Durante esta semana que apenas concluye, circuló, entre tantos mensajes que leemos en las redes, uno de autor anónimo que captó especialmente mi atención. Su contenido, supuestamente informativo, después de una rápida lectura, causaba, por decir lo menos, gran preocupación. Parte del contenido del mensaje en cuestión era el siguiente: “Para quienes no lo sepan, hoy se está firmando en Moscú un tratado de asistencia militar con Rusia igual al firmado con Siria, China y, ahora, además con Venezuela y con Irán. Rusia desea tener, por primera vez, bases navales en los ocho mares que circundan el planeta al montar tres bases territoriales en Venezuela, al igual que las bases navales de Tartus y Latakia en Siria. Estas bases estarían ubicadas en la península de Paraguaná, en la península de Paria y en la costa de Monagas y Delta Amacuro, permitiendo de esa manera que Rusia pueda controlar el océano Atlántico, el mar Caribe y el Pacifico Sur…”. El contenido del mensaje exaltaba claramente la importancia de Venezuela como punto central en la “nueva Guerra Geoestratégica Capitalista Global” entre el viejo capital y el capitalismo emergente.
Sin embargo, al releer con detenimiento el contenido del citado mensaje pude percibir que no era otra cosa que parte de la agresiva campaña de guerra psicológica destinada a disuadir al gobierno de Estados Unidos que ha impuesto sanciones a funcionarios venezolanos por haber incurrido en diversos delitos de corrupción y de violación de derechos humanos, a la Unión Europea que igualmente y por la misma razón rechaza la conducta tiránica de Nicolás Maduro, así como a los gobiernos de la región que exigen una solución perentoria a la terrible diáspora que genera una gran inestabilidad en sus países. De igual manera, esa campaña está destinada a aterrorizar e inmovilizar a los venezolanos en su lucha por la democracia y la libertad. En concreto, se persigue la creación de una imagen de invulnerabilidad, con respaldo militar del gobierno ruso, ante la proximidad del 10 de enero de 2019.
De todos es sabido que Venezuela se encuentra en el área de influencia geoestratégica de Estados Unidos, por lo que un acto como la supuesta creación de esas bases, aun cuando sería una decisión soberana del gobierno venezolano, no podemos obviar que ello generaría una inmediata respuesta del gobierno norteamericano. En tal sentido, considero oportuno exponer someramente una comparación del despliegue y capacidades de las armadas norteamericana y rusa. La Armada Norteamericana se encuentra desplegada en todo el mundo, contando con: 9 bases territoriales, 14 bases menores y 51 estaciones de apoyo a la aviación naval. Esa situación le permite accionar militarmente en cualquier circunstancia y lugar gracias a un total y seguro apoyo logístico y aéreo. Para ello cuenta, grosso modo, con los siguientes medios: 11 portaaviones, 14 submarinos nucleares balísticos (SSVN), 4 submarinos nucleares lanzamisiles, 53 submarinos de ataque, y 76 destructores. Los medios de que dispone la Armada Rusa, grosso modo, son los siguientes: 1 portaaviones, 17 submarinos nucleares balísticos (SSBN), 37 submarinos de ataque y 18 destructores. Como se puede apreciar la superioridad naval y aérea de Estados Unidos es indiscutible. Además, la distancia de Rusia a Suramérica es un factor extremadamente limitante para poder intervenir en Venezuela con eficacia y posibilidades de éxito.
Las imprudentes declaraciones del general Padrino con motivo de la reciente visita de personal militar en 4 aviones rusos y el permanente desafío de Nicolás Maduro a los gobiernos de Colombia y Brasil supone, creo que de manera ilusa e irresponsable, que en caso de ocurrir una acción militar contra Venezuela ordenada por los presidentes Duque y Bolsonaro, con un total apoyo naval y aéreo de los Estados Unidos, Venezuela contaría con el apoyo logístico, naval y aéreo de Rusia. Como afirmé antes, ese apoyo, si se llegara a dar, sería muy precario, en virtud de las capacidades y dificultades logísticas; pero además, extremadamente costoso. Cabe recordar el pago de 507 toneladas de oro que tuvo que hacer la República a Rusia por el apoyo durante la Guerra Civil Española.
Escuchar las filípicas de Nicolás Maduro, rasgándose las vestiduras y amenazando al mundo con 1 millón de milicianos, me ratifican que Venezuela vive uno de los momentos más oscuros de su historia. No es posible justificar la dolorosa diáspora venezolana surgida como consecuencia del proceso de destrucción nacional que ha sido la llamada revolución bolivariana. El discurso pronunciado por Nicolás Maduro con motivo del aniversario de la Milicia Bolivariana evidencia el gran temor que tiene ante las consecuencias de su inconstitucional juramentación para un nuevo período presidencial, el 10 de enero de 2019, con el rechazo, abrumadoramente mayoritario, de los venezolanos y de la comunidad internacional. Gobernar sin legitimidad de origen en las circunstancias que vive Venezuela es un reto imposible de realizar. Lo único que logrará será incrementar la tragedia de nuestro pueblo. No dudo que, en su desesperación, mantendrá la política de confrontación que estableció desde que alcanzó el poder írritamente. Lamentablemente, Venezuela continuará sufriendo las consecuencias de su insensatez.
La violencia surge cuando se cierra el camino del diálogo y la política. Así lo ha hecho Nicolás Maduro y es la razón del rechazo unánime a su gobierno y a su figura. Por lo tanto, si llegase a ocurrir una intervención militar multilateral, con sus graves consecuencias, los únicos responsables ante la historia serían Nicolás Maduro, la camarilla gobernante y mis compañeros de armas. Esto último lo digo con profunda tristeza.