El actual colapso sufrido por la izquierda radical en América Latina es un fenómeno histórico que tendrá gran influencia en el destino de nuestra región en los próximos años. Mantuve en mi anterior artículo que ese hecho iba a requerir un trascendente debate. Pues bien, ese debate ya comenzó. Algunos de mis amigos, todos de centro izquierda, incluyendo a mi hermano Enrique, me han hecho observaciones sobre varios de mis planteamientos, las cuales trataré de responder, reconociendo mi error si fuera el caso, o rebatiendo aquellas que considere equivocadas. Es necesario, para poder discutir sobre el tema, alcanzar un previo acuerdo sobre el modelo de democracia que aspiramos a establecer en Venezuela, al reconocer que los sistemas políticos se desarrollan en estrecha relación con el devenir histórico de cada sociedad. Se requiere también tener presente que gobiernos ideológicamente divergentes, y hasta diametralmente opuestos a la democracia, se presentan como sus genuinos representantes.
Creo que el venezolano tiene una clara visión de la democracia a la cual aspira. Considera que el poder debe tener un origen popular, surgido de elecciones universales, directas y secretas con absoluta certeza de procesos electorales transparentes, justos y equitativos. Siente que la democracia debe de ser un instrumento que garantice la libertad, la igualdad, la justicia y la seguridad. También cree que el ejercicio de ese poder debe de ser limitado y controlado por instituciones legítimas e independientes que impidan la corrupción y el abuso de poder. Le agrada que la libertad de prensa y de opinión sea realmente un medio de información y control social a través del cual se debe conocer la veracidad de cualquier hecho que ocurra en el devenir nacional. Está convencido de que los partidos políticos son fundamentales para la existencia de la democracia, pero rechazan el continuismo en los niveles de dirección y los beneficios indebidos de sus militantes…
Ese sentimiento popular debe de tener una respuesta de los actores políticos que se exprese en una Constitución aprobada, después de un trascendente debate en una Asamblea Constituyente escogida a través de un proceso electoral transparente, con una mayoritaria participación de electores motivados por una campaña política en la cual todas las visiones ideológicas puedan utilizar los medios de comunicación de una manera justa y equilibrada. En la redacción de esa carta magna se debe considerar, con un suficiente sentido crítico, el contenido de las anteriores constituciones venezolanas, fundamentalmente las de 1961 y 1999, buscando preservar aquellos valores que se consideren positivos y rectificar en aquellos errores conceptuales que nos condujeron a la actual crisis nacional. Este esfuerzo solo puede tener éxito si se alcanza un acuerdo político similar al que surgió después el 23 de enero de 1958 para establecer la vigencia de la democracia representativa.
Al analizar las disposiciones fundamentales de la Constitución de 1961, podemos observar que en sus artículos 1, 2, 3 y 4 se establece que la República de Venezuela es para siempre irrevocablemente libre e independiente de toda dominación o protección de potencia extranjera; que es un Estado Federal; que su gobierno es y será siempre democrático, representativo, responsable y alternativo; que la soberanía reside en el pueblo. El apego a esos principios constitucionales permitió el surgimiento de un régimen democrático, alternativo, pluralista, de amplias libertades públicas y de respeto a los derechos políticos y sociales del ciudadano como imperó en Venezuela hasta 1998. Sus principales errores fueron: no haber establecido el principio de la no reelección presidencial de manera absoluta, no instituir la elección popular de gobernadores y alcaldes y haber instaurado una economía totalmente dependiente del Estado y de la riqueza petrolera.
La Constitución de 1999 establece en seis artículos sus principios fundamentales. Allí se establece que: la República de Venezuela es irrevocablemente libre e independiente; es un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia que propugna…la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político; que se organiza como un Estado federal descentralizado; su soberanía reside en el pueblo; y su gobierno es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables. Pues bien, el monumental fracaso de los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro han tenido por causa ignorar los valores democráticos establecidos en su propia Constitución e instaurar y mantener un régimen totalitario, personalista y militarista que buscó establecer un control absoluto del Estado sobre la economía, atacando y destruyendo toda expresión de una sociedad de mercado, en medio de un descarado proceso de corrupción.
Un cambio político de esta magnitud exige un gran acuerdo nacional, construido por todos los factores políticos y sociales de la Venezuela actual, sin venganzas ni persecuciones, pero con la debida justicia por los delitos cometidos. También creo que es imprescindible establecer un gobierno de transición con la finalidad de reorganizar el Estado, dentro de los valores establecidos en la Constitución de 1999, y convocar de inmediato a un proceso de elecciones generales. De allí que sea muy importante estudiar con detalle los procesos de cambio político que han ocurrido recientemente en la América Latina para evitar cometer sus mismos errores. Justamente, en mi artículo anterior enumeré las posibles causas que condujeron a la derrota de varios gobiernos de izquierda: un equivocado manejo de la economía, una marcada ineficiencia gubernamental, un incumplimiento de las promesas electorales, una constante violación de los derechos humanos y una corrupción desbordada.
Mi hermano Enrique, quien acaba de publicar un excelente artículo resaltando el tradicional enfrentamiento entre la izquierda moderada y radical en puntodecorte.com, me envió una interesante nota con algunas críticas a mi anterior artículo. “La izquierda latinoamericana ha sido mucho más exitosa en el poder que todas las derechas y los populismos del siglo XX, a excepción, por supuesto, de Cuba y Venezuela. Su éxito económico ha sido descollante en países como Bolivia y Ecuador. Atribuir el natural péndulo electoral a su fracaso es un error. Ya pronto el péndulo regresará a la izquierda”. Su argumento puede ser válido, pero habría que hacer un estudio detallado de la gestión de esos gobiernos, pero es necesario aceptar que si el proceso de cambio político hacia la derecha ocurrió casi al mismo tiempo indica que existen en la región causas generales que lo han impulsado. De todas maneras, lo más importante para el destino de América Latina es que, con excepción de Cuba, Venezuela y Nicaragua, el cambio político ha ocurrido pacíficamente a través de elecciones.
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