Seguramente hoy lunes 29, cuando salga a la luz este artículo, muchos se mostrarán asombrados de los resultados electorales que ha obtenido Vox en las elecciones generales españolas. Después de haber sido apartado de ciertos medios de comunicación, de ser excluido de los dos debates que se hicieron al respecto y ser satanizado en gran parte de los mentideros político, los resultados –y tal vez por ello mismo ̶ han sido superiores a los que daban todas las encuestas. Y es que nuestras sociedades tienden a identificarse más con las víctimas que con los verdugos, pero hay todavía más: la causa de este triunfo de Vox habrá que buscarlo también en una de esas paradojas que ha creado la globalización.
Decía el siempre recordado Karol Wojtyla que estos eran tiempos en los que se había impuesto una dictadura del relativismo. Tanta transculturación de mezcla de razas y costumbres, de comida chatarra y cultura plana donde la haya, han hecho que se desvanezcan las verdades firmes y necesarias. Algo similar se vivió en los tiempos presocráticos en aquella Atenas que fue centro cultural de la época, donde llegaban viajeros de todas las latitudes, como Tesalia, Macedonia, Persia, Mileto, Corinto, Esparta, etc. Allí nació el relativismo y el homo mensura de Protágoras. El hombre era la medida de todas las cosas, de las que eran y de las que no eran (como el mundo de los cielos y los dioses). Todo, en fin, dependía de nosotros, de nuestra cultura y del sitio en el que habíamos nacido, de lo que hacíamos, creíamos y valorábamos. En unos sitios se quemaba a los muertos y en otros se enterraban, sin que unos ni otros pudieran afirmar lo que era mejor. Ante un mundo así surge Platón y sus ideas inmutables, imperecederas y absolutas. Era, pues, natural que esto sucediera. Algo similar, decíamos, nos está sucediendo en estos momentos. Este dominio de lo relativo ha hecho que el mundo se vuelva tan heterogéneo y etéreo, que el ser humano ha perdido la seguridad en sí mismo, envuelto en un mar de incertidumbre.
Decía la psicóloga venezolana Marina Lander en su texto Manejo de la incertidumbre, que hay dos cosas que la gente ansía saber: quiénes somos y qué queremos realmente. Tal vez esto mismo es lo que ha hecho que este mundo globalizado y relativo sea al mismo tiempo el mundo donde hay más fundamentalismos y nacionalismos, pues muchos desean volver a sus raíces como tabla de salvación de ese mundo ante el cual disponemos de pocas armas; un mundo provisional, líquido y agotador, como lo definió Bauman.
De ahí que cuando haciendo caso a Fukuyama pensábamos que habían muerto las ideologías, que nadie volvería sobre unas doctrinas fracasadas y que la historia había llegado a su fin, surge en Hispanoamérica un fenómeno como el chavismo. El socialismo del siglo XXI que se apresuró a autocalificarse bolivariano proporcionaba nuevamente un relato al que el ciudadano podía acogerse y sentirse seguro en ese universo precario y heterogéneo, pues, entre otras cosas, le entregaba un lenguaje y un supuesto cuerpo teórico con que enfrentarse a él. Esto definitivamente le proporcionaba seguridad. Falsa o no, ese es otro cantar. Con Vox está sucediendo algo similar, aunque en la acera contraria. Cuando los españoles pensaban que ya era anatema ser español, heterosexual, religioso y amante de los toros, porque así se lo hacían ver unos niños cursis adoradores de simplezas y del lenguaje ridículo de “miembros” y “miembras”, surge un partido que les dice que pueden estar tranquilos y volver a ser lo que eran hasta hace poco: un pueblo libre, orgulloso de su habla y su historia, amante de la vida, fiestero y si complejos, admirado por muchos extranjeros, como el mismo Hemingway o incluso Rubén Darío.
Este partido se ha atrevido, pues, a ir contra la corriente de lo que ahora llaman “políticamente correcto”, contra la liquidez y el desmembramiento del país, de la cultura y de las tradiciones españolas”, y por eso, precisamente por eso, es que ha sido el gran triunfador del día de ayer.
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