Siempre he sido una persona temerosa y hasta respetuosa de las luchas inevitables. En ocasiones se trata de luchas conmigo mismo hasta determinar su verdadera naturaleza y valorarlas acertadamente. En otras, están referidas al medio que nos rodea y hasta a realidades extrañas pero presentes. Como decía Gandhi, me ha inquietado siempre saber hasta dónde puedo dominar las pasiones. Lo que he aprendido de esto, y mucho más, es que no debemos lamentar lo inevitable.
Frente a los males que someten a Venezuela tenemos que actuar con mayor determinación y fortaleza. Imposible encogernos de hombros y esperar a que otros hagan lo que corresponde hacer a cada uno de nosotros. Del régimen gobernante no hay que temer tanto sus fallas y vicios, muy bien conocidos, sino sus “virtudes” en la labor que realizan para perpetuarse en el poder político y, aunque menguado, poder económico de la República. Lo cierto es que el cáncer, que ya ha destruido órganos vitales, debe ser extirpado de manera resuelta y definitiva. El régimen gobernante ha enterrado todo sentimiento de decencia. El disimulo, la mentira, la corrupción y la violencia física e institucional son los inmorales soportes que lo mantienen.
El anhelado cambio dependerá en gran parte de la firmeza. Las acciones políticas que desarrollemos serán exitosas si nos mantenemos fieles a nosotros mismos en todas las circunstancias. Para ello es indispensable una línea recta que comunique el objetivo con nuestros actos. Está probado que cuando la resistencia u oposición, como prefiramos llamarla, se hace simple rutina, los ánimos se apagan y la necesaria desobediencia civil pareciera imposible.
Tenemos muchas tareas que cumplir. En el camino debemos de afrontar de manera permanente un grave problema cultural. En cada persona hay que despertar y consolidar el espíritu de superación y de responsabilidad indispensables para adquirir más dignidad, para querer vivir mejor sin que nadie pueda someterlo. El pueblo tiene que aprender a confiar en su propia fuerza, más que en quienes circunstancialmente pretenden dirigirlo.
Por otra parte, muchos políticos parecen atrapados en esquemas de lucha propios de regímenes verdaderamente democráticos y plurales. Tienen que sacudirse, antes de que sea demasiado tarde, de las maniobras sagaces y la avidez de poder. Así es fácil sufrir crisis de desencanto, consecuencia de la lucha imperceptible entre la cautela y la pasión.
Hasta ahora nuestro pueblo ha testimoniado voluntad y decisión para lograr el cambio. Ha estado acompañado por líderes que se han puesto a la cabeza de la lucha asumiendo riesgos y peligros. Debemos apartar aquellos acobardados ante el abuso de poder que se sienten incapaces de enfrentarlo y derrotarlo, a conciencia de que estamos frente a una dictadura tiránica que no saldrá “por las buenas”. Ha deteriorado nuestra cultura y alterado la historia. Merece ser abolida sin trámites.
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