaba hecho y no tenían contrapeso ciudadano ni político.
Los venezolanos le entregamos a los chavistas nuestro poder de decidir y cambiar lo que no funcionaba, y ellos lo aprovecharon y se blindaron. Somos nosotros los responsables de una tragedia extendida por 20 años que ha mutilado a miles de familias y ha acabado con la vida de tantos y tantos venezolanos por hambre, falta de medicinas y desidia gubernamental. Jugamos a la antipolítica y al mesianismo poniendo como protagonistas a militares sin escrúpulos. No teníamos ni idea de con quién estábamos lidiando. Quisimos pasarles factura a los partidos políticos por sus malos manejos de la administración pública y nos metimos un autogol.
Nunca más podemos olvidar que si no votamos beneficiamos a quien detenta el poder, sea quien sea, de la corriente política que sea. Nunca más podemos olvidar que para que haya independencia de poderes debemos ser contralores sociales, exigir nuestros derechos y cumplir con nuestros deberes. Nunca más podemos olvidarnos de ser ciudadanos, de ser parte activa de nuestras instituciones y aportar a la recuperación de nuestro país desde cualquier espacio en el que nos desempeñemos.
Ojalá la dura realidad que nos ha tocado vivir se nos quede grabada por siempre y pase en la historia de generación en generación. La democracia a veces se torna tan cotidiana que pensamos que la tenemos asegurada y no la cuidamos. De nosotros depende no volver a crear otro monstruo de mil cabezas. Como decía Álvaro Vargas Llosa en la serie documental Consecuencias, primera producción rodada en castellano por National Geographic: Si un gobernante impide que lo reemplacemos por la vía electoral, censura a la prensa y persigue a sus adversarios políticos y a las asociaciones civiles, evidentemente estamos ante una dictadura, y la única respuesta posible es: “Nunca más”.
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