COLUMNISTA

En las puertas del infierno

por Asdrúbal Aguiar Asdrúbal Aguiar

Dante Alighieri describe cuanto reza de pavoroso sobre las puertas del infierno: Lasciate ogni speranza, voi que intrate! Los que aquí entráis, perded toda esperanza. “No hay nada después de esto. No hay nada más que esto. No albergues falsas esperanzas. No hay más oportunidades. No hay más misericordia. No hay más perdón. Todo termina aquí”, leo en su Divina comedia.

La cita es, quiérase o no, un relato lógico de la actual Venezuela. Sin embargo, cabe discernir con cuidado. Es susceptible de interpretarse como que habrá salida para unos, pero no para otros, o acaso para ninguno, según sean las circunstancias.

Tan terrible condena a la oscuridad puede predicarse, sin más, de quienes han secuestrado al pueblo venezolano negándole alternativas a su actual régimen, sea sometiéndolo a vejaciones apenas imaginables allí donde domina el mal absoluto.

Repetiré para el entendimiento del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, como en propiedad lo intenta Luis Almagro, secretario de la OEA, que ese mal absoluto es real e indefendible. Adquiere corporeidad en la dictadura a la que sirve con tanta obsecuencia y le gana desde ya el octavo círculo del infierno, el de las bolsas malas o de los bolsas (malebolge). Es narcotráfico, terrorismo, crímenes de lesa humanidad, oscuridad perpetua, y para todos, hasta para quienes hacen parte de la diáspora venezolana, por víctimas del ostracismo.

No hago calumnia. Ese inframundo se construye como proyecto político y como “obra de arte” a partir del 10 de agosto de 1999. La encarga Hugo Chávez Frías y la realizan sus artesanos de mayor intimidad y disposición a lo criminal. Implica avenirse con los peores de la tierra, los narcoterroristas colombianos, una vez como insurge de la nada electoral y se hace del poder auxiliado por un cruce de intereses podridos que lo apoyan, creyendo moderarlo o para lavarle sus inmundicias en pública almoneda.

No por azar, al término y desde su lecho de muerte, en La Habana, reza aquel sobre las páginas de Así habló Zaratustra. Ha dado a Dios por muerto. Ha entendido que todo cabe en la empresa de gobernar a la animalia. Nos deja como cabeza a su más acabado exponente.

“El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!”, escribe Friedrich Nietzsche. Cierta “oposición” les llamaría radicales.

Los causahabientes de Chávez, los autores de primera línea, quienes realizan sus designios con mayor empeño y espíritu disoluto no gozarán siquiera del citado ostracismo ateniense. No tienen esperanza y lo saben. Se ocupan de que los respalden fuerzas globales impregnadas de igual talante, cultoras del relativismo ético, patrocinadoras del progresismo como morigeración práctica del socialismo del siglo XXI, con un único objetivo: sumar almas perdidas a los nueve círculos dantescos que se distribuyen entre traidores políticos, hipócritas y falsarios como los Rodríguez; violentos, tiranos y bestiales como Cabello y Padrino; iracundos y envidiosos como Carreño; derrochadores como el Drácula de Carabobo; glotones como Maduro y Cilia; ladrones y lujuriosos como los personajes de Las muñecas de la corona.

Ello explica el realineamiento opositor en curso. Le da sentido a los movimientos de piezas sobre el ajedrez global por Rodríguez Zapatero y su camarada Antonio Guterres, en la ONU, muñecos de ventrílocuo del castrismo cubano y del sancho-podemismo español. Se empeñan en convencer a los venezolanos de que hasta la práctica del mal absoluto es legítima, por humana y primaria. Es corregible o atenuable, políticamente, según ellos.

El señor Rodríguez Zapatero ahora acusa a Almagro de olvidar los preceptos de la ONU. No se percata de que es él quien los ignora. Reivindica los de la vieja Sociedad de las Naciones, partera del nazismo y el fascismo. Solo los imbéciles, por malos entendedores de la verdadera diplomacia, no registran que a partir de 1945 fueron excluidos de los asuntos internos del Estado el respeto y la garantía universal de los derechos humanos, a fin de abrir, justamente, las puertas del infierno y para permitir que los justos salgan y suban al purgatorio, mediante la intervención humanitaria.

Rodríguez Zapatero y los suyos, cabe admitirlo, a diario repasan las páginas escritas por el florentino Maquiavelo: “Cualquiera que llegue a hacerse dueño de una ciudad acostumbrada a gozar de su libertad, y no la destruya, debe temer que será destruido por ella”. Pero, al paso, deja de lado lo que también dice el autor de El príncipe: mientras subsista el grito de libertad y no hayan sido dispersados todos los habitantes, “nunca se desarraigará de su corazón, ni soltará su memoria el nombre de libertad”.

Nuestros padres fundadores civiles, a la sazón, prefieren traducir y estudiar a Giovanni Botero, por enemigo del florentino. Beben en su Razón de Estado, hija de la decencia humana y testimonio cabal de la moral en el ejercicio de la política: “Es causa también de la pérdida de los Estados, intrínsecamente, la crueldad con los súbditos, la sensualidad de la carne [ahora pienso en Maduro y Cilia y en su bacanal de Estambul], ya que mancha la honra…”, leo en sus páginas.

En suma, para la mayoría de los venezolanos Dios sigue vivo. Existe la esperanza. Para los otros y Rodríguez Zapatero, convencidos de que Dios está muerto, su empeño se reduce a no dejar sola en el infierno de Venezuela su incontinente, bestial y maliciosa dictadura.

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