El próximo remake de Fahrenheit 451 se filmará en Venezuela. Mejor dicho, Maduro lleva tiempo rodándolo delante de las cámaras de VTV. En realidad lo convirtió en la moneda corriente, en algo demasiado normal, en la película de la semana.
Ver entonces, por HBO, la nueva adaptación del texto de Ray Bradbury cobra un significado especial en Venezuela.
La película bien podría ser un reportaje en caliente de la destrucción cultural del país, a cargo de los puntos rojos del PSUV.
El Estado Islámico socialista decretó el exterminio del sistema republicano y democrático, para borrar la herencia de los padres fundadores de la nación.
La anulación del ejercicio democrático, reportado el domingo 20 de mayo, corre pareja a la liquidación del pensamiento crítico en las universidades controladas por el brazo metálico del Ministerio de Educación, sede de innumerables crímenes de lesa humanidad.
La extorsión de la enseñanza pública y privada corresponde a un plan de sometimiento de profesores, estudiantes y autonomías.
La conspiración del fascismo boliburgués se afianza en el cierre técnico de salas de cine, de centros de estudios, de canales de televisión, de páginas de Internet, de pequeñas empresas, como consecuencia de las políticas inducidas de la censura, la caza de brujas y la inflación.
Por tal motivo, la versión cinematográfica protagonizada por Michael B. Jordan puede parecer un cuento de hadas, un relato de anticipación idealizado y optimista, al lado del cruel devenir de la patria del Libertador, cuyos usurpadores la aíslan del concierto internacional para coaccionar a un pueblo mendicante e indigente.
No hay solo una hambruna de alimentos y medicinas, sufrimos además de la carestía de papel a todo nivel. Así es imposible imprimir ejemplares y divulgar el conocimiento.
En el largometraje, especie de documental de las purgas comunistas y terroristas, un comando de piromaníacos secuestra el poder a base de chantajes, violaciones y leyes absurdas emanadas de una constituyente represora.
La secta prohíbe mensajes disidentes, persigue a la oposición, quema a las víctimas de la inquisición mediática.
De igual manera, el Sebin encarcela y desaparece a jóvenes por salir a protestar en las calles. En las celdas, los menores de edad serán sometidos a torturas de una dimensión truculenta y pornográfica.
La guerra busca disolver los cimientos de la ilustración, del desarrollo personal y colectivo.
La distopía emulará la pesadilla de los relatos proféticos, darwinistas y apocalípticos de 1984, El mundo feliz y El planeta de los simios.
Para los coterráneos se volverá una tarea cuesta arriba lograr distinguir la realidad de la ficción de Fahrenheit 451, según los criterios de revisión de quienes cuestionan el populismo de Trump.
Michael Moore realizó una pieza contra Bush del mismo tenor, acusándolo de reencarnar a los peores demonios de la intolerancia belicista. Hoy la demagogia recorre el mundo, como la sombra del marxismo neonazi asentado en la Misión Vivienda.
Por tanto, la modernidad audiovisual demanda actualizar los focos de la crítica y de la interpretación de la agenda contemporánea.
En tales circunstancias, la cinta de marras funciona como espejo de Norteamérica, del globo y de nuestro país.
La llamas de la pantalla combustionan la persistencia de la memoria y de la creatividad. El escuadrón de bomberos alimenta el fuego en lugar de apagar sus incendios.
La comunicación por emojis sustituye al intercambio de palabras amenazadas y abrazadas por las parrillas de la programación cerebral. Solo se le permite escribir a los verdugos de la trama infernal. Escuchar y contemplar cadenas informativas deviene en la única distracción de las masas.
Los noticieros difunden fracasos y atrocidades como victorias. Nada perdura.
Sin embargo, una minoría decide resistir, atesorando el conocimiento en su memoria. Guardan libros y se los aprenden de la primera a la última página.
En las imágenes de la pieza, los hombres y las mujeres libres padecen el escarnio de los opresores, quienes condenan al ostracismo a los insignes defensores de las bellas artes.
La película recibe las notas inflamadas de la crítica, por aligerar el contenido de su fuente de inspiración. Nosotros reivindicamos su oportuna metáfora de cara al presente.
Dato adicional, la película resume una metodología de serie b, tributaria del John Carpenter de They Live. La adaptación de Francois Truffaut recalentaba la estética camp, pop y kitsch del retrofuturismo de posguerra. La nueva traslación explota la paleta oscura de los clones de Blade Runner.
Una hoguera final desencadena el desenlace catártico en tono esperanzador (quizás obligatorio para complacer al consenso del happy ending). La paradoja de los productos de la contracultura como show business: guardar siempre una solución mesiánica dentro de su misma estructura de demolición.
En Venezuela, el escenario es más complejo. Las librerías venden escasas novedades y a precios prohibitivos, por efecto de las medidas de la tiranía. No hablemos de los demás escenarios conocidos de la catástrofe general.
¿Alguna señal de inspiración para soñar con optimismo? La terquedad de los emprendedores, de los trabajadores, de los creadores, de los que apuestan a la reconstrucción, dentro y fuera del país. Caso de los recientes fundadores de la Poeteca, un espacio de protección del libro. O de Jesús Santana en Estudios, o la editorial Oscar Todtmann, o de Kalathos, o de Ígneo, o Lugar Común o de usted que lee, comenta y narra porque imagina que la historia no se clausura mal, como lo desean los villanos del CNE.