Los recientes días que hemos vivido en Venezuela han estado ahogados de una dolorosa y creciente angustia, a medida que íbamos conociendo los trágicos sucesos que tuvieron lugar en la población de Las Tejerías, en el estado Aragua.
Las fuertes precipitaciones a las que ha estado sometido el país en las últimas dos semanas,traían el innegable presagio de malas noticias, tras lo prolongadas que fueron. Ya los venezolanos hemos atravesado incontables veces esta situación en el pasado.
Sin embargo, la mencionada población, situada en el centro-norte del país, a unos 67 kilómetros al suroeste de la capital, llevó la peor parte. Y fue por mucho. La devastación fue la peor entre los 14 estados y 41 municipios afectados por esta fuerte onda tropical.
Según han explicado en estos días los especialistas, el municipio está asentado en el centro de lo que los geólogos llaman un “abanico aluvial”, por lo que lo que los desplazamientos de grandes flujos de sedimentos que arrastran lo que consiguen a su paso como si fuera una lava, pueden ser cíclicos.
Esta explicación demanda previsión y prevención por parte de las autoridades, ya que este punto de nuestra geografía es una trampa en caso de precipitaciones fuertes, tal como lo fue también el litoral central en la trágicamente recordada tragedia de diciembre de 1999.
Quizá una de las cosas más lamentables que hemos podido comprobar es el silencio casi absoluto que rodea en la Venezuela actual a este tipo de tragedias. Los medios de comunicación prácticamente se han apagado en los últimos años.
En esta ocasión, como en los casos más recientes, las redes sociales han dado la cara para sobrellevar el vacío de información. Fue a través de ellas que nos enteramos, en primer lugar, de lo que estaba sucediendo y adicionalmente, de cuán grave era.
Muchos de los compatriotas que fueron golpeados por el temporal iban narrando en tiempo real sus propias desgracias y las de sus vecinos. También los periodistas hicieron un gran trabajo desde sus cuentas personales.
Extrañamos cuando en situaciones similares teníamos información inmediata de primera mano, además de operativos que guiaban acertadamente las contribuciones de la ciudadanía para socorrer a sus hermanos en desgracia.
Si algo brindó un rayo de luz en tragedias previas, como la del río El Limón o el deslave de La Guaira, fue justamente la atinada actuación de los medios de comunicación, informando y guiando a la gente en medio del dolor y el desconcierto.
Hoy resulta insólito que un funcionario gubernamental solicite a los periodistas “no estorbar”, con lo cual demuestra su más absoluto desconocimiento del papel que estos vitales trabajadores juegan en desgracias como la que hoy enfrentamos.
Para esta ocasión, todo ha sido más complicado y opaco. Es increíble cómo una administración que quiere tener el control de todo ha complicado incluso el flujo de las donaciones, el cual debería ser antes que nada eficiente, porque los afectados necesitan auxilio de manera perentoria.
A estas alturas aún luce aventurado arriesgarse a emitir cifras de fallecidos. El escenario es tan trágico como caótico y sin duda nos aguardarán sorpresas a medida que la ayuda y la posterior reconstrucción avancen.
Pero sin duda, los medios de comunicación internacionales coinciden en sus titulares en que los muertos se cuentan “por decenas” y versiones oficialistas previenen que se puede superar el centenar. Paralelamente continúa engrosándose también la lista de personas que en estos momentos se encuentran en situación de “desaparecidos”.
Sí, todos los países están expuestos al riesgo de eventos naturales de gran magnitud, y nuestra tierra no ha sido la excepción. Sin embargo, la gerencia pública y su manera de enfrentar estos riesgos, puede ahorrar vidas y dolor con su eficiencia y capacidad de prevenir.
Los vecinos han insistido en que la amenaza creciente por las lluvias era latente y la crecida de quebradas en la zona, aunque rápida, fue progresiva. Mayor proactividad hubiera podido atajar las dimensiones de esta desgracia.
Esto es especialmente preocupante, porque la temporada de lluvias aún no termina y los huracanes son cada vez más frecuentes y potentes. Muchos de ellos se forman en las cercanías de nuestras costas, como ondas tropicales.
El único consuelo que nos deja esta devastadora vivencia es el hecho de comprobar una vez más que la reconocida hermandad y solidaridad venezolana sigue siendo a prueba de cualquier desgracia.
Nuestro gentilicio se ha hermanado en la donación de lo que sea posible desde todos los rincones del país, así como desde el exterior, donde ahora nuestras colonias son numerosas.
La marca de la venezolanidad sigue siendo el amor al prójimo y esto es un consuelo en medio de la devastación a la que intentamos sobreponernos.
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