”El pasado no existe, ni siquiera es pasado”.
William Faulkner
Miro la llama de la vela que se contonea a ratos para luego volver a su recta rigidez. No pensé que viviríamos una calamidad tan extrema, en medio, sin embargo, de mi desconfianza, pero la larguísima noche que a diario me brinda su insolente obscuridad no me deja escoger. Pienso en la tragedia que se extiende y se exhibe con apetito de eternidad. El chavismo trajo a nosotros el pandemónium en entera singularidad.
Inconscientes han sido desde el inicio. Impertérritos se han mostrado frente al fracaso y, entretanto, la mentira irreverente que no hace dudar sino confirmar, se repite.
Inconmovibles resultan ante la evidencia del desastre, que solo a ellos y a nadie más puede imputarse. Ruindad, descalabro, desasosiego aportaron al país. Del amor intenso que generó el discurso del difunto y las prebendas y dadivas que lo apuntalaron, pasaron de un trazo al desconcierto, alejamiento y rencor. Venezuela no los quiere ya.
Ineptos como ninguno de los gobernantes que hayamos tenido. Indolentes, insensibles, irrespetuosos, incapaces de ofrecer un mínimo de consideración a los centenares de miles de compatriotas que languidecen rehenes del mal gobierno, que mueren en vida cada día, hambrientos, enfermos, desesperanzados, medrosos de los abusivos burócratas enajenados, del hampa desbordada y de la insultante presencia militar, para someterlos y vejarlos, siempre disponible. Para eso quedo el otrora ejército forjador de libertades, pretorianos al servicio de una camarilla corrupta y ontológicamente esquizoide.
Vuelvo al apagón que Maduro y su combo quiere atribuir al senador de Florida y al gobierno estadounidense. Imbéciles seríamos de creerles, luego de recordar a las iguanas y roedores, a los que señalaron antes como culpables de otras manifestaciones de lenidad, falta de mantenimiento, abandono material, entre otras etiologías que siempre llaman atentados o sabotajes, y que son pruebas imparables de la estulticia que caracteriza a uniformados y oficialistas.
En esos dilatados insomnios que he padecido, como un desafío de mi subconsciente a la negritud de mi actual entorno, llegué a preguntarme luego de ver a los más humildes bajar al río Guaire a recoger agua, irracionales, enloquecidos y poseídos de una profunda frustración interior, que podía ser esto otro acto trágico de esta perniciosa obra que anatematiza nuestra historia y que tiene como actor principal al difunto y, para su culminación, a Nicolás y a Padrino. ¿No serán ellos los verdaderos padres de la criatura? En su ansiedad, ¿habrán urdido otro siniestro plan para postrar al bravo pueblo y distraerlo de su contumacia ciudadana súbitamente reaparecida de la mano de Guaidó?
“Piensa mal y acertarás”, se oye decir en los predios populares y no tengo razones para juzgar ligero el aserto, sobre todo, si a estos zafios que nos tiranizan se refieren.
Envío este artículo cortico desde una PC prestada y con los últimos aires de un Internet que nos costó reconquistar, porque en Santa Fe cabe evocar a Rimbaud y una saison en enfer.
[email protected], @nchittylaroche
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